jueves, 21 de marzo de 2019

"El rey no decora, es bastante lastre"


El 18 de marzo pasado, Verónica Abdala publicó en el diario Clarín una entrevista con Martín Caparrós, uno de los participantes del inminente Congreso de la Lengua. La bajada de la nota dice: "Está a favor del lenguaje inclusivo, cree en el idioma como algo vivo y considera innecesaria la presencia del rey español".

"Si Tinelli se postula a algú ncargo
yo vuelvo al país sólo para poder exiliarme"

Algunos la llaman “la cláusula Caparrós” y está escrita en varios de sus contratos: el escritor pide que cuando una editorial le manda por primera vez ejemplares de un nuevo libro suyo, acompañe el envío con “una caja de buen vino”, con un doble propósito. Por un lado, dice, eso compensa la frecuente frustración personal que, asegura, supone ver que la dedicación de meses o años a un tema, termina reducido a “una pequeña pila de papeles impresos”. Por otro, para medir lo que las editoriales consideran un buen vino. “Me he llevado sorpresas, no llegan al tetra brick, pero a veces se acercan peligrosamente”, asegura frente a una taza de café, haciendo gala de ese filoso sentido del humor que acompaña muchas sus apariciones públicas y a veces lo salva de la corrección política.

Martín Caparrós –uno de los más reconocidos periodistas y cronistas argentinos de la actualidad, y que vive en España desde 2013– está en Buenos Aires para participar del Congreso de la Lengua (CILE) que se realizará en Córdoba entre el 27 y el 30 de este mes, y también para dar forma a una crónica sobre la capital argentina, que integrará una serie que compone para el diario El País, sobre las grandes ciudades latinoamericanas. “El intento por sintetizar una ciudad en sí mismo supone una pretensión disparatada” define. De todos modos, ya hizo dos –Caracas y Bogotá– con las que está satisfecho, y Buenos Aires es la que mejor conoce, aunque mantiene con ella, como con el país, una relación ambivalente, signada por el amor y el espanto.

“Desde que me fui, en materia política no ha cambiado nada: seguimos viendo a los mismos actores –Cristina, Macri–, que ya han probado su habilidad para el fracaso”, dice. La “brutalidad mayor”, sin embargo, le parece una posible candidatura de Tinelli: “Si se postulara a algo yo volvería al país solo para poder exiliarme –dispara. Lo único que ha hecho este hombre es contar chistes malos y mostrar culos y uno hubiera creído que había cierta reacción ante este tipo de conductas. Que pueda aspirar a algún puesto importante (NdeR: baraja su candidatura como gobernador de la Provincia de Buenos Aires) y alguien crea que pueda conducirnos a algún lado, desmiente totalmente lo que creemos que somos, cosa que a mí me cansa un poco”, dice cruzado de brazos, mientras desvía su mirada hacia la ventana. “Por eso estoy más enfocado en entender un poco mejor qué es América latina, un concepto que para nosotros es escurridizo: no está claro qué significa ser latinoamericano y quiero indagar en este territorio, en el que la mayoría de la población habita grandes urbes, pese al mito de que habitamos campos y selvas.”

–¿Creés que, en términos históricos, los argentinos vivimos como una contradicción esa pertenencia continental?
–Durante buena parte del siglo XX la negamos. Nuestra estructura política y económica era muy distinta de la de los demás países de la región, teníamos una vasta clase media y un Estado que proveía salud, educación y cierta justicia social, trenes, periódicos y editoriales infinitamente más ricas que en otros sitios, y además siempre nos creímos mejores que el resto. Pero eso empezó a quebrarse con la guerra de Malvinas, cuando nuestros estúpidos generales, que habían creído que Estados Unidos nos apoyaría, cayeron en la cuenta de que no tendríamos ese apoyo ni el de nadie más que el de un puñado de países latinoamericanos. Ahí empezó a forjarse en términos colectivos esa idea de pertenencia, que se consolidó cuando la situación de la clase media argentina se derrumbó, el Estado proveedor decayó en sus funciones y los valores económicos nos acercaron a la ruina. Hoy estamos todos más cerca e identificados con nuestros vecinos del continente.

