Encargado de Cultura en@La_Segunda y editor general de@luchalibro, Ramírez Figueroa –tal su firma– entrevistó al traductor español Carlos Rubio, de paso por Santiago de
Chile, a propósito de la literatura japonesa que traduce y publica.
Palillos, sushi y “nada de iluminaciones místicas”
La literatura japonesa siempre ha
estado allí, aunque para Occidente (y Latinoamérica) sólo explota cada cierto
tiempo y con sólo algunos representantes. El último consagrado ha sido Hakuri
Murakami, antecedido de Kenzaburo Oé y, especialmente, Yukio Mishima. Sin
embargo, acceder a otras obras fundacionales o cuentos incorporados al canon
nipón en castellano era casi imposible. Allí entra la gran apuesta de Satori Ediciones. Fundada
en España el 2008, se ha convertido en el gran puente entre Japón y el mundo
hispano. Carlos Rubio, es uno de los principales prologuistas y
traductores de Satori, además de dirigir la colección “Maestros de la
literatura japonesa”. Un especialista que recibió el 2010 la medalla del mérito
cultural del gobierno de Japón y que ha publicado ensayos como “El Japón de
Murakami”, además de hacer clases en la Universidad de Tokio, Berkeley (California) y
Complutense (Madrid).
–¿Cómo conectó usted
con la cultura oriental, específicamente la japonesa? ¿Fue un proceso personal?
¿O hubo un momento de iluminación particular?
–Me
enamoré de la cultura oriental por los palillos y el sushi. Fue en mis años de
estudiante en Berkeley, en los años setenta. Me pareció muy difícil y
misterioso eso de poder comer con dos palillos tan finos. Esa idea delicada y
sutil de no agredir los alimentos cortándolos o perforándolos en la mesa con
cuchillos y tenedores como se hace en Occidente. Quise aprender a usarlos. Y
como además, el sushi de un restaurante cerca de la universidad era barato, me
aficioné a la comida japonesa.
Después vinieron amigos
japoneses que conocí entonces y me regalaron alguna novela de Mishima, tan
popular por entonces en Estados Unidos como ahora lo es Haruki Murakami, y
también de Kawabata. Después vino un librito sobre el tiro al arco japonés, de
Eugen Herrigel. Esa filosofía de apuntar al blanco con la flecha con un corazón
limpio del deseo de acertar me pareció hermoso y profundo. Y la ejecución,
cuando lo ví, me pareció bellísimo, como un ballet.
Todavía hoy, cuarenta años
después, sigo practicando el tiro al arco japonés. En fin, creo que mi interés
fue el resultado de la confluencia de varias circunstancias en mi vida, pero me
gusta destacar la de la comida. Nada de iluminaciones místicas, sino la
realidad cruda y cotidiana del alimento.
Como a menudo ocurre con los
amores que más duran, puedo decir que mi enamoramiento de la cultura japonesa
ha sido y se ha sustentado hasta hoy en la buena comida japonesa.
–¿Cuales cree que son las particularidades de la literatura japonesa en
relación a la occidental?
–Me
parece una iluminadora del contraste entre la literatura japonesa y la
occidental una frase del filósofo japonés Nishida Kitaro: “la cultura japonesa
es una cultura de la emoción; la occidental, del intelecto”. Creo que estas
palabras aportan mucho de una manifestación más de la cultura japonesa como es
la literatura. En términos generales la apreciación estética de una poesía,
relato o drama japonés posee un componente emocional y sensorial, no analítico
ni intelectual, creo que más fuerte que en la literatura occidental.
La
filosofía griega nos enseñó la lógica y la metafísica. El monoteísmo cristiano
a desconfiar de los sentidos. Estas dos fuentes de nociones culturales –leamos
o no filosofía griega o seamos o no creyentes cristianos- impregnan
profundamente nuestra forma de apreciar los productos culturales.
Pues
bien, en Japón, aunque experimentó el racionalismo confuciano desde hace más de
mil quinientos años, y el influencia del cristianismo hace ciento treinta, esas
dos fuentes no han dejado mucho poso en la sensibilidad de los japoneses a la
hora de apreciar sus obras literarias.
