De izquierda a derecha, García de la Concha, José María Fernández Sosa Faro y Manuel Lara,todos con ponchito porque hacía frío. |
El jueves 9 de octubre pasado, este blog publicó un artículo
aparecido en El Confidencial, de España, que, con firma de Carlos Prieto, contaba que El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los
Letrados. Cultura y política en España, 1962-1996, del escritor y
periodista Gregorio Morán había sido
censurado por Manuel Lara, el
presidente del Grupo Planeta, impidiéndose la publicación del volumen en el
sello Crítica. Entre otras cosas, se decía que, de los muchos títeres que el
libro dejaba sin cabeza, algunos resultaban incómodos para los intereses de
Lara.
E1 18
de octubre pasado, el mismo Gregorio Morán reveló en una columna reproducida de
Caffe Regio las razones de la prohibición: aquél a quien le iban a pisar los
juanetes era nada menos que Víctor García de la
Concha , ex presidente de la RAE y actual director del Instituto Cervantes. Revelado
ese dato, todo se vuelve mucho más sucio y lo que ya olía a podrido en el Grupo
Planeta, ahora es hedor confirmado.
“Las malditas 11 páginas”
Tardé diez años en escribir un
libro. Tiene un título largo, o por mejor decir tres, que ayudan a entender lo
que va dentro: El cura y los mandarines. Historia no oficial
del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España, 1962-1996. Contratado
por el grupo editorial Planeta tenía prevista su publicación en la primera
quincena de octubre, aunque el texto original estaba en sus manos desde
noviembre del 2013. Todo parecía marchar bien, por más que no se tratara de un
libro al uso, ni por su volumen -casi 700 páginas- ni por su contenido: la
trayectoria de la inteligencia española desde el franquismo hasta el final del
felipismo.
Después de cumplir los
deberes, que consisten en corregir lo que en términos de edición se denominan
“primeras pruebas”, incluso unas “segundas”, tras sortear las variadas y hasta
divertidas objeciones del llamado pomposamente “departamento jurídico“, que al menos en mi caso se
refiere a un individuo que responde al nombre de Gabino Sintes, que para mayor
singularidad se ocupa también de los “derechos de autor”, lo que a mi entender
debería llenarnos de inquietud -censor y defensor de los derechos del escritor,
diría que son incompatibles-. Pero en este caso se fueron superando. Poca cosa,
aunque engorrosa, dada la endeblez del letrado, que era capaz de escandalizarse
porque al ínclito don Juan March, antigua leyenda de la delincuencia
financiera, se le llamara “pirata”, cuando la misma editorial había publicado
su biografía, El último pirata del Mediterráneo.
La edición siguió su curso con
una hermosa portada que imprimió primorosamente y a la que acompañaba un texto
que por no ser mío sino de la casa editora merece la pena ser copiado. Siempre
me he abstenido de hacer las solapas o las contraportadas de mis libros porque
no me corresponde y uno se arriesga a hacer un ejercicio de vanidades
amparándose en el anonimato. Cualquier profesional del gremio sabe distinguir
cuando es el autor quien escribe lo que corresponde a la editorial, se nota en
el tono y sobre todo en el error de confundir lo que es importante para
nosotros y lo que puede resultar interesante para el lector. El texto redactado
e impreso por Editorial Crítica (Planeta) decía así: “Gregorio Morán nos ofrece
en este ambicioso libro una historia de la cultura española, y de sus
protagonistas, entre 1962 y 1996, precedido de una introducción acerca de sus
orígenes en los años cuarenta. La figura del ‘cura’, Jesús Aguirre, actúa como un hilo conductor, pero la
realidad es que la abundancia de los ‘mandarines’ -novelistas, políticos,
profesores, pintores, músicos…- que pueblan este retablo de figuras y figurones
lo desborda por completo. Nos hallamos así ante una historia intelectual de
España, seria y documentada, escrita con un sentido crítico y una sinceridad
que consigue que los intentos anteriores en este terreno nos parezcan
insustanciales. No hay duda de que la obra de Morán va a escandalizar por la
dureza de sus juicios, y que va a provocar muchos debates y algunas
indignaciones, pero la verdad es que, a partir de ahora, ninguna reflexión
sobre la cultura española en la segunda mitad del siglo XX podrá prescindir de
referirse a este libro”.
