Juan Bonilla |
Aunque no ocupe el espacio que esperpentos tales como Pérez Reverte se roba en los suplementos culturales, Juan Bonilla, flamante premio Vargas Llosa de narrativa, es uno de los mejores escritores españoles de la actualidad y, en muchos sentidos, un tipo brillante. Poeta, cuentista y novelista, es también un gran ensayista y un periodista de primera. Se lo puede leer con frecuencia en su columna Biblioteca en llamas, que se publica en el diario El Mundo, de España, de donde ha sido tomado el texto que sigue.
Matilde Urbach revisited
–Sales
en las Obras Completas de Borges–, me dice un amigo, y a bote
pronto me parece una broma, pero resulta que no, o sea, resulta que sí, que
salgo, en una nota a pie de página a Le
Regret de Heraclite. Uf, digo, va siendo hora de dar explicaciones.
Hace un
montón de años, cuando yo era un indocumentado y creía que Borges era lo único que le había sucedido
al Universo después del Big Bang, se me ocurrió la gracia de buscarle bibliografía a Matilde
Urbach, protagonista de un famoso dístico de Borges que dice:
Yo, que tantos hombres he
sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo
desfallecía Matilde Urbach.
No es
que me impidiera dormir no tener idea de dónde se sacó Borges a ese personaje,
pero me picaba la curiosidad, y para no tener que rascarme, decidí inventarme
una procedencia, como si yo fuera un investigador en la cosa Borges. Se me
ocurrió leyendo las reseñas que Borges escribió para la revista El Hogar recopiladas en un tomo publicado por
Tusquets. Allí había una reseña sobre una novela titulada Man with four lives de William Joyce Cowen. Borges
contaba el argumento de la novela y desestimaba su pobre solución después de
haber sabido mantener el vértigo de un enigmático personaje que era asesinado
una y otra vez por el mismo capitán inglés. Me dije: de aquí sacó a Matilde
Urbach. Y ya está. Escribí un artículo contándolo,
me inventé que Bioy Casares me había dado la pista, que Javier Marías me
consiguió la novela de Joyce Cowen, que la protagonista de la novela era
Matilde Urbach, que el hombre de las cuatro vidas –que en realidad eran cuatro
gemelos– era el que en algún momento de la novela, al partir a la batalla,
decía: "Yo que sólo he sido un hombre, puedo enorgullecerme de ser al
menos el hombre en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach". La gracia es que el hombre que decía eso no sabía
que no era el único, pues sus otros tres hermanos también creían ser el único
en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach. Y sanseacabó. El artículo
recibió palmaditas en la espalda, lo recogí luego en un libro, se multiplicó en
páginas de internet poco a poco, hasta llegar a colarse ahora como referencia
en las Obras Completas de Borges, donde una nota al
pie de la página donde está el poema de Borges, informa de la procedencia del
nombre de Matilde Urbach utilizando mi artículo/cuento.
Cuando
se presentó esa edición, a cargo de Rolando Costa, el diario Clarín destacaba que por fin
se revelaban algunos secretos de la obra de Borges, y por poner un ejemplo,
escribían: "un recurso que Borges usaba mucho era inventar
escritores. Y atribuirles escritos. Es el caso de Gaspar Camerarius, a quien le
atribuye estos versos: 'Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/ Aquel
en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach'. Hubo biógrafos que especularon con
que Matilde era un amor del escritor, una pasión desbordante. Pues no, era un juego de Borges: se trababa apenas
del personaje de un libro casi desconocido que reseñó alguna vez." En fin.
También,
claro, mi hallazgo, mi invención, mi chiste, sirvió para que algunos listos
listísimos de los que pululan por la República de las Letras, donde se creen
auténticos monarcas, hicieran pasar el
descubrimiento como si fuera suyo, lo que no deja de ser enternecedor.
