De la entrada 1948-1950
Las letras clásicas nos muestran que el tiempo atenúa los rasgos diferenciales y convierte los matices en rasgos genéricos. En cierto modo, traduce los textos de la más diversa procedencia a un lenguaje común, a un idioma que no corresponde a país alguno porque sólo se desarrolla a lo largo de siglos. De ello resulta un libro grandioso y siempre pasible de nuevas adiciones. (Creo que Hegel imaginó ese libro sin fin.) En defintivia, quiero decir que lo particular se disuelve en cosa genérica a medida que pasan los años.
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Allí donde los ingleses perciben hechos, los alemanes encuentran símbolos. Los primeros disocian; los segundos, asocian.
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Toda página concisa gana en fuerza cuanto pierde en claridad. He aquí un inmemorial conflicto cuyos oponentes son el vigor expresivo y la comprensión insípida.
De la entrada 1971
En América –en su extremo sur– la calandria funciona bien en el plano del realismo; el ruiseñor, de aquí ausente, en el plano del símbolo, pues el símbolo prospera a favor de la lejanía. El cóndor, tan nuestro, sólo es celebrado por la gente de la llanura (Andrade), que apenas lo ha visto, no por el andino Joaquín V. González, que lo vio destripar ovejas postradas, es decir, todavía vivas. Lo simbólico pide lejanía espacial o temporal. A mayor irrealidad, mayor prestigio simbólico. Algún benreficio, pues, podemos extrar de lo inverificable y borroso.
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