Hete
aquí que la editorial consideró que bien podría “prescindir” si no del libro al
menos de algunas páginas. Y así fue como el martes, 16 de septiembre, se me
planteó taxativamente que o retiraba el penúltimo capítulo -exactamente 11
páginas- o el libro no se publicaba. En 35 años de trabajo, en campo tan minado
como es el mundo editorial, no he quitado ni una página y así lo expliqué,
añadiendo que, por demás, el capítulo era “una viga maestra” y no podía
prescindir de ella. Las gentes de la industria editorial son tan chuscas que
alguien llegó a argumentar que tratándose de un texto de casi 700 páginas,
retirar 11 carecía de importancia.
¿De qué se trataba? El
capítulo de “las malditas 11 páginas”, por utilizar la expresión del presidente
del grupo Planeta, José Manuel Lara, se titula “¡Todos Académicos!” y se
refiere, como es fácil suponer, a la singular trayectoria de la Real Academia de la Lengua , la RAE , y muy especialmente al
periodo que tuvo en Lázaro Carreter y Víctor García de la Concha su mayores conseguidores. Y resulta
que hoy día Víctor García de la
Concha , director del Instituto Cervantes, ¡ay madre mía!, es
un auténtico proveedor del mundo editorial y quien, por su experiencia de
probado manipulador, el que facilita materiales tan significativos como los
productos del castellano dirigidos al mundo entero, empezando por el
diccionario de la RAE
-más de 400.000 ejemplares, en primera edición-, el negocio editorial por
excelencia, que anteayer publicó Planeta.
No conozco personalmente a
Víctor García de la Concha ,
ni ganas, pero sí sé de sus andanzas desde que yo llevaba pantalón corto en
Oviedo y él ejercía de magistral, sin serlo, de la catedral de Oviedo,
personaje evocador de La
Regenta de Clarín. Asturiano de Villaviciosa, cura resuelto a
superar una infancia dura, con una historia que hubiera podido escribir Galdós
y que ahora nos resulta de otra época; fascista medular, sacerdote rebotado,
casado con una de sus feligresas, profesor, trepador siempre, ignorante
absoluto y probado, como explico en apenas dos paginitas debeladoras de ese
inefable capítulo penúltimo, tan denostado por los encargados del negocio de la
cultura. ¡Once malditas páginas!
Todo me da en pensar que
alguien le hizo llegar a “Don Víctor” las páginas de “¡Todos Académicos!”, en
las que quedaba retratado y él les puso entre la espada y la pared. Y entonces
ocurrió lo que Don Vito Corleone convirtió en lema recurridísimo: “No se trata
nada personal, son sencillamente negocios”. Cuando yo le señalé al jefe, José
Manuel Lara, la singularidad de que hace 35 años era posible que una editorial
como la suya le echara un pulso al presidente del Gobierno, que no otra cosa
era publicar la biografía de Adolfo Suárez en octubre de 1979, me respondió en
hombre del presente, porque los herederos apenas recuerdan los vestigios del
pasado, mientras luchan por mantenerse son capaces de todo, incluso de equivocarse
porque les ciega el presente y no aspiran a futuro alguno. “No es miedo a
Víctor García de la Concha ,
sino respeto a una persona vinculada a esta casa en muchos proyectos
editoriales”.
La censura del business, del
negocio, es tan implacable como la política. Por eso no deja de hacer mucha
gracia, es un decir, que los nuevos editores o las editoriales bisoñas, pero
con lógica ambición de poder, te planteen el enorme interés que tienen en
publicarte. ¡Pero no sin antes leer el manuscrito! No quieren entender que si
entregas un manuscrito sin contrato estás vendido. Lo aseguro yo, un veterano
con muchos años de oficio. Yo no compro a ciegas, dicen ellos; pero los autores
no tenemos por qué entregar el producto de nuestro trabajo para que ellos
evalúen lo que les interesa. Son como jugadores con ventaja que te hacen el
favor de leerte, como quien te mira la dentadura y calibra lo que puedes
empujar en la piedra de su modesto molino. ¡Pero de dónde ha salido esta
generación de logreros!
En apenas un mes, lo confieso,
he pasado de autor veterano a ganado de excepción que debe exhibirse en la
feria. ¡A ver qué sabe hacer! Ya no tengo edad para soportar impasible las
imposturas de un gremio llamado a la quiebra. Pero queda como experiencia
personal, casi generacional, que estamos más predestinados que el Titanic y
que, por si fuera poca la broca, no tenemos ni una orquesta que nos asuma en su
suerte y nos amenice el final.
Vivimos tiempos jodidos porque
nuestra generación, así, en general, se ha vuelto golfa y hemos de buscar algo
digno por debajo de los 30, y como he tratado de explicar en El cura y los
mandarines, cuando frisábamos por esa edad no nos cabía en la cabeza que algún
día “los nuestros” defenderían la censura, asumirían la corrupción y se sentirían
cómodos en la estupidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario