Paula Klein |
El 25 de marzo
pasado, Paula Klein, investigadora asociada a la Bibliothèque Nationale de Francia, publicó una
crónica desde París, en el blog de la librería y editorial Eterna Cadencia.
Allí cuenta lo que pasó en las mesas “Literatura emergente” y “Los escritores
argentinos en la coyuntura internacional” en las que participaron los
escritores Miguel Vitagliano, Selva Almada, Lucía Puenzo, Pía López,
Martín Kohan, Samantha Schweblin y Leandro
Ávalos Blacha.
Literatura argentina anti for export
Entre el 21 y el 24 de
marzo las letras argentinas recibieron todos los honores en el Salón del
libro de París. Una Babel de lectores ávidos de entender por qué esta
literatura está hoy en el centro de la escena literaria internacional inundó el
stand de la Argentina
ubicado en el inmenso predio de la
Porte de Versailles. Las actividades previstas por el
centenario de Cortázar, los homenajes y mesas de discusión en torno a la obra
de Gelman, Borges y Saer atrajeron, como era de esperarse, una cantidad
considerable de lectores. Pero también resultó significativo el interés que la
literatura que los franceses llaman “del extremo contemporáneo”, suscitó entre
los visitantes del Salón. Varias mesas redondas se propusieron reflexionar
acerca de las causas de la creciente proyección internacional de las letras
argentinas.
Los escritores invitados al Salón
recordaron, en varias ocasiones, la crisis que atravesó la industria editorial
argentina en los años 90 como una de las paradójicas causas de la riqueza y la
variedad que se refleja en los catálogos de las pequeñas y medianas editoriales
argentinas.
Samanta Schweblin (Premio Juan
Rulfo por La pesada valija de Benavides, 2010) describió así la particular
configuración que dio lugar al boom de editoriales independientes tras la
crisis de 2001. De una parte –afirmaba Schweblin– “había una demanda creciente
de parte de los lectores por el encarecimiento de los libros importados”,
prácticamente inaccesibles después de la devaluación. La crisis veía nacer, por
otra parte, la primera camada de flamantes egresados de la carrera de edición.
Verdes, quizás. Pero voluntariosos.
La aparición de unas 150
editoriales independientes forma hoy parte del saldo positivo de la crisis. Adriana
Hidalgo, Eterna Cadencia, Caja Negra, Mar Dulce, Eloísa Cartonera, Entropía,
Pánico el Pánico, son sólo algunas de las incontables editoriales que eligen
publicar autores que los grupos más grandes rechazan.
Al mismo tiempo, el diálogo entre
escritores, editores y lectores dejó en claro que el auge de las editoriales
argentinas independientes (“¿independientes de qué?” preguntaba, con ánimo
discutidor, un asistente a la mesa sobre los escritores argentinos en la
coyuntura internacional) durante los últimos 15 años no es una excepción local.
Las crisis económicas parecen generar, al menos en Francia, un caldo de cultivo
particularmente favorable para el surgimiento de pequeñas editoriales.
En una entrevista reciente,
Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, mencionaba un cierto desaliento al
constatar que, hasta hace apenas unos años, las editoriales extranjeras
buscaban un canon o una literatura for export, imaginándose cierto exotismo
argentino o latinoamericano muy alejado de la literatura que publican las
editoriales independientes. La situación empezó a cambiar en los últimos años,
en parte gracias a ciertas editoriales extranjeras que se interesan por una
literatura con un imaginario menos estereotipado de lo que sería la Argentina.
En Francia, es el caso de Stock,
L. Levi o Ed. Métailié, sólo algunas de las numerosas y jóvenes editoriales que
privilegian la publicación de autores nóveles y, al mismo tiempo, proponen
nutridos catálogos con traducciones de literatura hispanoamericana contemporánea.
Ni tan jóvenes ni tan emergentes
Abriendo el debate de la mesa
sobre “Literatura Emergente”, Miguel Vitagliano -autor de Tratado sobre
las manos (2013) y profesor de teoría literaria-, invitaba a cuestionar
ciertas ideas preconcebidas en torno a la categoría de lo “emergente”. Sin
estar necesariamente ligado a una tendencia literaria ni a un corte
generacional (alguien mencionaba, para el caso, la literatura de Aurora
Venturini), el fenómeno debía plantearse -según el autor- en términos de
ciertos “cortes temporales, de ciertos momentos en los que los autores adoptan
una determinada posición”. Una posición que provoca una ruptura respecto de la
tradición o de las corrientes literarias dominantes.
Luego de un repaso de ciertas
tendencias en alza en la narrativa argentina contemporánea, algunas líneas
dominantes comenzaron a esbozarse en el horizonte parisino. Se discutió, por
ejemplo, el caso de cierta literatura que apuesta por topografías alejadas del
costumbrismo urbano: novelas de countries (Claudia Piñeiro), textos que
plantean recorridos por los barrios porteños (Daniel Link) o por el conurbano
(Leandro Ávalos, Washigton Cucurto, Gabriela Cabezón Cámara, Leonardo Oyola),
relatos que transcurren en pueblos y ciudades del interior (Selva Almada, Hernán
Ronsino, Federico Falco) y que apuestan a darle una vuelta de tuerca a la
tradición de la literatura rural.
Se habló igualmente de la gran
experimentación con los géneros: del policial, pasando por los géneros íntimos
hasta las novelas de zombies, de escrituras que apuestan a la experimentación
lingüística y a la búsqueda de fuentes orales (María Pía López), de una
literatura que se propone una revisión crítica de la tradición literaria y de
los mitos nacionales. Respecto del relato fantástico, se destacó la irrupción
en un plano más realista de la narración del elemento fantástico bajo la forma
de lo extraño cotidiano o de lo siniestro (Sergio Bizzio, Samanta Schweblin,
Lucía Puenzo).
Las llamadas “narrativas de la
memoria”, estuvieron también presentes en los debates. Se discutió, entre otros
procedimientos, la articulación entre documentación y pura invención a la hora
de dar cuenta de hechos de nuestro pasado reciente. Pienso, por ejemplo, en la
discusión en torno al tratamiento literario de hechos históricos a partir de
ciertos “mitos” que pueblan nuestro imaginario nacional –tema que surgió a
partir de una de las preguntas formuladas por Annick Louis, especialista en
literatura argentina, en torno al tratamiento del “mito del tesoro” de los
exiliados nazis en la
Patagonia , tal como éste aparece en Wakolda (2011) de Lucía Puenzo.
Otro de los casos mencionados fue
la utilización por parte del escritor de ciertos motivos que forman parte de
nuestro imaginario nacional y que pueden funcionar como disparadores de una
reflexión histórica “en clave” por parte de los lectores. Así, por ejemplo,
caracterizaba Martín Kohan la referencia al combate Firpo-Dempsey que aparece
en su novela Bahía Blanca (2012), cifrando el mito de aquel glorioso
destino nacional que se ve continuamente frustrado por fuerzas misteriosas y
omnipotentes.
Interrogados, finalmente, sobre
las dificultades de lectura que puede experimentar un lector extranjero no
familiarizado con el universo referencial de las novelas, los escritores
coincidían en que la pertenencia a una determinada tradición literaria,
histórica o política no hace sino contribuir a la diversidad de las lecturas.
Ciertamente, un lector
del Facundo traducido al árabe no leerá el mismo texto que nosotros
pero acaso su lectura capte algo que al lector local se le escapa.
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