Y más aún, para que otros, borgianos de verdad de la buena, no como yo, que
sólo era borgiano epidérmico, usaran de trampolín el descubrimiento para
llevarlo más lejos, a un precipicio de pedantería que hubiera hecho sonreír a
Borges y a mí me hace partirme de la risa. Por ejemplo, el novelista Juan Francisco Ferré,
en su blog La vuelta al mundo,
escribe (lamento interrumpir su discursito con comentarios puestos entre
corchetes):
Los
borgianos epidérmicos –es decir, los borgianos profesionales, esos que exhiben
en público su presunta condición de legatarios creativos del maestro sin poseer
otro título para ello que un conocimiento superficial de su obra– se han
desgarrado y desgastado las neuronas [no será tanto, hombre, Ferré, desgarros
ninguno] buscando el
sentido y la fuente del poema. Sus hallazgos han sido siempre triviales. [Y a pesar de la triviliadidad de esos hallazgos,
Ferré los va a utilizar enseguida, o mejor dicho, sólo va a utilizar un
hallazgo, el mío]. Por
supuesto [claro, cómo
no, por supuestísimo] que
Borges estaría ajustando las cuentas con humor incomparable[gracias por lo
que me toca en eso de incomparable] a
una novela menor –'Man with four Lives' de Joyce Cowen– que considera fallida [y esto Ferré, ¿cómo lo sabe?
¿cómo sabe que ajusta cuentas con la novela de Joyce Cowen? ¿Lo ha descubierto
él solito o se habrá servido de algún hallazgo epidérmico, al que naturalmente
no cita porque pa' qué?] . Y
que la anécdota amorosa, algo perversa, de una mujer alemana –la epónima
Matilde Urbach– [ah, vaya,
Ferré ha leído la novela de Cowen, menos mal, ha visto y comprobado que la
protagonista se llama Matilde Urbach, qué bien, qué riguroso] que habría podido amar a cuatro
hombres distintos bajo la misma apariencia, creyéndolos el mismo hombre en
ocasiones sucesivas, no podía sino fascinar al Borges más travieso y juguetón,
a pesar de suponer una alambicada alegoría del impersonal amor a la patria en
tiempos de guerra y el cruento sacrificio de cuerpos viriles a ese generoso
amor germánico. Pero no menos importante para Borges [por supuestísimo otra vez],
como lector decepcionado del artefacto de Cowen, es el uso de la fingida
pluralidad de los personajes y la irrisoria reiteración de las circunstancias
como excusa para gastar una broma filosófica de alcance certero en contra de
las concepciones clásicas del tiempo, la linealidad del arte narrativo y, en
suma, de la literatura de ficción como correlato de las versiones más
adocenadas de la realidad. La verdadera originalidad de 'Le Regret d´Héraclite' [la verdadera y única, cabría
decir, como formulada por Ferré que es] se
cifra en su postulación de una cesura o hiato [¡cesura o hiato, date 'cuen!'] entre el yo trascendental y
el yo contingente del sujeto [todos
somos contingentes, sólo tú eres trascendental] tal y como Paul de Man
dilucida la cuestión, en su impagable análisis de los mecanismos de la ironía,
a partir de la novela Lucinda de Friedrich Schlegel. Si se lee la microficción
poética de Borges después de esta reflexión de De Man [a ver, un momento, espera, voy
a leerla] ya
no quedarán dudas sobre el designio del primero en el momento de concebirla.[Uy, no
sé, todavía me quedan dudas, dudas epidérmicas, claro] .
La
primera pregunta que se me ocurre es: ¿cómo tanta gente se limitó a repetir lo
que un mengano decía en un libro que no tenía nada de académico y donde había
igual un cuento sobre un programa de televisión en el que la gente se disparaba
en la cabeza que una serie de invectivas contra el arte abstracto? Ni idea.
¿Cómo nadie fue a la novela de Joyce Cowen para comprobar si lo que decía el
articulista era verdad o ficción, sobre todo después de recogerla en un libro
en cuya misma solapa ya se hablaba de la mezcla de una y otra? Entiendo que en
1996 no fuera fácil procurarse un ejemplar de la novela, (esa dificultad
precisamente era la que me permitía inventarme que Javier Marías me la había
conseguido), pero desde hace ya un montón de años cualquiera que quisiera
certificar que Matilde Urbach procedía de una novela de Joyce Cowen no tenía
más que gastarse los 15 dólares que piden en la red por un ejemplar sin
sobrecubierta . Eso es lo que he hecho yo ahora, (me he gastado cuarenta
dólares, pero es que la sobrecubierta es lo mejor de la novela y no quería
perdérmela). Me he dicho, después de que alguien, en México, me contara que una
escritora de allí me citaba como descubridor de la identidad de Matilde Urbach:
bueno, hasta aquí llegó la broma. Yo en aquella época hacía
muchas bromas de este tipo, me inventaba una cita de Somerset Maugham para
justificar el título de un libro, o le adjudicaba a San Agustín una greguería
que se me había ocurrido a mí. Cosas así. Lo
de Matilde Urbach era una gracieta.
