lunes, 11 de marzo de 2019

"Esta traducción no estaría representando sus brillantes alas"


El poeta y traductor Juan Arabia realizó la siguiente reseña del volumen misceláneo La llama, libro póstumo del poeta, novelista y cantante Leonard Cohen –publicado por la editorial Salamandra, de Barcelona, con traducción de Alberto Manzano, en moviente de 2018– que salió ayer en el suplemento de cultura del diario Perfil, de Buenos Aires.

La llama

Vayamos a lo específico, matemos la llama. Un libro como el recientemente publicado de Leonard Cohen (Montreal, 1934 – Los Ángeles, 2016), La Llama (The Flame), puede presentar todo tipo de conjeturas.

De “género”, podría ser la primera, y de lo que algunos poetas consideran por “poesía”. Aunque la literatura moderna no puede ignorar que tanto en Grecia como en Provenza la poesía alcanzó su máximo esplendor rítmico y métrico en momentos en que el arte poético y musical se hallaban íntimamente ligados.

Además podrían discutirse aspectos de ventajismo comercial, estructurales; o de la traducción misma de poesía, problemática que conlleva a considerar los elementos estéticos de las versiones originales.

Leonard Cohen era muy puntilloso, un perfeccionista extremo. Y esta traducción, evidentemente, no estaría representando sus brillantes alas.

No porque traicione su sentido, sino porque no lo estaría elevando a su esencia, a sus verdaderos riesgos rítmicos y musicales.

Este libro incluye una serie de textos que Cohen seleccionó y que habrían de conformar su último libro de poemas.

La Llama, título escogido por su hijo Adam debido a la repetición de la palabra “flame” a lo largo de todo su trabajo, recoge 63 poemas que el mismo autor eligió cuidadosamente de un acervo de textos inéditos y que abarca varias décadas.

Además, incluye las letras de canciones de sus últimos cuatro discos (“Alerta Azul”, “Viejas Ideas”, “Problemas Populares” y “Lo Quieres Más Oscuro”), muchas de los cuales ya habían sido publicados originalmente como poemas en The New Yorker.

Una tercera parte presenta una selección de los cuadernos que Leonard llevó consigo desde su adolescencia hasta el último día de su vida.

Además de estas tres secciones, supuestamente estipuladas por Cohen, el autor quiso incluir en el libro su memorable discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, leído en Oviedo en el 2011, junto a muchos de sus propios autorretratos y dibujos.

A diferencia de sus álbumes, esta vez nos encontramos –al menos en lo que respecta a sus primeros poemas y las notas de sus cuadernos– con un poeta que sólo tiene que valerse de palabras (en sentido rítmico y semántico).

Es el caso de la primera sección del libro, estos 63 inéditos y nuevos poemas, donde Cohen parece deshacerse de lo que habría sido su legado, en su último disco: “lo quieres más oscuro / apagamos la llama”. Acá en cambio encontramos otra posibilidad en el recorrido: “Trabajé siempre con firmeza / Pero nunca lo consideré un arte / ahí estaban los esclavos / Los cantantes encadenados y carbonizados / Pero el arco de la justicia ha cedido / Y los heridos pronto se manifestarán / Perdí mi trabajo defendiendo / Lo que le pasa al corazón”.

El autor, en ese sentido, da largas muestras de no habitar ya en La Torre de la Canción, (el poema está fechado el 24 de junio de 2016): “No era nada, sólo negocios / pero dejó una fea marca / Y aquí estoy revisitando / Lo que le pasa al corazón”; “Vendía abalorios santos / Vestía con cierta elegancia / Tenía un gato en la cocina / Y una pantera en el jardín / En la prisión de los talentosos / Me llevaba bien con el guardia / Y nunca tuve que ser testigo / De lo que le pasa al corazón”.

Hay grandes poemas, además, en esta primera parte de La Llama, como “La resaca”, “15 de enero de 2007, Cafetería Sicily”, “Pleno empleo”, “Lo que va a ocurrir 16.02.03”, “Agradecido” y “Invierno en Mount Baldy”.

Todos estos poemas cobran mayor efectividad, ya que al final del libro aparecen los originales y el lector puede comparar el sonido verdadero, carácter exclusivo de su forma de arte. En lo que respecta a la edición inglesa firmada por Robert Faggen y Alexandra Pleshoyano en julio de 2018, y que este volumen traduce e incluye, leemos: “Todo el mundo sabe que Leonard solía trabajar en sus poemas durante años, a veces décadas, antes de publicarlos, y él mismo dio éstos por concluidos”.

Probablemente, y salvo que un trabajo y esfuerzo mantenga algo del espíritu original, un libro de poesía traducido al “español” no le pueda hacer justicia a sus versos. Leonard Cohen es Bíblico. Sus letras son mesiánicas, están escritas en el lenguaje de los libros sagrados: “And fastened here, surrendered to / My Lover and My Lover, / We spread and drown as lilies do– / forever and forever”.

En el prólogo a esta edición, escrita por su hijo Adam, leemos: “Este libro contiene los últimos esfuerzos de mi padre como poeta. Ojalá lo hubiera visto terminado, y no porque en sus manos hubiera sido un libro mejor, más acabado, más generoso y estructurado, ni porque, de una manera más fiel, hubiera reflejado lo que mi padre quería ofrecer a sus lectores, sino porque su cometido era lo que lo mantenía vivo al final de sus días, su único objetivo vital”.

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