Durante el mes de marzo pasado, la Argentina fue el país
invitado al cada vez más alicaído Salon du Livre de París. Éste, que hace
algunos años se extendía por dos semanas, se fue encogiendo y pasó, primero, a diez días y, después, a cinco, con la consiguiente merma de público. Digamos que, pese a sus 34 años
de existencia, es una manifestación más de las tantas que celebran al libro en Francia,
acaso uno de los países más lectores de la tierra, de la literatura propia y
extranjera.
Esta última mención no es menor. Las
cifras encuestadas por el Observatoire de l’économie du livre du
Service du livre et de la lecture de la DGMIC para los años 2011-2012 (que pueden
ser leídas aquí: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Chiffres-cles_Livre_2011-2012%20(1).pdf
), hablan a las claras de la cantidad de títulos que se publican en Francia
cada año 70.109 títulos en 2011 (o sea,
+4,2% respecto de 2010) y 72.139 títulos en 2012 (vale decir, +2,9% respecto de
2011), en ambos casos, con tiradas promedio de 7.630 ejemplares.
Corresponde asimismo señalar que,
del total de libros vendidos, en 2011 hubo un 15,9% (equivalentes a 10.226 novedades
traducidas) y, en 2012, un 17,3% (que se corresponden con 11.313 nuevas
traducciones). De acuerdo con las estadísticas del año 2012, estos son los
títulos y porcentajes sobre el número total de traducciones:
1) inglés: 6.653 títulos, o sea
un 58,8% del total),
2) japonés: 1.191 títulos (10,5%),
3) alemán: 5.754 títulos (6,7%),
4) italiano: 5.554 títulos (4,9%),
5) castellano: 5.403 títulos (3,6%),
6) lenguas escandinavas :
5.242 títulos (2,1%),
7) ruso: 5.117 títulos (1,0%),
8) neerlandés: 5.102 títulos (0,9%),
9) árabe 5.191 títulos (0,8%),
10) coreano 5.187 títulos (0,8%).
De todos estos números vale la
pena retener que los 5.403 títulos publicados en 2012 corresponden a todos los
países de lengua castellana, lo cual constituye una cifra ínfima respecto del
total. Y no es que Francia no haya hecho bien las cosas. De hecho, el
Administrador de este blog, realizó en 1985 una investigación sobre libros de
autores argentinos traducidos en Francia entre 1890 y 1984. La lista, que se
apoyaba en investigaciones previas (como la tesis de doctorado de Sylvia
Molloy, por ejemplo), se completó con una serie de entrevistas con Héctor
Bianciotti (a la sazón, responsable de la parte de castellano de Gallimard),
Severo Sarduy (con igual puesto, pero en Le Seuil), Laure Bataillon (una de las
más activas traductoras del castellano en Francia), etc. El resultado no pasaba
los 250 títulos.
Esas mismas estadísticas fueron
reforzadas algunos años más tarde, cuando Jean-Yves Merian creó Les Belles
Etrangères, una manifestación que consistía en invitar a Francia a un grupo
considerable de escritores de un país determinado (sin la mediación de las
secretarías o ministerios culturales de los países en cuestión, lo que
aseguraba una mayor transparencia) para que los autores elegidos se presentaran
en toda Francia, impulsándose de ese modo la política de traducciones al
francés. Toda Latinoamérica y España fueron invitadas a lo largo de varios
años, y el número de libros traducidos efectivamente creció.
Luego, se acabó la imaginación y
sólo quedaron las ferias del libro, entre ellas, el tan cacareado Salon que,
con más pasado que presente, se convirtió en una suerte de mínima vitrina si se
lo compara con, por ejemplo, las grandes ferias como Frankfurt, Guadalajara o
Londres, acaso las tres más importantes de Occidente.
Ahora bien, a no engañarse: las
ferias del libro no son la fuerza que impulsa la literatura, sino apenas un negocio.
Principalmente, para quienes las organizan. Cualquier país que disponga de dos,
tres o cuatro millones de euros –las tarifas varían de feria en feria– puede
ser invitado y disfrazar la inversión de homenaje ajeno, aunque sea uno mismo el que lo paga. A decir verdad, se trata de un
curioso auto-homenaje donde todo está pautado, desde el precio del metro de stand, al valor de las pantallas o
teléfonos que en él se instalen, los traductores (si fueran necesarios), los
botellones de agua, los vasitos, y así sucesivamente hasta llegar a los clips (eso sí, el papel higiénico corre por cuenta del Salon du Livre).
