viernes, 15 de marzo de 2019

Una más y, por un tiempo, no jodemos más

El pasado 8 de marzo, como una manera de acompañar el “Día de la Mujer”, el Consejo Nacional de Investigadores Científicos (CONICET) publicó en su página web el siguiente texto de Natalia Behar Sosa sobre la conveniencia o inconveniencia del lenguaje inclusivo. En su bajada, se lee: “La Dra. en Sociología, María Sol Torres Minoldo y el Dr. en Filosofía, José María Gil exponen motivos a favor y en contra del uso de la letra ‘e’ como alternativa de género”.

Dos investigadores del CONICET,
dos enfoques sobre el “lenguaje inclusivo”

“El problema está en confundir la gramática con el machismo”, expresó públicamente el director de la Real Academia Española (RAE) Darío Villanueva en una entrevista realizada en julio del 2018. En paralelo, en el marco del debate feminista y la lucha por los derechos de la igualdad entre el hombre y la mujer, el lenguaje inclusivo aumenta su nivel de aceptación, con repercusión en medios de comunicación y redes sociales. Al calor de las reivindicaciones de género, la iniciativa intenta romper con el binarismo “hombre/mujer” y evitar expresiones sexista del lenguaje.

En medio del debate y tras innumerables consultas con relación a su uso, en junio de 2018, la RAE amplió a través de su cuenta de Twitter: “#RAEconsultas El uso de la @ o de las letras «e» y «x» como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”. En paralelo, quienes promueven el uso del “lenguaje inclusivo” ponen en la mira el uso del “genérico masculino” para denominar a ambos sexos, en expresiones como reunión de “padres”.

Para entender cómo se analiza hoy el lenguaje inclusivo es importante saber primero que se trata de un fenómeno social originado en los años setenta, con una fuerte influencia del movimiento Lésbico-Gay-Trans-Bisexual (LGTB). Desde entonces, la diversidad de las múltiples identidades de género comienza a ser nombrada. Se opta por el uso de la letra “x”, “, la “@”, la “e” y en algunos países la letra “i” (las últimas dos en la búsqueda por variables pronunciables) para designar género indistinto.

La RAE expresó también a través de su cuenta de Twitter: “#RAEconsultas No es esperable que la morfología del español integre la letra «e» como marca de género inclusivo, entre otras cosas porque el cambio lingüístico, a nivel gramatical, no se produce nunca por decisión o imposición de ningún colectivo de hablantes”.

El debate, lejos de estar cerrado, sigue replicándose en diversos ámbitos. Un ejemplo de ello es que, el 11 y 12 de abril próximo, la facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata será sede del Primer Congreso de Lenguaje Inclusivo.

¿Qué opinan con relación al lenguaje inclusivo dos científicos pertenecientes al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)?

La Dra. en Sociología María Sol Torres Minoldo, Investigadora Asistente en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS), a favor de su uso, co-escribe en el artículo “La Lengua Degenerada”: “Lo que diga la RAE sobre este tema nos tiene sin cuidado. Con todo respeto. Muy lindo el diccionario”.

Por otro lado, el Dr. en Filosofía José María Gil, Investigador Independiente en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMD), cuestiona la naturaleza paradójica de este proyecto de cambio lingüístico que, a pesar de que es motivado por un justo reclamo a favor de la igualdad de género, incurre en prejuicios que pueden alimentar hipótesis clasistas y aun racistas.

A FAVOR
Por María Sol Minoldo, Investigadora Asistente en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS)

Si bien no existen evidencias contundentes acerca del efecto que tiene el lenguaje sexista sobre la reproducción de las relaciones de género, sí existen experimentos que respaldan la capacidad del lenguaje para condicionar nuestra mirada del mundo en diferentes aspectos, y el peso del género gramatical para atribuir carga semántica incluso a conceptos asexuados. Por ello, aunque nada garantiza que la transformación del lenguaje debilite, en efecto, la reproducción de relaciones de género injustas, la propuesta del lenguaje inclusivo sí aparece como, al menos, un ámbito válido de disputa política

Lo cierto es que la crítica a los ‘falsos genéricos’ y a la predominancia del género gramatical masculino en el habla no tiene tanto que ver con una dificultad de comunicación. Lo que se pone en cuestión es que estas estructuras lingüísticas no solo reflejan, sino que además reproducen, categorías de organización y comprensión de los géneros. Y lo hacen en función de un esquema no sólo asimétrico, sino además estrictamente binario. Y cuando sólo existen dos categorías posibles, femenina y masculina, la diversidad no puede ser siquiera nombrada.

