Nacho Damiano convocó a tres traductores argentinos para una mesa
redonda sobre traducción en la librería Eterna Cadencia. La desgrabación de la
charla fue colgada del blog de EC., en la entrada del 29 de mayo pasado.
En el mundo de la traducción nadie olvida (I)
Como
parte del ciclo Jueves de Eterna Cadencia, Guillermo Piro (traductor de
italiano, escritor y periodista cultural), Omar Lobos (traductor de ruso,
investigador académico y profesor universitario de literaturas eslavas) y
Alejandro González, (traductor de ruso, sociólogo, profesor de español en Rusia
y especialista en la obra de Dostoievski) visitaron la librería para debatir
acerca de los diferentes paradigmas de la traducción como oficio. La mesa
estuvo coordinada por Nacho Damiano, y aquí presentamos la desgrabación de ese
encuentro.
Nacho Damiano:
Quería arrancar la mesa con una idea que saqué de una entrevista que le
hicieron a Omar. Una misma frase (escrita originalmente en ruso) fue traducida
en distintas ediciones como: “Dejado que hubo Fiódor Pávlovich de su mano a
Mitia, que tenía a la sazón cuatro años, diose mucha prisa a casarse en
segundas nupcias”, o “Fiódor Pávlovich, al liberarse de Mitia con cuatro años,
muy pronto después de aquello se había casado por segunda vez”, y una tercera
posibilidad: “Fiódor Pávlovich se deshizo de Mitia y se casó de nuevo”. ¿Por
qué traigo esto a la mesa? Para remarcar a importancia de la mano del traductor
en un texto. Ustedes son personas muy distintas, Alejandro viene de la Sociología , Omar viene
de las Letras, Guillermo también viene de las Letras y además es poeta y
periodista cultural. ¿Cómo describirían en cada caso el oficio del traductor?
¿Cómo ingresaron en ese universo?
Omar Lobos: Yo estudié primero Letras, y después se sumó el ruso, y más
adelante, a la fuerza, se sumó la traducción. Fue una exigencia, algo que yo no
tenía como horizonte inmediato. El editor de Colihue me forzó –esa es la pura
verdad– a traducir Crimen y
castigo. Yo le había manifestado tímidamente: “Me gustaría traducir algún
cuentito”, pero un día me llamó por teléfono y me dijo: “Tenés que traducir Crimen y castigo”. “Es una
locura, no, no, no lo voy a hacer”, “Bueno, hablemos de nuevo en seis meses.
Chau”. El ingreso fue así de fortuito y de compulsivo, cosa que le agradezco
siempre, que haya apostado por mí y que me haya empujado al abismo “y ahí
arreglate”. Porque, la verdad, el camino fue muy interesante aunque muy
tortuoso, no fue nada fácil. Traduje unos cuantos meses, (ocho, nueve), y
cuando revisé el trabajo vi con horror que era un asco, un desastre.
ND:
¿Por qué? ¿Qué falencias veías?
OL: No había
cuestiones de mala comprensión, no estaba allí el problema. Tampoco había
dificultades sintácticas, más o menos redacto decentemente. El editor de
Colihue me había dicho: “Sabés el idioma, sabés redactar. Listo, traducí”.
Bueno, no es tan fácil. ¿Dónde estaba el problema?, ¿por qué esto está mal,
feo? El problema era que la traducción no sonaba, lo que tuve que empezar a
hacer es poner el oído a la música del original y tratar de reproducir algo de
esa música en el castellano.
ND:
¿Alguien que no maneje el ruso se hubiera dado cuenta de este “no sonar” de la
traducción o sólo vos podías verlo? Es decir, ¿se alejaba de la sonoridad
propia del original o es un tema específico de la lengua castellana?
OL: Y… estaba fea,
torpe, sin música. Había que ver qué decía Dostoievski, y aplicar en castellano
la fluidez necesaria para que se asemeje la musiquita. En eso estuve trabajando
un año más, en la musicalización de lo que había traducido.
ND: En tu caso, Guillermo, te imagino más arriesgado.
No sé por qué.
Guillermo Piro: En mi caso, yo quería ingresar en el mundo de la traducción
y, como suele ocurrir, no sabía que sabía italiano. Cuando me fui a vivir a
Italia me di cuenta de que sabía más de lo que creía. Me parece que siempre,
por cada uno que quiere entrar en el mundo de la traducción, hay alguien que
quiere salir, siempre hay como cierta necesidad de reemplazo. Yo creo que casi
siempre en las primeras traducciones, y lo compruebo con lo que está contando
Omar, está la mano de un benefactor, de alguien que sabe con certeza que no vas
a hacer bien el trabajo, pero te exige que lo intentes igual.