Recuerdo que José María Conget escribió un relato que me dedicó para inventarle
una nueva procedencia a Matilde Urbach. Recuerdo que José Luis García Martín,
para inventar su propia versión de quién era ese personaje, citaba mi texto y
decía: es una ficción en un libro en el que los artículos son ficciones y las
ficciones artículos. Pero a García Martín deben de leerlo menos que a mí,
porque mi texto siguió circulando como si de veras tuviera altura académica,
citable. Debe ser el único texto publicado en El
Correo de Andalucía que ha
llegado a esas cimas. Recuerdo que Fernando Iwasaki siempre que me presentaba a
alguien lo hacía diciéndome: este es el hombre que se
ha inventado a Matilde Urbach. Recuerdo, en fin, que para
nombrarme cónsul en Xerez del Reino de Redonda, Javier Marías (ríe si sabes) me
impuso el nombre de "Urbach".
Confieso
que entre los días que han separado el momento de pedir la novela y el momento
de recibirla, me hice la ilusión de haber acertado a intuir que Borges sacó de
verdad de esa novela a Matilde Urbach. Es decir, me decía a mí mismo: a lo
mejor, así, por casualidad, por pura intuición, acertaste a descubrir que, en
aquella reseña de El Hogar,
Borges daba pistas sobre el lugar donde encontró a la famosa protagonista de su
poema. Y enseguida me reñía a mí mismo: no seas bobo, sería demasiada suerte.
Aunque cosas más raras me han pasado, también es verdad. Como hace ya 20 años
de todo aquello, registraba mis recuerdos para estar seguro del todo de que no
vi en algún rastreo, en alguna biblioteca, el nombre de Matilde Urbach en la
novela de Cowen. Me veía a mí mismo la única vez que hablé 10
minutos con Adolfo Bioy Casares, trataba de recomponer la
conversación, incrustar en ella el nombre de Matilde Urbach, pero también
enseguida me volvía a reñir: el artículo era invención de principio a fin, una
ocurrencia para hacerme el gracioso y disfrazar mi ignorancia de alta erudición
y colar como estudio lo que era un chiste sin esperar que nadie me tomara en
serio
Por
fin llegó la novela. La cubierta, en efecto, es
bonita. El texto, bastante peor incluso de lo que sugiere Borges,
pues si bien se presenta como un texto de horror al que al final se le da
una explicación racional ridícula, lo cierto es que está escrito con una prisa
y una falta de énfasis que parece responder a las exigencias de la novela de
kiosco –género al que por formato no pertenece. El propio texto de contratapa
parece ideado para excusar esas prisas de la prosa: "No hay tiempo para
crear atmósferas –dice– se trata de una historia de acción". La protagonista –aquella a la que mi artículo
identificaba como Matilde Urbach– se llama Audrey. Está
enamorada de un hombre, al hombre lo matan cuatro veces, tres veces reaparece,
la explicación final que tanto decepcionó a Borges y apenas a nosotros porque
ya la sabíamos, resulta de todo punto ridícula. En ningún momento, claro, oye
la frase que yo hacía recitar a uno de sus amantes y que, en mi artículo, era
el origen del poema de Borges. Lo mejor del volumen son las bonitas
ilustraciones bélicas de Lynd Ward. Pero naturalmente todo eso es lo de menos
ahora. Lo de más es reconocer el
'fake', toda vez que, estaremos de acuerdo, un 'fake' es tanto mejor como tal
cuanto más tiempo tarde en ser reconocido como 'fake'. Se podría decir que hay fakes que tardan mucho en ser reconocidos
como tales por la sencilla razón de que no les importa a nadie, y en eso
también estaremos de acuerdo. Pero es que Matilde Urbach sí parece importar a
borgianos profundos, como Ferré, que da por bueno el hallazgo de un borgiano
epidérmico, como yo, y desde luego debería haberle importado al propio editor
de las Obras Completas de Borges, a quien agradezco mucho que
se fiara demasiado de mí, pero a quien recomiendo que la próxima vez me
pregunte antes de engalanar con una nota a pie de página el maravilloso e
inolvidable dístico de Borges.
¡Formidable artículo!
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