El 18 de marzo pasado, Verónica Abdala publicó en el diario Clarín una entrevista con Martín Caparrós, uno de los participantes del inminente Congreso de la Lengua. La bajada de la nota dice: "Está a favor del lenguaje inclusivo, cree en el idioma como algo vivo y considera innecesaria la presencia del rey español".
"Si Tinelli se postula a algú ncargo
yo vuelvo al país sólo para poder exiliarme"
Algunos la llaman “la cláusula Caparrós”
y está escrita en varios de sus contratos: el escritor pide que cuando una
editorial le manda por primera vez ejemplares de un nuevo libro suyo, acompañe el envío con “una caja de buen vino”,
con un doble propósito. Por un lado, dice, eso compensa la frecuente
frustración personal que, asegura, supone ver que la dedicación de meses o años
a un tema, termina reducido a “una pequeña pila de papeles impresos”. Por otro,
para medir lo que las editoriales consideran un buen vino. “Me he llevado
sorpresas, no llegan al
tetra brick, pero a veces se acercan peligrosamente”, asegura frente a
una taza de café, haciendo gala de ese filoso sentido del humor que acompaña
muchas sus apariciones públicas y a veces lo salva de la corrección
política.
Martín Caparrós –uno de
los más reconocidos periodistas y cronistas argentinos de la actualidad, y que
vive en España desde 2013– está en Buenos Aires para participar del Congreso de
la Lengua (CILE) que se realizará en Córdoba entre el 27 y el 30 de este mes, y
también para dar forma a una crónica sobre la capital argentina, que integrará una serie que compone para el diario El
País, sobre las grandes ciudades latinoamericanas. “El intento por sintetizar
una ciudad en sí mismo supone una pretensión disparatada” define. De todos
modos, ya hizo dos –Caracas y Bogotá– con las que está satisfecho, y Buenos
Aires es la que mejor conoce, aunque mantiene con ella, como con el país, una
relación ambivalente, signada por el amor y el espanto.
“Desde que me fui, en
materia política no ha cambiado nada: seguimos viendo a los mismos actores
–Cristina, Macri–, que ya han probado su habilidad para el fracaso”, dice. La
“brutalidad mayor”, sin embargo, le parece una posible candidatura de Tinelli:
“Si se postulara a algo yo volvería al país solo para poder exiliarme –dispara. Lo
único que ha hecho este hombre es contar chistes malos y mostrar culos y
uno hubiera creído que había cierta reacción ante este tipo de conductas. Que
pueda aspirar a algún puesto importante (NdeR: baraja su candidatura como gobernador de la Provincia de
Buenos Aires) y alguien crea que pueda conducirnos a algún lado, desmiente
totalmente lo que creemos que somos, cosa que a mí me cansa un poco”, dice
cruzado de brazos, mientras desvía su mirada hacia la ventana. “Por eso estoy
más enfocado en entender un poco mejor qué es América latina, un concepto que
para nosotros es escurridizo: no está claro qué significa ser latinoamericano y
quiero indagar en este territorio, en el que la mayoría de la población habita
grandes urbes, pese al mito de que habitamos campos y selvas.”
–¿Creés que, en términos históricos, los
argentinos vivimos como una contradicción esa pertenencia continental?
–Durante buena parte del siglo XX la
negamos. Nuestra estructura política y económica era muy distinta de la de los
demás países de la región, teníamos una vasta clase media y un Estado que
proveía salud, educación y cierta justicia social, trenes, periódicos y
editoriales infinitamente más ricas que en otros sitios, y además siempre nos
creímos mejores que el resto. Pero eso empezó a quebrarse con la guerra de
Malvinas, cuando nuestros estúpidos generales, que habían creído que Estados
Unidos nos apoyaría, cayeron en la cuenta de que no tendríamos ese apoyo ni
el de nadie más que el de un puñado de países latinoamericanos.
Ahí empezó a forjarse en términos colectivos esa idea de pertenencia, que se
consolidó cuando la situación de la clase media argentina se derrumbó, el
Estado proveedor decayó en sus funciones y los valores económicos nos acercaron
a la ruina. Hoy estamos todos más cerca e identificados con nuestros vecinos
del continente.
