El País,
de Madrid, publicó en su suplemento cultural Babelia una serie de columnas con el título genérico “¿Es posible un
español global?”. Uno de los que contestó, fue el escritor y traductor mexicano –e
hincha fanático del Milan (pobre)– Fabio Morábito. Lo hizo el 13 de octubre
pasado en los términos que siguen.
Supremacía de la redacción
Empezaría
por poner en duda la existencia de los idiomas nacionales, entendidos como
realidades compactas e inamovibles. Apenas lo miramos de cerca, un idioma nacional se fragmenta en lenguas y dialectos que se subdividen a su vez en
hablas locales. En cada caso, además del acento, vemos cambios en los nombres
de los alimentos, de las prendas de vestir, de los utensilios domésticos, de
los juegos y de las diversiones, todo lo cual dificulta la comunicación, pero
también, si se quiere, la estimula. En este sentido, el llamado español global
me parece una entelequia todavía mayor que los españoles nacionales. Ni
siquiera la televisión, que ha sido siempre un potente factor de
homogeneización lingüística, escapa a la ley de la proliferación incesante de
localismos, modismos, jergas y demás usos puntuales y a menudo efímeros (y no
por efímeros menos significativos) en los cuales se sustenta cualquier lengua
viva.
El español global sólo puede existir
en la escritura, como estilo literario. Su optimismo comunicativo sólo puede
plasmarse de esa forma. De hecho, existe así. No es de sorprender, porque toda
escritura representa cierta normalización del habla y conlleva su potencial
globalización. Las revistas de las aerolíneas, para citar un caso, están
redactadas en ese estilo global. Dije redactadas, no escritas. El verdadero
problema lingüístico actual, en mi opinión, no es la globalización idiomática,
sino la gradual supremacía de la redacción sobre la escritura, tanto en ámbitos
frívolos como eruditos, un problema que habría que atacar desde la escuela.
Mientras la escritura tiene su semilla en el uso oral del lenguaje, y de él se
nutre, la redacción nace con una sordera crónica, desligada de los movimientos
íntimos del habla, a la que sin embargo remeda groseramente, y de ahí su éxito
y propagación inmensa, desde las revistas de avión hasta las académicas.
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