El 21 de junio pasado, Fabián Soberón, en La Gaceta de Tucumán, publicó el siguiente
comentario sobre la reciente última versión argentina de La Divina Comedia. En la bajada
dice: “Jorge Aulicino nos ofrece quizás la mejor versión de la obra en
español”.
Un poema perfecto de un inigualable soñador
Cuerpos de tres cabezas, serpientes que son hombres,
viseras de cristal, gigantes, demonios, Lucifer, el escarpado suelo, las
estrellas, la luz más alta y Beatriz, la mujer hermosa e inolvidable que lo
espera, que lo guía: todos conviven en esa fantástica invención literaria que
es la Divina Comedia. Dante,
el hombre de carne y hueso, inventa un personaje llamado Dante que viaja por
los escenarios inhóspitos, horribles y bellos jamás pensados. Quizás el
infierno sea una entelequia. Pero su existencia está justificada. Ha permitido
que el gran Dante haya escrito esa “comedia única”, invaluable pieza que
despliega en sus muchos versos dignos e inolvidables la vida de las sombras
sufrientes y de un único cuerpo vivo.
Sólo una vez se nombra a Dante en el largo viaje: en
el Canto XXX del Purgatorio, Beatriz le reprocha que quiera entrar al Paraíso.
Dante dialoga con Virgilio, con los penitentes y los réprobos, con los
esperanzados y con las almas angélicas. Pero él, Dante, le habla al lector y le
confiesa sus visiones, su angustia, y le muestra el maravilloso mundo oscuro
del infierno. Le habla sólo al lector y le muestra las alargadas sombras del
Purgatorio y las innumerables luces del Paraíso: la rosa intacta y la luz
mayor.
¿Qué otra cosa hizo Dante que viajar para volver a ver
a Beatriz? ¿Acaso fue para tener, ante sus ojos, la esquiva imagen de Dios?
¿Fue para confirmar aquello que intuía como cierto? Quizás no importa. El viaje
es maravilloso. El lector, cómplice ubicuo del poeta, puede leer infinitas
veces la voz de Virgilio y la de su discípulo insuperable, los pasos de las
sombras en el hielo, la tortura del fuego y la curiosa y escurridiza figura de
Beatriz.
Lengua móvil
Pienso en la furiosa boca de Ugolino y en las veces
infinitas en las que devora a sus hijos en la memoria, y en el dolor de las
sombras que deambulan insólitas y ufanas por el suelo bermejo del infierno.
Pienso en la lengua múltiple de Dante y en la
sofisticada lengua del traductor para darnos, quizás, la mejor versión en
español de la Comedia.
¿Cómo hizo Jorge Aulicino, el traductor, para alcanzar
esta “nueva” versión del poema? Está claro: Dante pergeñó una pieza hecha de
muchos registros. En la magnífica Comedia conviven el toscano coloquial, la
utópica lengua italiana, los latinismos, los cultismos, los préstamos. Aulicino
traza una versión que recupera y dona en español esos múltiples registros.
Aulicino no se vale de la rima regular. Traduce en
verso libre y con esa decisión se quita la obligación de la rima. Lejos de la
coacción rítmica se permite el uso de los vocablos con procedencias diversas.
En suma: trabaja con los distintos registros de la lengua. Respeta los
latinismos (algo que no hizo Ángel Crespo), introduce coloquialismos (algo que
no hizo Bartolomé Mitre) y deja que los versos se armen de ritmo y lirismo. El
lirismo y las famosas comparaciones dantescas surgen en esta traducción del uso
equilibrado de los distintos registros.
No hay una búsqueda de enaltecer la poesía. El lector
que lea esta traducción no encontrará sólo poesía vertical. Podrá leer un poema
extenso hecho de putas, arroyitos tristes, finados, embusteros, diminutivos
(Anselmito, el hijo de Ugolino en el Canto XXXIII del Infierno), y latinismos.
Es decir, podrá leer esa rica -riquísima- lengua móvil que es la Comedia.
¿Qué otra cosa puede pedir un lector?
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