También
se puede destacar, como otro elemento diferenciador, el énfasis de la literatura
japonesa por lo fragmentario, episódico, visual. Ahí está un buen ejemplo: el
haiku, que es el producto literario mejor exportado por Japón a Occidente, el
bonsái de su literatura, con sus 17 sílabas en donde ni siquiera hay cabida
para emociones ni ideas, solo para sensaciones, para fotografías instantáneas
de la realidad percibida con los ojos.
Es
probable que este gusto por lo visual tenga que ver con el esfuerzo constante
que un japonés realiza durante bastantes años por dominar el espacio minúsculo
pero complejo de un sinograma, de un kanji. Contra la abstracción mental del
alfabeto latino, la estilización pictográfica y puramente visual del sinograma
japonés de origen chino.
Una
tercera consideración importante al respecto es la tendencia japonesa a
preservar lo tradicional fundiéndolo con lo nuevo, a hallar vigencia y
actualidad a formas literarias muy antiguas. En Occidente, aunque tengamos
respeto por tales formas, no las sacamos casi nunca de los libros de historia y
del polvo de los museos. Ahí tenemos, por el contrario, el caso de los
numerosos cultivadores japoneses que hay hoy de una forma poética como el
“waka” tan arcaica. El teatro noh, un teatro con un fuerte sentido religioso,
surgido en el siglo XIV, todavía se representa en Japón hoy día. ¿Se
representan en la España
de hoy autos sacramentales de Calderón de la Barca ? Y valores estéticos de la época de Heian
(s. IX-XII) siguen nutriendo obras literarias de rabiosa actualidad, como
alguna novela de Haruki Murakami, aunque al mismo autor no le agrade
reconocerlo.
–El catálogo de Satori
es generoso y diverso. Si pudiera mencionarme un puñado de obras y autores para
construir un itinerario, ¿cuales serían?
–Satori
Editorial está haciendo un esfuerzo muy loable por difundir la literatura y la
cultura japonesa en su joven catálogo de solo cuatro años. Además, es fiel al
principio ético de traducir literatura desde el original japonés, una práctica
que por desgracia todavía no siguen algunas editoriales, incluso las más
grandes, en pleno siglo XXI. Del catálogo de Satori puedo destacar tres obras: El santo del monte Koya, un libro de terror sutil de Izumi Kyoka, La vida de un idiota y otras confesiones del genial Akutagawa, también de
Satori es notable la novela Una extraña historia al este del río de Nagai Kafu, el más libertino de los
escritores japoneses modernos, una historia bañada de indecible nostalgia por
el Tokio de comienzos del siglo XX que era sepultado por la embestida de la
modernidad.
Pero si no deseamos separar
demasiado los pies de la tierra, Satori acaba de publicar Fukushima: Vivir el desastre sobre la percepción muy iluminadora
del desastre de hace dos años y medio Takashi Sasaki, un profesor retirado de
lengua española. Saliendo de Satori, me permito recomendar, como libro
introductorio sobre literatura japonesa moderna porque da muchas claves del
comportamiento social de los japoneses y de lo doloroso que pudo ser para
muchos japonesas el proceso, todavía en marcha, de la modernización (léase
occidentalización), la obra, intensa y poética, de Natsume Soseki llamada
Kokoro (editorial RBA). Es un libro deslumbrante por el cual podemos iniciar
nuestro recorrido de la literatura moderna. Se aprecia mejor a Murakami después
de haber leído este libro (o también El
caminante de Soseki, precisamente en el catálogo de Satori).
Fuera
de la modernidad, no puedo dejar de mencionar la obra fundamental de la
mitología y de la religión autóctona japonesa: Kojiki (Trotta, 2008) publicada en el año 711 pero que contiene los
mitos, leyendas y encantadoras canciones del Japón ágrafo de los albores de su
civilización. La conozco bien porque su traducción, al lado de la profesora
Rumi Tani, me ocupó tres años y creo que es la obra semillero de los valores e
incluso temas de la posterior literatura japonesa. Por ejemplo, el mito de la
“mirada prohibida a la mujer” que sale en Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo de Haruki Murakami ya aparece en ese
venerable libro. En realidad, parece que no hay nada nuevo bajo el sol.