En 2011, el Salon, que ese año
“homenajeaba” a Escandinavia, decidió agregar a su celebración, y por lo tanto a sus arcas, una ciudad. Y fue el turno de Buenos
Aires. Hubo una nutrida delegación de escritores y, al menos, desde el punto de
vista del público, fue un gran éxito. De hecho, hubo colas de hasta una cuadra para esperar el autógrafo de Quino, charlas de éste con Hermenegildo Sabat, una extraordinaria mesa redonda sobre novela y política con Andrés Neuman, Oliverio Coelho, Hernán Ronsino y Martín Kohan, intervenciones de Alan Pauls, Damián Tabarovsky, etc.
Un año después, Lombardi decidió repetir, esta vez poniendo el énfasis en los humoristas e historietistas, y también hubo una buena acogida a los argentinos. Y en 2013, con el acento puesto en los 30 años de democracia enla Argentina y en la poesía nacional, hubo
nuevamente una muy buena recepción. Fue justamente ese año, en que el
presidente François Hollande y el ex Ministro de Cultura Jacques Lang pasaron
por el stand porteño a saludar a
Lombardi, cuando se vio a Jorge Coscia, Secretario de Cultura de la Nación , deambulando por los
pasillos del Salon con la foto que se había sacado con la Ministra de Cultura
francesa, sellando el compromiso de la invitación al Salon en 2014. Dicho de
otro modo, todo parecía ser cuestión de tener una foto y que esa foto rebotara
en la prensa local, aunque la suma que se fuera a invertir superara enormemente
lo que había gastado en todos los años anteriores juntos el Ministerio de
Cultura de la Ciudad
de Buenos Aires. En una y otro caso, aclaramos que se trata de dinero público;
vale decir, el recaudado con nuestros impuestos.
Un año después, Lombardi decidió repetir, esta vez poniendo el énfasis en los humoristas e historietistas, y también hubo una buena acogida a los argentinos. Y en 2013, con el acento puesto en los 30 años de democracia en
Para muchos de los editores
franceses, éste Salon fue una operación más que conveniente: la Argentina pagó para que
los escritores que ellos ya habían publicado se hicieran presentes en Francia y
participaran en lanzamientos, mesas redondas y demás manifestaciones públicas,
sin tener que invertir prácticamente nada. En otros casos, se trataba de tentar
a hipotéticos editores para que, acaso deslumbrados por algún autor que no
conocían, fueran a publicarlo. Pero, una de dos: el deslumbramiento se produce
porque existió una lectura previa (puede tratarse de un informe de lectura, por
ejemplo), o porque el autor, dominando perfectamente el francés, fue capaz de
una performance extraordinaria que
despertó curiosidad sobre lo que escribía. Y no se discute aquí sobre quién fue
y quién debió ir (ese capítulo, aún no cerrado, ya tuvo suficiente eco en la
prensa internacional), sino sobre la correcta evaluación de lo que le significa
para el erario público esta curiosa aventura un tanto provinciana, cuyo reflejo
parece fundamentalmente destinado a deslumbrar más a los argentinos que, en
este caso, a los franceses.
Si bien es más que comprensible
que quienes se beneficiaron con el viaje estén contentos y así lo digan (al fin
y al cabo, Salon o no Salon, París es una ciudad deslumbrante), lo que hay que
preguntarse es si como política pública tuvo sentido. Porque, al fin y al cabo,
el hecho de que los libros de autores argentinos se exhiban en las vidrieras de
las librerías (algo que, más discretamente, pasa todo el año) o que algunos de
los invitados hayan pasado por la radio, no cambia nada. Más bien entra en las
generales de la ley hasta que, para la semana siguiente, los diarios y revistas
comenten la megaexposición de bonsai venida desde Japón, o el encuentro de
coleccionistas de estribos mongoles, o la presentación del Ramayama con subtítulos
en francés. Ésa es la dinámica, no otra.
Sin embargo, como contrapartida,
el Programa Sur de ayuda a la traducción, surgido en el seno del mismo gobierno
que propició la cruzada –pero no en el marco de la Secretaría de Cultura,
sino de la Dirección
de Cultura de la
Cancillería – con muchos menos recursos y mucha más
inteligencia sigue abonando la publicación de autores argentinos en el
exterior. Dicho de otro modo, su presencia en foros internacionales tiene un
valor inestimable, aunque no precisa viajar con más de cuarenta personas.
Finalmente, dado que la cobertura
mediática publicada en los diarios argentinos dio cuenta de un número limitado
de actos, este blog le ha solicitado a una serie de participantes y testigos de
lo ocurrido en París que comentaran sus impresiones para completar la imagen.
Es eso lo que se publicará en los próximos días.
Jorge Fondebrider
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