El CILE, que organizan
el Instituto Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y el gobierno de
Argentina como país anfitrión –y de cuyo acto de apertura participarán los
reyes Felipe y Leticia junto al presidente Mauricio Macri– reunirá a casi doscientos cincuenta escritores y académicos de 32 países que debatirán
en torno al lema "América y el futuro del español". El
encuentro aspira a convertirse en un espacio de diálogo, pero ya tiene su
propia grieta. Al programa oficial –del que participan el Nobel
peruano Mario Vargas Llosa, Joaquín Sabina, Elvira Sastre, Juan Villoro, Jorge
Volpi, Jorge Edwards, Sergio Ramírez y Juan Luis Cebrián, entre otros– otro
colectivo de editores y autores opone una solicitada en redes, avalada por unas
500 firmas, que resiste el evento con presencia monárquica, mientras desde
Filosofía de la Universidad de Córdoba se opone un
"contracongreso" que ya suma 80 ponencias.
–El argentino promedio tiene una facilidad notable
para la intolerancia y el insulto y para subestimar al otro, lo que nos impide un intercambio más
interesante o profundo –opina Caparrós–. Me parece de una pobreza absoluta, y
lamentablemente es la forma que ha tomado la conversación en la Argentina de
los últimos años.
–¿Y eso por qué?
–Porque tenemos un pensamiento paranoide:
en esta solicitada unos hablan de que otros quieren imponer o consolidar el
idioma peninsular sobre los otros, de que el Congreso allana el camino al
empresariado español…me parece una pérdida de pólvora en chimangos. Creo que lo
que debería primar la tolerancia.
–¿Y la presencia del rey, es decorativa?
–El rey no decora, es bastante lastre, y
hace mucho tiempo que decidimos que no queremos tener reyes, así que quizás esté de más esa presencia.
Eso puedo entenderlo, pero de ahí a pensar que esto se hace para reconfirmar el
carácter hegemónico del español peninsular y allanar el camino al empresariado
español, como dice el documento, me parece innecesario.
–¿El idioma puede pensarse como una variante
de la patria?
–Si pensamos la lengua como patria la
sometemos a cierto corsé, porque la patria es una noción estática: la
suposición de algo que somos a priori, a la que creemos que deberíamos
aferrarnos. Pero la lengua es otra cosa, es algo movible, cambiante, y allí
reside parte de su atractivo. Yo he vivido muchos años con colombianas y he
adoptado palabras, vivo en España y también adopté modismos, del francés
también heredé expresiones. Puedo escribir en otros idiomas. Me gusta esa
vivacidad y creo que esto mutable.
–¿El idioma inclusivo, al que la RAE se ha
opuesto de manera reiterada es válido o forzado, en términos de esa mutación?
–Es válido. A priori no me gusta el
resultado –todes– pero me parece que la
lengua es algo dinámico y estoy a favor de la apertura. Prefiero, igual, que me
digan 'estamos todas contentas' aunque
haya varones a que me digan contentes.
Pero avanti, está muy bien, que los más chicos se apropien de la lengua y la
usen.
–Los
escritores y cronistas latinoamericanos gozan hoy un reconocimiento mayor. ¿Qué
es lo más interesante que a tu juicio se está haciendo en este momento?
–Me entusiasma la búsqueda de formas de
narrar que utilicen un poco más la multiplicidad de medios técnicos que existen
para contar historias, me refiero a la posibilidad de filmar, grabar, poner en
escena; una serie de posibilidades que empiezan a explorarse.
–¿Será ese el futuro de la crónica?
–Debería serlo, sin dejar de lado los
viejos relatos. Que haya videos interesantísimos no implica que haya gente que
deje de pintar. Me entusiasma la confluencia de estos elementos.
–Cuando surgieron las redes se impuso un
supuesto saber aceptado que sostenía que en Internet había que escribir corto,
sin embargo estás planteando que también se amplían los formatos para narrar…
–El argumento del formato corto cayó
definitivamente, hoy por suerte hay espacios donde se publican largos relatos y
está aceptado que los lectores leen en el subte, o en su celular por la calle,
pero no por eso esperan leer cosas más cortas o peores, al contrario; vivimos
un momento de auge de la crónica y en plataformas online, porque los lectores
agradecen los buenos relatos, como ocurrió siempre. Y se abren nuevas puntas:
otra vez, hay que moverse, hay que explorar. Los nuevos desafíos y lo que surja
a futuro quizás pasen por poder hacer bien eso.
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