–¿Hasta que punto
influyó el encuentro de Japón con la cultura estadounidense tras la II Guerra Mundial?
Pienso en autores más pop como Yoshimoto o Murakami cuyos libros fueron
abrazados en los ´90 por la gran industria.
–La
nueva constitución japonesa de 1947 fue, tras el amargo reconocimiento de la
derrota en la Segunda
Guerra Mundial, para el pueblo japonés el reconocimiento de
que el país iba a absorber una segunda oleada de occidentalización (después de
la masiva de las últimas décadas del siglo XIX). Esta vez la corriente vendría
del Pacífico, de Estados Unidos. El modelo social era el del país vencedor. Las
películas americanas , la música de jazz y la imagen de soldados
norteamericanos dando chicle o dinero a los niños japoneses empobrecidos de la
posguerra ofrecieron a muchos japoneses de entonces una prueba inmediata de la
validez y riqueza del modelo.
Era
un hechizo agridulce para los mayores porque les recordaba viejas heridas del
pasado. Los padres de los dos autores que ha mencionado, Haruki Murakami y
Banana Yoshimoto, especialmente los de la generación del primero, nacido en
1949, pusieron en funcionamiento la proverbial diligencia del pueblo japonés,
el coraje de levantarse con la mirada al frente todos los días, y la capacidad
organizativa de todo un pueblo para dejar atrás el pasado y afrontar el examen
formidable de la recuperación de la auto estima nacional.
Un
examen con nota de sobresaliente en la década de los sesenta cuando Japón,
erguido con gallardía tras la postración de la dura posguerra, sorprender al
mundo con unos Juegos Olímpicos en el 64, la Expo de Osaka en el 70, la concesión de un Nobel
en el 68. Pero estaba el otro lado de la moneda. La juventud de los sesenta,
entre ellos Murakami, deseaba disociarse a toda costa de un pasado tenebroso,
deseaba no ser absorbida por el modelo social y productivo de Estados Unidos
que no podía satisfacer muchas de sus aspiraciones, un modelo bajo el cual,
además, no podían ejercer la conciencia individual en una sociedad, todavía
entonces, fuertemente jerarquizada.
Expresión del descontento de
esa actitud fue el radicalismo de los movimientos de reivindicación
estudiantiles de finales de los sesenta que alcanzó a otros muchos países del
mundo. Era la expresión sincera y apasionada de que el modelo no servía. Heredero
espiritual de ese movimiento, que se llamón Zenkyoto en Japón, es Murakami y,
en mucha menor medida, Yoshimoto, cuyo padre, por cierto, fue activista de
mismo.
Haruki
Murakami, en concreto, que abraza la cultura pop americana y muchos de sus
iconos, refleja en su obra de los años ochenta y noventa refleja la implacable
decadencia de la identidad individual de los miembros de la generación
Zenkyoto. Una de sus creaciones literarias iniciales, el Ratón (como se observa
en La caza del carnero salvaje y en
dos novelas no publicadas en español, Kaze
no uta o kiike, de 1979 y en 1973—nen
no pinbooru, del año siguiente) expresa la impotencia y callada rebeldía de
un superviviente de ese movimiento de los años sesenta. Detrás de Ratón,
deambularán una cohorte de personajes solitarios o al borde de la fuga por el
mundo fragmentado y socialmente deconstruido del Japón de los ochenta y
noventa. Su enemigo es el mismo que el de los movimientos de los sesenta: el
sistema implacable. Es un mundo en cenizas cuya alma, bajo los oropeles de
plástico de la cultura pop y del consumo exacerbado, exploran tanto Murakami
como Yoshimoto.
–¿Cómo dialoga la
literatura japonesa con la escrita en nuestro idioma? ¿Hay puntos en común?
–Claro que
los hay, a pesar de las diferencias apuntadas. Las dos exploran -desde
diferentes ángulos, perspectivas sociales e históricas, y distintas tradiciones
culturales- esta herida absurda que es la vida, exploran las contradicciones
del ser humano en su sociedad, exploran las peripecias del viaje siempre mítico
que realiza el ser humano hacia su conciencia. Identidad de grandes temas,
diversidad de planteamientos y sensibilidades [LL]
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