Casi un kilo de palabras nuevas
Mi
diccionario engordó casi un kilo. En la última década le nacieron 4.680 nuevas
entradas, le jubilaron por desuso unas 1.350, la ch y la ll fueron
a parar al cementerio de las letras y aún así, entre anabólicos por un lado y
dietas por el otro, la flamante 23° edición del Diccionario de la Real Academia
Española que se presentó la semana pasada pesa 2,5 kilos (al menos la
versión en dos tomos que se distribuye en América Latina), contra el 1,7 kg . de la edición
anterior, de 2001. Intenté calcular a cuánto el gramo de palabra, pero los
números de esta edición tricentenaria abruman: 93.111 entradas, 195.439 nuevas
acepciones, 140.000 enmiendas y 18.712 americanismos concentrados en 2.320
páginas.
Si
estas cifras aturden (sobre todo teniendo en cuenta que según un estudio de
2010 realizado por la misma RAE, los jóvenes sólo utilizan un promedio de 240
palabras para comunicarse cotidianamente), entonces la proeza de María Moliner
no es de este mundo. Bibliotecaria y ama de casa, esta aragonesa que nació con
el siglo XX y murió en 1981, dedicó más de diez años de su vida a compilar ella
sola un Diccionario del uso del
español sin más herramientas que sus kilómetros de fichas y una
máquina de escribir. Para muchos su diccionario ha sido uno de los más
revolucionarios, útiles e innovadores del habla hispana. Su único lamento fue
no poder terminarlo nunca: cuando llegaba por fin a la z , nuevas
palabras le aparecían en la a , y María quería empezarlo todo de
nuevo. Por fin accedió a publicar el primer volumen en 1966, y el segundo al
año siguiente, luego de que sus editores la convencieran de que estaba
construyendo una obra mutante.
Tal
vez por esa misma razón, y a pesar de las sudorosas y enfáticas reuniones de
los representantes de las 22 Academias de la Lengua Española
para ajustar esta nueva edición, el Diccionario
de la RAE –como
ningún otro– jamás podrá ser perfecto, porque las palabras que lo alimentan
corren más rápido que la prisa por atraparlas. Los diccionarios no son un
espejo del presente sino un compendio que intenta aproximarse a las últimas
respiraciones del habla. El idioma no cesa de moverse; las palabras flotan un
día para elevarse al otro o hundirse para siempre en el siguiente. Las nuevas tecnologías
son la prueba más contundente de estas mudanzas: el verbo que hoy imponen como
moda, mañana quizá perezca sepultado por otro más potente. Hoy tuiteamos,
chateamos, blogueamos… mañana, quién sabe.
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