ND:
¿Lo ves como condición necesaria, primero hacerlo mal para aprender a hacerlo
bien?
GP: Si vos querés
ingresar a este mundo, el editor es la puerta, entonces te exige que lo hagas
de todos modos, aunque después haya que hacer revisiones y demás.
ND: ¿Qué fue lo primero que tradujiste?
GP: Me habían
pedido que tradujera algo de Losada que no quise traducir, que eran los cantos
de Leopardi. No, no se pueden traducir; sigo creyendo que es algo intraducible.
Como traducir la Divina
comedia, no se puede. No me importa quién la haga, tiene que estar
necesariamente mal hecha. A menos que la hagas en prosa, no sé, pero de otro
modo no se puede traducir…
E:
Si querés podemos discutirlo, pero me parece que en prosa, estaría aún peor
traducida.
GP: Borges podría
traducir a Leopardi, Octavio Paz quizás también podría, pero no creo que mucha
gente más. Leopardi podría traducir a Leopardi, y Dante podría traducir a
Dante. Pero otra gente o sé, hay cosas que son demasiado grandes. Me negué a
hacerlo, porque me parecía que iba a hacer una porquería. Estoy convencido de
que en el mundo de la traducción nadie olvida: metés la pata una vez y perdiste.
Después, Alberto Díaz (quien me había ofrecido muy gentilmente esa traducción)
se fue de Losada y vino Jorge Lafforgue. Él quería traducir El gatopardo, porque había
traducciones pero eran todas españolas. De hecho, había una traducción que
sigue siendo la mejor, mucho mejor que la mía, que es una de un argentino,
Ricardo Pochtar, cuya versión es irremplazable, es genial. Es el que tradujoEl
nombre de la rosa al
español, indirectamente todos lo conocen, lo han leído. Es perfecto, es un
traductor excelso. Mi traducción, obviamente, es muy mala. Al punto que yo le
había pedido al editor de Losada que, si en algún momento iban a reeditarla, yo
la arreglaba, gratis. Pero bueno, no lean esa traducción, siempre en la primera
traducción uno comete todos los errores posibles, para eso están las primeras
traducciones. Me enteré de que la primera traducción que hizo Gandolfo para
Minotauro, Paco Porrúa se la pagó y no la editó: lo hizo traducir otra vez, de
tan mala que era. Increíble. Pero no me sorprende, porque es así.
ND:
Bueno, un poco es lo que dijo Omar, de hecho, él ni siquiera quiso presentar la
primera versión.
GP: Sí, pero yo
la presenté igual. Y hoy la miro y digo: “Ay, Dios”. Cometí todos los errores
posibles. El problema que tiene el italiano, que no tienen las lenguas que no
son latinas, es que es tan similar que te engaña. En ruso, en alemán, estás
obligado a reconstruirlo todo, no hay modo de que te equivoques. En italiano a
veces decís: “Esto es español”, pero alguien lo lee y dice: “¿Qué es esto?”.
Por mucho tiempo tuve la fijación con una palabra muy habitual –lo cuento como
ejemplo–, que es el adjetivo “empeñativo”, algo que requiere empeño. A mí
me suena español, pero es mentira, no existe. Pero bueno, lo que ocurre en la
traducción, como lo que ocurre en el ajedrez, es que lo errores los cometés una
sola vez. Es muy difícil reincidir en un error grave, porque si lo descubrís,
si alguien te lo hace notar o si lo recordás, no volvés a caer.
ND:
¿Y vos Alejandro? ¿Cómo ingresaste a este mundo?
Alejandro González: De manera muy fortuita también. Estudié ruso porque sí,
podría haber sido coreano tranquilamente.
ND:
¿Pero
estudiaste porque querías traducir o por interés personal?
