miércoles, 6 de marzo de 2019

La iglesia católica y el fin del progresismo cultural veneciano


“Biblias, el primer Talmud, el primer Corán y hasta manuales de guerra y arquitectura militar.” Es lo que incluye, según la bajada, el siguiente comentario de Carlos María Domínguez sobre el libro Los primeros editores, de Alessandro Marzo Magno, publicado el año pasado por la editorial Malpaso. Esta reseña salió el pasado 3 de marzo, en suplemento El Cultural, del diario uruguayo El País.

La industria editorial en la 
antigua Venecia

El periodista Alessandro Marzo Magno (1962) ha encontrado en la historia de los primeros editores la oportunidad de recorrer las calles de la antigua Venecia y los inicios del libro moderno, a poco de que Gutenberg imprimiera la Biblia con tipos móviles. Su ensayo transita por el dato erudito y la divulgación con especial atención a la vida de los libreros e impresores de los últimos años del siglo XV y primera mitad del XVI, cuando con sus ciento cincuenta mil habitantes la ciudad era una de las más populosas de Europa y editaba la mitad de los libros que circulaban por el continente.

La presencia de comunidades balcánicas integradas a la República de la Serenísima, de dálmatas, armenios y griegos, judíos alemanes y emigrados de la cuenca del Mediterráneo, diversificó las lenguas de las primeras publicaciones y exigió sumar a las tipografías latinas caracteres hebreos, en cirílico, en el glagolítico de los croatas medievales, incluso en árabe. La artesanía y rusticidad de los medios a menudo convirtió las erratas en sospechas religiosas, pero en Venecia se imprimió la primera Biblia rabínica y el primer Talmud, el Talmud babilonio, el palestino, y hasta el primer Corán, en un emprendimiento fallido que, precisamente por sus errores tipográficos, no alcanzó a circular y fue recuperado en 1987 por la bibliotecóloga Angela Nuovo en la isla de San Michele.

A fines del siglo XV el 45% de los libros que circulaban en una Europa mayormente analfabeta eran religiosos, pero en Venecia, donde la cuarta parte de la población masculina asistía a la escuela, rondaban el 26%. Los humanistas italianos irradiaron el concepto de la cultura moderna sobre el resto del continente y los radicados en Venecia, como Pietro Bembo, o los visitantes frecuentes, como Erasmo, alentaron la publicación de muchos clásicos griegos y latinos, aportaron traducciones y gramáticas, y favorecieron la difusión de las obras de Dante y de Petrarca en dialectos italianos.

La vulgarización cultural ha conducido al equívoco de confundir, muy a menudo, el humanismo con el humanitarismo, pero en este momento de la historia su significación es transparente: fue la actitud de los primeros intelectuales en comprender que la cultura de Occidente era una sola y dependía de la recuperación de la tradición griega, latina y hebrea, desde una perspectiva no mediada por la iglesia. Los humanistas trabajaron en Venecia con muchos impresores y libreros pero entre todos destacó, por su formación y refinamiento, el editor Aldo Manuzio, creador del formato de nuestros libros en octavos (o libro de bolsillo), ya no concebido para la vocación religiosa, como las ediciones en folios, sino para la educación y el entretenimiento. Comenzó por publicar las obras de Virgilio, Catulo, Tibulo y Propercio, de las que vendió más de tres mil ejemplares y convirtió a Petrarca en un best seller mayor, vendiendo en sucesivas ediciones alrededor de cien mil ejemplares de sus obras. Su legado más firme, sin embargo, fue la creación de la tipografía de letra cursiva, desde entonces también llamada itálica, y a sugerencia de Pietro Bembo trasladó el punto y coma del griego al latín y a la lengua vulgar, a la que sumó apóstrofos y acentos, criterios que más tarde fueron acompañados por todos los editores.

Un brillo crepuscular.
Más allá de escasas y ligeras referencias, es notoria la ausencia de la poesía, el cuento y el ensayo renacentista en el retrato de Marzo Magno. No hay en su libro seguimiento alguno de las ediciones del Decamerón de Boccaccio o El Príncipe de Maquiavelo, las ediciones de Dante o Petrarca, pese a que le dedica un capítulo entero al pornógrafo Pietro Aretino, muy popular entonces, y otros a la edición de los mapas, las partituras, la medicina, la cosmética y la gastronomía.

El autor se inclina por los tópicos de los manuales prácticos con un rico anecdotario en materia de cosmética —para obtener el tono rubio del cabello las venecianas llegaron a utilizar estiércol de paloma, sangre de tortuga y hasta moscas hervidas—, o francamente espeluznantes en temas médicos, como la disección de condenados a muerte, luego sustituidos por cadáveres, y la recomendación de asar ratas domésticas, pulverizarlas y añadirlas a las papillas de los niños para prevenir los excesos de salivación, según consta en el primer gran tratado de farmacología, del médico Pietro Andrea Mattioli, con numerosas traducciones en toda Europa.

Los manuales de guerra y de arquitectura militar tuvieron en Venecia un despliegue mucho mayor que en otras ciudades, dada su condición de potencia dominante en el Mediterráneo. Los patricios venecianos necesitaban una buena formación bélica para desarrollar su carrera política y los editores los abastecían de obras clásicas y modernas. En el arte de la guerra la cartografía tenía una utilidad de primer orden y si se copiaban muchos mapas antes de la llegada de la imprenta, el descubrimiento de América potenció las ediciones geográficas a niveles nunca alcanzados.

La gran paradoja del desarrollo cultural veneciano fue que brilló en el momento en que su hegemonía y relevancia quedaba desplazada por los intereses del mundo sobre el Atlántico. Colón era genovés, Américo Vespucio, florentino, Giovanni Caboto y Sebastián Caboto, ambos venecianos, y Antonio Pigafetta, vicentino de la Serenísima; todos cumplieron un papel de primer orden en el descubrimiento, al servicio de intereses ajenos. Durante un tiempo los venecianos creyeron que podrían repartirse con la corona española el dominio comercial de los mares, pero el despliegue de la armada británica dejó al Mediterráneo fuera del juego de las nuevas hegemonías. 

Venecia fue, sin embargo, un centro importante en la difusión de las noticias que llegaban del nuevo mundo, a través de cartas, crónicas de viajes y, sobre todo, la elaboración de mapas y tratados geográficos integrales como las Navigationi e viaggi de Giovanni Battista Ramusio, la monumental recopilación de sesenta y cinco crónicas de viajes hacia todos los confines, desde la antigüedad hasta mediados del siglo XVI, editados en tres volúmenes in folio.

Cuando en 1547 los poderes de la Inquisición romana lograron afianzarse en Venecia, su destino como centro cultural quedó malogrado. En pocos años se condenaron los textos protestantes, todas las biblias en lengua vulgar, más de seiscientos autores quedaron prohibidos y la plaza de San Marcos vio arder decenas de miles de libros en sucesivas hogueras. Desaparecieron las imprentas, el nuevo polo editorial se desplazó a París, y una vez más la historia pulsó su latido.


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