El
miércoles 1 de octubre de 2014, la traductora española María José Furió publicó en El Trujamán el siguiente artículo, que
dos años después tenemos el gusto de reproducir.
La traducción del
psicoanálisis
El
psicoanálisis gozó de gran prestigio a lo largo de varias décadas en el campo
de las humanidades y pasó de moda hasta circunscribirse casi en exclusiva a la
práctica médica y a los congresos que regularmente celebran sus profesionales.
Sólo pervive como materia de interés entre los sectores cultos en países como
Argentina, Chile y, naturalmente, Francia, con una larga historia vinculada a
su teoría y práctica. Este mes de mayo precisamente Le Magazine Littéraire le dedica su dossier: «Fictions de la psychanalyse»,
que introduce con la afirmación: «La literatura y el psicoanálisis son los
mejores enemigos del mundo».
El descrédito
y la parodia que lograron arrinconarlo proceden sobre todo de críticos de
Estados Unidos. No es éste el lugar para analizar a qué obedece la pérdida de
prestigio de una disciplina que acuñó a lo largo del siglo xx una larga serie de conceptos que
enriquecieron el análisis de las obras literarias, pero sí para observar que,
probablemente en respuesta a la crisis de credibilidad del llamado pensamiento
único y de las ideologías políticas, además del aburrimiento que provocan los
nuevos escritores con su formación superficial, se produce una cierta
recuperación de teorías que hacen hincapié en el hombre y sus conflictos ya no
desde una perspectiva social, o no exclusivamente.
Pensadores
modernos, o a la moda, como Zizek, traen de vuelta a Lacan y sus conceptos
clave; se conmemoran los treinta años de la muerte de Foucault, y David
Cronenberg estrenó en 2011 Un
método peligroso, donde confrontaba de forma algo estrambótica pero
interesante a los dos grandes pioneros del psicoanálisis moderno, Sigmund Freud
y C. G. Jung.
La teoría
psicoanalítica no se limita al trío Freud-Jung-Lacan; autores de escuelas
derivadas de ellos como Berne, Dolto, Klein o Adam Phillips, resultan
accesibles en castellano en traducciones más que correctas. Sin embargo, un
lector medianamente informado que pretenda acercarse a los escritos de Lacan o
a su biografía en español puede acabar convencido de que su obra es una montaña
inalcanzable. Lo mismo pensará de sus comentaristas, como Jacques Derrida, si
lee algunas de las traducciones realizadas aun en años recientes, para
descubrir con sorpresa que críticos del psicoanálisis, como Félix Guattari y
Gilles Deleuze, no ofrecen mayores dificultades de comprensión en español una
vez el lector se ha familiarizado con los conceptos de su disciplina, que
incluye la reflexión en torno al lenguaje.
Lo paradójico
del caso Lacan es que él fue un excelente traductor del alemán al francés de la
obra de Freud —quien también lo fue del inglés—, y que, según subrayan expertos
en su obra como Néstor A. Braunstein, «por no tener una traducción aceptable,
toda una generación de psicoanalistas franceses se convirtió en meticulosa y
crítica lectora de Freud. El judío austriaco, inventor del inconsciente, salió
renovado y más brillante después de los desvelos incalculables de sus
“pasadores” al francés». En España, Freud tuvo la fortuna de un excelente
traductor, Luis López Ballesteros, a quien se atribuye el éxito que sus teorías
hallaron en Latinoamérica.
Aunque no
todas las traducciones de los escritos o seminarios de Lacan son indigestas,
puede que el error de base que presentan las más llamativamente abstrusas
consista en ignorar que no habría que traducir literalmente sus rodeos,
circunloquios verbales y retruécanos, ni tampoco la retorcida sintaxis que
practicaba, sino comprender que en parte ese estilo es el propio de un francés
desusado, el de una clase formada en la alta cultura a principios del xx, que pudo compartir con
autores tan distantes como los del nouveau roman.
Por no tomar en consideración esta premisa, y porque hasta hace poco escaseaban
los correctores conocedores de la jerga psicoanalítica, estructuralista, de la
antropología, ni existía internet para afinar consultas entre glosarios y
foros, la biografía de Lacan incluye numerosas incongruencias y confunde a
veces términos —«estructural» por «estructuralista»—, al punto que convendría
una puesta al día para dejarla, en una futura reedición, a la altura del
original de Elisabeth Roudinesco.
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