AG: No, para
nada, yo sólo quería leer a los rusos en el idioma original, pero con el correr
del tiempo ni siquiera ese fue el objetivo, me calentó el propio idioma. Uno no
sabe por qué hace las cosas, uno las hace. Vamos todos vendados por la vida. En
un momento empecé a estudiar francés y me di cuenta de que tenía facilidad para
los idiomas, como como en ese momento estaba muy metido con los rusos dije:
“¿Por qué no ruso?”. La lengua sí me gustó, porque hay algo específico del
idioma ruso… No sé los que vienen de Letras, que quizá ya chocaron con eso
antes en latín, en griego, en estructuras de lenguas antiguas, pero para mí era
la primera vez. Y me sedujo mucho el tema de la declinación, la complejidad del
idioma, todo lo que hay que pensar para armar la frase: “Voy a la esquina a
comprarme una aspirina y vuelvo”, todo lo que hay que poner en juego para poder
decir eso en ruso: acusativo, futuro, inflexión, verbos de movimiento. El ruso
viene de las lenguas eslavas, del gran tronco indoeuropeo, pero propiamente no
tiene un antecedente. Se maneja con caso, declinación compleja: los
sustantivos, los adjetivos, cada uno declina según su lógica, tiene tres
géneros: masculino, femenino y neutro. A mí esa complejidad me sedujo, la
mayoría de la gente la rechaza. Cuando empecé a estudiar éramos veinte, y el
primer nivel lo terminamos nada más que cinco. Mucha gente se acerca al ruso
por curiosidad, pero cuando se dan cuenta de lo que hay que remar…
ND: La
curiosidad no alcanza.
AG: Francés,
italiano, inglés, yendo dos veces por semana a un curso, y más o menos haciendo
la tarea, aprendés. Con ese método, ruso no aprendés, es como el árabe. Si no
la remás mucho, si no te metés en tu casa un sábado a la noche, no salís a
ningún lado y te quedás estudiando gramática rusa, no camina. Si no te agarra
un poco de obsesión, no llegás nunca. Podrá leer un diario, decir algunas
cosas, hablar sin declinar, pero no mucho más. Es como hablar con infinitivos
en español, se puede, pero bueno, no es lo mismo. Bueno, yo venía por ese lado,
paralelo a la carrera de Sociología y trabajaba en Avellaneda, en la Municipalidad. En
el 2003 cambia el gobierno, yo ya sabía que me iba a quedar sin trabajo. Y
también me convocaron de la editorial Colihue, que es la que nos bendijo, nos
bautizó. En mi caso, no me pidieron que traduzca literatura, como yo venía por
el lado de la Sociología ,
les interesaba un texto de Psicología, Teoría social, esas cosas. Y se dio la
misma situación que mencionaba Omar, me dijeron: “¿Querés traducir esto?”. Yo
tuve cierta duda, pero dije que sí porque necesitaba el trabajo. Y así empecé.
No tuve los problemas que tuvieron ellos, porque mi primera traducción no fue
literaria.
OL: Pero vos
tuviste que reconstruir el original, un problema que nosotros no tuvimos. Eso
implica todo un trabajo de lo que sería crítica textual, para reponer lo que
falta. Primero, el trabajo de armar un original fidedigno a partir del cual
recién la traducción propiamente dicha. ¿Cuánto tiempo estuviste chequeando con
él o con Trotski, o con Vigotsky, cuánto tiempo te llevó recomponer, decir:
“Bueno, está bien, esto es Pensamiento
y habla, esto es Literatura
y revolución, ahora me pongo a traducir”?
AG: Claro, la
traducción literaria y la traducción científica son como diferentes campos
dentro de la traducción. Vos no estás generando un texto estético, ahí la
cuestión es la coherencia conceptual, ver cómo vas a definir cada concepto, eso
es lo más difícil, tomar ese tipo de decisiones. Son las primeras cuarenta páginas,
después ya el resto va, porque no te presenta problemas de lengua.
OL: Tenés otros
problemas porque, en el caso de Vigotsky por ejemplo, tenías la historia de
determinado concepto, arrancando del título mismo, que aparece controvertido en
la traducción de él. Me parece que ya no es la cuestión estética, pero sí por
la historia que ese texto tiene en la ciencia occidental.
ND: Claro,
recuerdo una entrevista que le hicieron al traductor de Heidegger al español en
la que decía que saber alemán casi es lo de menos, lo que tiene que saber el
traductor es la filosofía de Heidegger.
AG: Tiene que ser
filósofo. En mi caso yo dije que sí, porque este texto lo conocía bien, lo
había leído. Y así me acerqué. Después, a pedido mío, traduje a Dostoievski, y
se fue dando poco a poco. Otras editoriales se interesan, buscan traductores de
ruso, somos muy poquitos. Le fui encontrando la veta.
