Releída la entrada del día de ayer, uno bien puede decirse que todo eso tiene remedio, que las cosas no tienen por qué ser como son. En primer lugar, porque uno puede salirse del sistema que proponen las grandes editoriales, los editores, los agentes y otras subespecies del mundo del comercio. Un ejemplo: más allá de que V.S. Naipaul, Martin Amis o Paul Auster sean promocionados como "grandes escritores" están sus libros, que nos hablan de que se trata de "escritores correctos". A ellos, por caso, opondría los nombres del canadiense Alasdair MacLeod (1936-2014) y del irlandés John McGahern (1934-2006).
El primero publicó dos libros de cuentos y una novela, todos ambientados en su Nueva Escocia natal. Maestro de escritores, MacLeod, como Rulfo, no necesitó escribir mucho más para ser consagrado por sus pares como uno de los mayores autores de la lengua inglesa. A principios de 2000 fue publicado por RBA en España, con traducción por una vez buena del finado Miguel Martínez Lage. Por alguna extraña conjunción de factores (falta de publicidad, incomprensión por parte de los reseñadores, inadecuación a la moda del momento, etc.) pasó sin pena ni gloria y llegó a Latinoamérica para instalarse en las mesas de saldo. Hoy es posible leer a este gran escritor por monedas y sin tener que tolerar la cháchara que, por ejemplo, se usa para promocionar a Jeffrey Eugenides.
John McGahern es considerado en su país el más importante narrador de la segunda mitad del siglo XX. Su reputación, de hecho, ha traspasado las fronteras de Irlanda al punto que en una lista de las 100 mejores novelas en inglés publicada hace unos años por el diario The Guardian, aparecía con tres títulos, dos de ellos ubicados en el 6to. y 9eno. lugar. McGahern, muchas veces considerado como "el Chejov irlandés", es el gran maestro de Claire Keegan, otra de las grandes narradoras de lengua inglesa de la actualidad. En España, la editorial Circe publicó El pornógrafo y Entre mujeres dos novelas (por cierto, muy mal traducidas) y una maravillosa memoir que no recibió prácticamente atención alguna. En la Argentina la editorial Adriana Hidalgo publicó The Dark (pésimamente traducida) y una excelente edición de los Cuentos completos, acaso lo mejor y lo más sustantivo de la obra de McGahern. Corresponde aclarar que las ediciones españolas llegaron también a las mesas de oferta y si uno hace el esfuerzo, se puede adivinar detrás de esa mala prosa castiza la potencia de un gran narrador.
¿De qué hablan estos ejemplos? De una verdad de Perogrullo, de que es necesario dejar de aceptar que los editores, los agentes y los reseñadores ad hoc dejen de infligirnos sus agendas para así empezar a seguir las nuestras propias. Que esa gente siga usando los espacios profesionales de las ferias del libro del mundo entero, que se cocinen en su propia sopa y que, en lo posible, los olvidemos para usar ese espacio que pretenden ocupar en nuestras mentes con lo que éstas decidan leer. Por caso, tal vez valga la pena preguntarse, antes de comprar el último de Amis, si uno leyó todo Joseph Conrad, o todo Henry James, o, más cerca en el tiempo, por ejemplo a Kingsley Amis, padre de Martin y mucho mejor escritor.
Así como ni MacLeod ni McGahern vienen respaldados por un gigantesco aparato de prensa ni entran en la agenda de prácticamente nadie, hay cientos de escritores verdaderamente importantes cuyos libros esperan ser leídos- Muchos están en las mesas de saldos, a valores más cercanos a lo que nuestros bolsillos pueden y deben pagar. Otros, en cambio, son los que, con entusiasmo y mucho esfuerzo, suelen publicar las jóvenes editoriales independientes, aquéllas que todavía no se contaminaron con la charlatanería de Frankfurt ni con la ignorancia de las cámaras del libro nacionales que muchas veces nos hacen olvidar que, más allá de los negocios, todos empezamos a leer y a traducir guiados por el deseo y buscando algún tipo de experiencia con la belleza y el conocimiento, así como también consuelo.
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