El CILE, que organizan el Instituto Cervantes, la Real Academia Española (RAE) y el gobierno de Argentina como país anfitrión –y de cuyo acto de apertura participarán los reyes Felipe y Leticia junto al presidente Mauricio Macri– reunirá a casi doscientos cincuenta escritores y académicos de 32 países que debatirán en torno al lema "América y el futuro del español". El encuentro aspira a convertirse en un espacio de diálogo, pero ya tiene su propia grieta. Al programa oficial –del que participan el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, Joaquín Sabina, Elvira Sastre, Juan Villoro, Jorge Volpi, Jorge Edwards, Sergio Ramírez y Juan Luis Cebrián, entre otros– otro colectivo de editores y autores opone una solicitada en redes, avalada por unas 500 firmas, que resiste el evento con presencia monárquica, mientras desde Filosofía de la Universidad de Córdoba se opone un "contracongreso" que ya suma 80 ponencias.

El argentino promedio tiene una facilidad notable para la intolerancia y el insulto y para subestimar al otro, lo que nos impide un intercambio más interesante o profundo –opina Caparrós–. Me parece de una pobreza absoluta, y lamentablemente es la forma que ha tomado la conversación en la Argentina de los últimos años.

–¿Y eso por qué? 
–Porque tenemos un pensamiento paranoide: en esta solicitada unos hablan de que otros quieren imponer o consolidar el idioma peninsular sobre los otros, de que el Congreso allana el camino al empresariado español…me parece una pérdida de pólvora en chimangos. Creo que lo que debería primar la tolerancia. 

–¿Y la presencia del rey, es decorativa?
–El rey no decora, es bastante lastre, y hace mucho tiempo que decidimos que no queremos tener reyes, así que quizás esté de más esa presencia. Eso puedo entenderlo, pero de ahí a pensar que esto se hace para reconfirmar el carácter hegemónico del español peninsular y allanar el camino al empresariado español, como dice el documento, me parece innecesario.

–¿El idioma puede pensarse como una variante de la patria? 
–Si pensamos la lengua como patria la sometemos a cierto corsé, porque la patria es una noción estática: la suposición de algo que somos a priori, a la que creemos que deberíamos aferrarnos. Pero la lengua es otra cosa, es algo movible, cambiante, y allí reside parte de su atractivo. Yo he vivido muchos años con colombianas y he adoptado palabras, vivo en España y también adopté modismos, del francés también heredé expresiones. Puedo escribir en otros idiomas. Me gusta esa vivacidad y creo que esto mutable.

–¿El idioma inclusivo, al que la RAE se ha opuesto de manera reiterada es válido o forzado, en términos de esa mutación?
–Es válido. A priori no me gusta el resultado todes pero me parece que la lengua es algo dinámico y estoy a favor de la apertura. Prefiero, igual, que me digan 'estamos todas contentas' aunque haya varones a que me digan contentes. Pero avanti, está muy bien, que los más chicos se apropien de la lengua y la usen.

–Los escritores y cronistas latinoamericanos gozan hoy un reconocimiento mayor. ¿Qué es lo más interesante que a tu juicio se está haciendo en este momento?
–Me entusiasma la búsqueda de formas de narrar que utilicen un poco más la multiplicidad de medios técnicos que existen para contar historias, me refiero a la posibilidad de filmar, grabar, poner en escena; una serie de posibilidades que empiezan a explorarse. 

–¿Será ese el futuro de la crónica? 
–Debería serlo, sin dejar de lado los viejos relatos. Que haya videos interesantísimos no implica que haya gente que deje de pintar. Me entusiasma la confluencia de estos elementos.

–Cuando surgieron las redes se impuso un supuesto saber aceptado que sostenía que en Internet había que escribir corto, sin embargo estás planteando que también se amplían los formatos para narrar…
–El argumento del formato corto cayó definitivamente, hoy por suerte hay espacios donde se publican largos relatos y está aceptado que los lectores leen en el subte, o en su celular por la calle, pero no por eso esperan leer cosas más cortas o peores, al contrario; vivimos un momento de auge de la crónica y en plataformas online, porque los lectores agradecen los buenos relatos, como ocurrió siempre. Y se abren nuevas puntas: otra vez, hay que moverse, hay que explorar. Los nuevos desafíos y lo que surja a futuro quizás pasen por poder hacer bien eso.

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