ND: Me
quedé con algo que dijo Guillermo con respecto al traductor de El nombre de la rosa: que quizás no
se dieron cuenta pero ya lo conocen, lo leyeron. Pensaba en ese rol medio
fantasmagórico que tiene el traductor, y en el hecho de que uno como lector no
tiene más alternativa que someterse a la traducción. Si no manejamos la lengua
original, no nos queda otra que “creerle” al traductor. ¿Se podría hablar de
coautoría, de que el escritor original escribió un texto y el traductor
basándose en ese escribió uno distinto, autónomo? ¿A la larga estamos leyendo a
los traductores, las obras que nos encantan son textos del traductor?
AG: Yo comparo la
traducción con la música, es como escuchar tres versiones de la misma obra de
Mozart. Cada director le va a dar tonos diferentes, matices diferentes, y las
tres son válidas. Digamos que ontológicamente ninguna es superior a la otra, ni
siquiera la original. El problema que suele rondar en el tema de la traducción
es la relación entre original y copia, es un fantasma que siempre está. Si uno
logra vencerlo, para mí es como si me dan una partitura de Bach y yo hago mi
versión como director de orquesta. Y al que le gusta le gusta; y al que no, no.
Hay gente que la valorará: “Ah, acá hay un recurso técnico interesante”,
“pusiste de relieve a algo que en la partitura es más secundario, y eso da una
lectura un poquito distinta”. Pero es todo siempre dentro de una misma cosa.
ND: Pero
eso sólo lo podés detectar si tenés el conocimiento de las dos lenguas, o si
leíste varias traducciones de un mismo texto. Cuando yo leo un texto traducido
quizás no me doy cuenta de la capacidad técnica del traductor, justamente
porque para mí ese es “el texto”. Con respecto a lo que decías vos, yo no lo
llamaría copia, me parece que son versiones…
AG: Sí. O
interpretaciones.
GP: Perversiones.
Son perversiones.
AG: No estoy de
acuerdo.
GP: Yo sueño
con que en alguna traducción mía pongan “perversión de Guillermo Piro”.
AG: Existe la
idea de que la traducción nace con el signo menos. Y no estoy de acuerdo, es un
texto original. Claro que es una coautoría, ¿por qué no? Soy coautor. Algún
lector puede elegir una traducción por sobre otra, eso te demuestra la
coautoría. Es simplemente una cuestión de sintonía fina con el traductor, las
dos valen. Ahora, en cuanto a la conciencia del lector de que está leyendo
traductores, ese no es mi problema. Y hasta qué punto el lector problematiza
esa cuestión de que está leyendo una traducción, bueno, la gente en general no
lo problematiza, dice: “yo estoy leyendo a Flaubert”. Y, no, nunca leyó a
Flaubert si no lo leyó en francés. Pero sí está leyendo a Flaubert de alguna
manera, porque está participando de esa obra. Incluso, en las críticas
literarias que aparecen en los diarios, muchas veces no se menciona al
traductor.
GP: “La
maravillosa prosa de Thomas Bernhard”.
AG: Claro, ¿de
qué prosa me hablás si lo estás leyendo en español?
GP: Los los
libros de Bernhard están casi todos traducidos por Miguel Sáenz, y ahí se nota
esto que estamos hablando. Todos tienen una especie de pauta lexical, incluso
sonora, que es única. Salvo una que no está traducida por Miguel Sáenz, que
editó Cátedra, que se llama Los
comebarato. Y si vos la lees, no parece una novela de Bernhard.
ND:
Porque te acostumbraste a Sáenz. En España, la mayoría de las películas no se
subtitulan, sino que se doblan. Y el que hace la voz de Bruce Willis hace
siempre la voz de Bruce Willis, lo que genera el extrañísimo fenómeno de que
los españoles le atribuyen a Bruce Willis la voz del doblador: “Bruce Willis
suena así”.
GP: En ese
sentido, a veces pasan cosas muy particulares. Por ejemplo, ¿vieron la película Megamente? Doblada es mejor,
mucho mejor. Tiene más brillo, tiene más énfasis, más simpatía, más comicidad.
Es mucho mejor la voz del portorriqueño, que no sé quién es, que hace la voz,
no solo del principal sino de todos los personajes. Yo la había visto muchas
veces con mi hija y probé, porque me encanta esa película, verla en lengua
original y duré diez minutos. Y me pasa, trasladándolo al ámbito que nos
incumbe, que yo llego al extremo en que hay ciertas lenguas que solo las puedo
leer traducidas, aun cuando puedo leerlas en original. Porque, por ejemplo, el
portugués para mí tiene un efecto de comicidad que me aleja del texto. Entonces
yo no puedo leer a Pessoa en lengua original, porque me parece que está
hablando Carlitos Balá. En cambio, cuando lo leo en español, encuentro
gravedad, encuentro seriedad, encuentro sustancia. En portugués, me diluyo y me
voy. La comicidad tiene algo inexplicable, a todos no nos causa gracia lo
mismo. Incluso desde chico me resultaba insólito que hubiera gente a la que le
gustara Pepe Biondi, que a mí siempre me dejó estupefacto. Pero es algo que no
tiene explicación. A mí el portugués me resulta cómico, entonces solo lo puedo
leer traducido. Y estamos hablando del más grande poeta del siglo veinte. Es
muy raro.
