Nuevamente Silvina Friera, pero esta vez el 28 de
abril, publicó la siguiente entrevista con Leonora
Djament, directora editorial de Eterna Cadencia. En la bajada de la nota se
lee: “Distinguida por la
Fundación El Libro, la directora del sello independiente
Eterna Cadencia señala que ‘pase lo que pase en el futuro, el rol de las
editoriales, el rol de los editores, va a seguir existiendo, o al menos es lo
que deseo’.
Compromiso
con el mundo de los libros
“Armar un catálogo es pensar un modo
concreto de participar de las discusiones de la sociedad en la que uno vive”,
subraya Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, ganadora del
Premio al Editor del año por su compromiso con el mundo de los libros,
distinción que entrega la
Fundación El Libro. “No creo que el catálogo sea la obra de un editor o los
gustos de un editor, como
se dice a veces. Me parecen definiciones un poco narcisistas. Prefiero creer
que uno puede intervenir en términos político-culturales volviendo visible,
haciendo posible, la circulación de diferentes discursos”, plantea Djament a Página/12. La editora del año está por cumplir veinte años de
trayectoria en el sector editorial. En 1996 empezó a trabajar en el área de
prensa de Alfaguara, donde luego fue editora. Después se fogueó en el grupo
Norma, entre 1999 y 2007. Desde hace ocho años está construyendo un catálogo de
largo aliento en Eterna Cadencia, con más de 130 títulos publicados, en el que
conviven “viejos” y “nuevos” nombres del ensayo y la narrativa, como Jacques
Rancière, Oscar Masotta, Josefina Ludmer, Margo Glantz, Mario Bellatin, Miguel
Vitagliano, Juan Martini, Lina Meruane, Hernán Ronsino, Mario Ortiz, Luis
Sagasti, Matías Capelli, Vera Giaconi y Gabriela Cabezón Cámara, entre otros.
La editora del
año cuenta que este premio es “un espaldarazo a Eterna Cadencia como propuesta de edición
independiente”. La autora de La
vacilación afortunada. H. A. Murena: un intelectual subversivo (Colihue,
2007) entiende que el catálogo de una editorial es un modo de intervenir en los
debates contemporáneos. “El catálogo de Eterna Cadencia piensa problemas del presente y ‘organiza conversaciones’, una metáfora
que me gusta mucho citar, que es del
mexicano Gabriel Zaid. En nuestro catálogo hay varias discusiones simultáneas.
Cada libro nuevo participa de esas conversaciones o inaugura una conversación
nueva y pone a debatir, a pensar, a circular ideas. Esto sucede tanto con los
libros nuevos como
con las reediciones que hacemos, porque cuando pensamos una reedición o la
edición de un libro de hace varias décadas que no había sido traducido al
castellano es porque sentimos que aporta al presente.”
Una de las
conversaciones que le interesa especialmente a Djament gira en torno del estatuto
del arte y la literatura. “Para
mí discuten Josefina Ludmer y su teoría de la posautonomía en Aquí América Latina, que cree que se
acabó la autonomía de la literatura, que lo que hay ahora es otra cosa, que la
literatura se confunde con la realidad, y nuestra reedición de Origen de la dialéctica negativa, de
Susan Buck-Morss, que es un libro sobre la Escuela de Frankfurt, sobre (Theodor) Adorno
puntualmente, pero hay una relectura sobre la autonomía literaria y sobre el
valor político que tiene la autonomía literaria. Y yo agrego el valor político
que todavía tiene la autonomía literaria –explica la editora–. Estos dos libros
conversan junto con La palabra muda
de Jacques Rancière, que también desde otro lugar está discutiendo la oposición
autonomíaposautonomía, planteando otra manera de pensar la relación entre
literatura y política.”
–¿Cómo
empezó a trabajar en una editorial?
–Yo
estaba por terminar la carrera de Letras y hablé con Aníbal Jarkowski, que
había sido mi profesor, y le pregunté: ¿qué hago ahora? Me contactó con algunos
periodistas culturales como
para empezar a escribir reseñas. Una de esas personas es Silvia Hopenhayn, que
en ese entonces dirigía El Cronista
Cultural. Después de escribir alguna reseña, que creo que nunca salió
publicada, me propuso ser productora de su programa El Fantasma. Acepté. Nos dividimos las editoriales para buscar
auspiciantes y a Silvia le tocó ir a Alfaguara. Juan Martini, que era el
director editorial, además de darle el auspicio, le dijo que necesitaba una
persona de prensa y que prefería que fuera de la carrera de Letras. Silvia le
dijo: “Mi productora es la persona que estás buscando”. Y así empecé, primero
un poco aterrada, a comienzos de 1996. No sabía muy bien lo que era una
editorial, no sabía lo que era hacer prensa. Pero me animé. Y acá estoy.
–El mundo editorial se fue concentrando cada vez más en estos años.
Alfaguara, la editorial en la que dio sus primeros pasos, ahora pertenece al
grupo Penguin Random House. ¿Habrá más cambios en el corto y largo plazo?
–Cuando empecé, mandábamos
faxes a las agencias para hacer una oferta por un libro. Tremendo, ¿no? A
largo plazo el mercado editorial va a seguir cambiando, pero creo que en el
corto plazo no, porque hay una especificidad que no sé si es del libro o de los
que leemos libros que cambia más lento. El formato digital y el formato papel
conviven y se enriquecen mutuamente. Pase lo que pase en el futuro, el rol de
las editoriales,
el rol de los editores, va a seguir existiendo, o al menos es lo que deseo.
Esta función del editor como alguien que organiza conversaciones es
necesaria y no da lo mismo que esté o que no esté. En el mar de publicaciones
infinitas cualquiera se pierde. Y está bien que las discusiones se organicen.
Aunque el lector corriente no conozca el nombre de las editoriales, cuántas
veces yo, antes de entrar a este mundo, dije: “Quiero leer un libro amarillo ” y estaba
hablando de las novelas de Anagrama, sabía que tenía garantizado un mínimo de
calidad.
–¿Cuál
fue el primer libro que editó? ¿Le costó hacer ese trabajo?
–Si una mañana de verano un niño, de Roberto Cotroneo, en Alfaguara.
Supongo que no me costó por inconsciencia. Entonces todavía no existía la
carrera de edición; editar era un oficio y uno aprendía de sus compañeros
diseñadores y editores con más experiencia, que te explicaban lo que era una
película o cómo revisar las correcciones. Empecé trabajando bajo otros
criterios, en el sentido de no propios, no elegidos, y fui desarrollando la
posibilidad de armar un catálogo con criterio propio. Lo que aprendí en Norma
es que si uno no maneja los números y las letras, los números quedan en manos
de los gerentes financieros, que terminan haciendo lo que quieren.
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