Por otra parte, desde el punto de vista de Bourdieu, podríamos decir que el propio efecto disruptivo que el lenguaje inclusivo produce en la comunicación, tiene potencial para debilitar la violencia simbólica que contribuye a reproducir las relaciones de poder (incluidas las de género, por supuesto). Al producir incomodidad allí donde quedaba invisible una relación social opresiva, permite poner en entredicho la aparente ‘naturalidad’ de dicha relación. Esto quiere decir que el lenguaje inclusivo puede funcionar como una estrategia más para dar visibilidad a las relaciones de género como un producto socio histórico, y habilitar su discusión.

Desde un punto de vista lingüístico, de hecho, proponer una transformación del lenguaje que lleve a desambiguar el genérico que coincide con la forma específica del género masculino, no sólo no resulta inaplicable, sino que, de hecho, puede resultar enriquecedor. A la vez, apostar a la transformación del habla es perfectamente compatible con su carácter histórico, ya que la lengua no constituye en absoluto un producto inmutable, sino que se encuentra “viva”, transformándose constantemente debido a los cambios que la comunidad de hablantes introduce en su uso.

Cierto es que la propuesta específica de crear un genérico neutro tiene complejidades mayores que la sustitución de unos términos por otros, puesto que supone que se introduzca un nuevo género gramatical que, para integrarse a la gramática de nuestra lengua, deberá cumplir algunas reglas. Pero que su adquisición tenga dificultades mayores, bien podría ser compensado por el impulso que le proporciona el interés político que despiertan estas propuestas.

EN CONTRA
Por José María Gil, Investigador Independiente en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP)

El así llamado “lenguaje inclusivo” es la planificación de un cambio morfológico que visibiliza de forma creativa el justo reclamo de la igualdad de género. Sin embargo, la planificación de ese cambio pasa por alto la evidencia lingüística e incurre en prejuicios que no sólo son incompatibles con dicha evidencia, sino que además pueden alimentar hipótesis clasistas o aun racistas. En lo referido a la evidencia lingüística, carece de fundamento la idea de que un cambio en la morfología (el uso de “e” para evocar “género indistinto”) pueda promover un cambio conceptual. Además, el uso de este cambio morfológico se circunscribe a hablantes altamente escolarizados, razón por la cual el “lenguaje inclusivo” termina siendo paradójicamente elitista. En relación con los prejuicios que alimenta, el “lenguaje inclusivo” cae en la falsa y peligrosa hipótesis del determinismo lingüístico, según la cual el léxico y la gramática de la lengua que hablamos crea una trama de hierro para los pensamientos que elaboramos.

Desde luego, a lo largo de la historia ha habido una gran cantidad de casos de planificación lingüística, desde la adopción de una lengua nacional hasta cambios ortográficos muy puntuales. Con todo, la justa idea de reivindicar grupos oprimidos o estigmatizados por lo general se encuadra en proyectos amplios que tienen en cuenta a la comunidad de habla en su conjunto. Por ejemplo, la modernización léxica del quechua trata de evitar los préstamos del castellano o el inglés. Entonces, se crean palabras nuevas a partir de la morfología quechua, lo cual permite valorar la identidad lingüística y cultural de sus hablantes.

Es muy comprensible que el debate en torno al “lenguaje inclusivo” se dé en este momento histórico particular porque hay un reclamo mayoritario y legítimo a favor no sólo de la igualdad de género, sino también a favor de la igualdad y de la libertad individual como valores supremos.

Me animo a creer que este debate es una de las tantas expresiones de una sociedad que se va haciendo cada vez más plural y más libre, hasta que ya no haga falta escudarse en un cambio morfológico para promover valores igualitarios y democráticos. La promoción de esos valores requiere cambios en el pensamiento de las personas, los cuales son mucho más complejos y vastos que un cambio premeditado en la morfología nominal.

1 comentario:

  1. En todo caso el lenguaje no condiciona nuestra mirada sino que nuestra mirada condiciona el lenguaje, de ahí que el lenguaje cambie. Y cambiará si cambian nuestras ideas. No al revés. Creo que una científica lo mismo que un científico debería entender esto. Y si fuera cierto que el lenguaje "condiciona nuestra mirada" más allá de nuestra voluntad, cambiarlo para que nuestra "mirada" cambie sería manipular tanto el lenguaje cuanto nuestra mirada. Que la mente sea manipulada "para bien" no significa que no sea eso una manipulación, como la que se suele achacar a los "medios hegemónicos". Que dicho sea de paso han dato muchísimo espacio a las noticias sobre "lenguaje inclusivo".

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