OL: Respecto del
tema de la coautoría, sí, a mí me parece que el rol del traductor es un rol
fantasmagórico. En el sentido de que, como dicen mis compañeros acá, no se lo
percibe, salvo alguien que lo esté estudiando. Pero en general el público
lector está leyendo a Dostoievski o está leyendo a Flaubert o a quien sea. A mí
me parece que eso está bien. Y de hecho nosotros hemos leído a los clásicos en
traducciones que hoy nos parecen malísimas, y sin embargo nosotros nos
enamoramos de esa obra en esa malísima traducción. La literatura es el “cómo”,
estamos de acuerdo, pero hay “qués” muy potentes en la literatura. Crimen y castigo va a resistir la peor de las
traducciones, el “qué” de Crimen
y castigo es muy poderoso,
la va a resistir. De todas maneras, la cuestión de figurar o no, los
traductores no estamos para figurar en la tapa disputándole ningún lugar al
autor. Lo que tiene uno que hacer bien es hacerle la mayor justicia posible,
más allá de que el público lo note o no lo note. Y nuestro espectro creativo,
no es creativo a partir de la voluntad creadora, es una creación ceñida,
trabajosa. Es como el escultor que para dejar la figura va sacando las
esquirlas del mármol para tratar de llegar a la forma que ya está en algún
lugar de su cabeza. Nosotros tenemos que, de ese bloque que es el original, ir
dejándole la forma más justa, la forma que debe ser. Lo más probable es que
solamente nosotros percibamos todo ese trabajo. Y la satisfacción (o la
disconformidad) es nuestra. Y a lo mejor el otro, el público no lo nota, no
dice: “Uy, qué mala que es esta…”. La lee y listo. Nosotros somos los que
decimos: “No, esto está mal, esto no es así”, porque conocemos el original y
sabemos que no le hace justicia. Creo que hay verdadera creación, pero en ese
sentido.
ND: Un
poco lo que decía Alejandro, es más una cuestión de interpretación, el
traductor crea pero basándose en la partitura que ya está escrita.
OL: Los
creadores, los grandes directores… Podés decir: “como hizo Ormandy el último
movimiento de la Patética de Tchaikovski no lo va a hacer
nadie”. Y ¿cómo, si la partitura es la misma? Estoy diciendo una arbitrariedad
a medias, bueno, pero Ormandy, como él ejecuta, interpreta, recrea, o lo que
sea, el último movimiento de la Patética nadie va a llegar hasta ahí. Y bueno,
claro que Ormandy es un creador, no hay dudas de eso. Iba a contar una anécdota
que ya he contado en otras oportunidades: en un curso, no me acuerdo si era en
las clases de español o en un taller que estaba dando a mis alumnos en la Universidad de Lanús,
comparé tres ediciones de Crimen
y castigo, tres fragmentitos, para que simplemente vieran las diferencias
y opinaran a ver qué les parecía. Todos votaron, y les parecía mejor la que
para mí era la peor versión. Esto es, la más arreglada, la más edulcorada, la
más traidora si se quiere, de todas las versiones, porque era como la más
prolijita. Y la peor, la más desmañada, la más torpe, la menos trabajada era la
mía. Yo no les dije quiénes eran los traductores ni nada, simplemente
comparábamos prosas. Y yo que creía que le estaba rindiendo más justicia a
Dostoievski, porque digo: “Acá está jadeando, Raskolnikov acaba de cometer el
crimen”, entonces la prosa original es muy entrecortada, jadeante, se levanta,
se para, vuelve; las frases están interrumpidas por comas, circunstanciales de
modo, vacilaciones. La otra traducción, mostraba a un Raskolnikov paseando muy
tranquilo por la habitación. Ellos más bien eligieron esa, porque les sonaba
más linda, los tranquilizaba. Y ahí queda bien claro que no hay nadie atrás del
lector para explicarle: “No, acá tiene que estar entrecortado, porque en la
versión rusa…”. Así y todo, no me desmoralizo.
(continúa mañana)
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