Hermann Bellighausen
(México, 1953) es poeta, periodista, cronista y ensayista de temas de
carácter político y social, saberes que, curiosamente, lo llevaron a escribir
la siguiente columna de opinión, por cierto llena de notables ausencias, en el diario La
Jornada , de México, del 20 de abril de este año.
La tradición de traducir
Tiene
la poesía moderna mexicana una vertiente caudalosa que pocas veces se destaca,
y que le da una característica peculiar en el ámbito de la escritura en lengua
castellana. Nuestros poetas del XX se volcaron a trasladar versos de otras
lenguas, de estos y otros tiempos. Siguen así los del XXI transcurrido. No
pretenden hacer traducciones de profesionales, aunque algunos lo sean, sino de
autor. Apropiaciones, aproximaciones, asedios, recreaciones, ¿hurtos? Dispersa
en revistas, antologías, ediciones raras, u oculta dentro de la obra original
de los poetas, la experiencia no es sistemática ni necesariamente legal. Sí una
costumbre ejercida con entera libertad. Cuando Marco Antonio Montes de Oca
reúne en El surco y la brasa (FCE, 1974) las
traducciones de poetas en el siglo, el corpus es
impresionante, en ocasiones erudito y siempre poesía lograda. En los años
posteriores la traducción por los nuevos poetas creció y los sobrevivientes de
Montes de Oca reincidieron. La enumeración sería amplia y seguro más incompleta
que la de aquellos que nunca traducen porque no leen otra lengua o no les
interesa, entre quienes se hallan las voces más arraigadas al riesgo de cantar.
Para
cuando Gabriel Zaid publicó Asamblea de poetas
jóvenes (Siglo
XXI, 1980) los poetas habían proliferado exponencialmente. Era el punto de
Zaid, pero el registro arrojó un síntoma colateral: muchos de los 160 y pico
convocados habían traducido –o decían haberlo hecho– una nómina ambiciosa de
autores en inglés y francés, claro, italiano, alemán, portugués. Más que
confirmación, resultaba un indicio. Buena parte de estos, y muchos otros que no
habían nacido o llegaron tarde, traducirían sin recato, se atreverían a
versiones libres de distintos calibres con naturalidad que debemos asumir como
verdadera tradición. Quién que es no traduce.
Tenemos
autores que mistifican otra lengua y sus poetas hasta la médula de su trabajo,
como el estupendo Francisco Cervantes con los portugueses. Pero desde las
traducciones de ciertos Contemporáneos, y marcadamente de Octavio Paz (uno lee
su Eluard, su Pessoa, su Basho) en adelante prevalece el personalismo. O la
devoción de Salvador Elizondo por Valéry. Los caleidoscopios de Gerardo Deniz.
No por inseguridad o imitación, sino un tuteo con la lírica universal. Todo un
capítulo (ya estudiado) lo ofrece la trayectoria única de TS Eliot en las
letras mexicanas, aunque a estas alturas de Google ya nada sea exclusivo.
Existe un diálogo insistente de Rodolfo Usigli a Luis Miguel Aguilar, José Luis
Rivas y Pedro Serrano y otros comentaristas y valientes traductores enfrentados
a las versiones de Valverde y Gaos. Un caso extremo: José Emilio Pacheco y los Cuatro cuartetos que
trabajó 35 años; maduró el gozo de su conversación con Eliot, aunque ya en el
principio estaba su fin: los Cuartetos le pertenecen.
Poetas
nuestros fueron grandes traductores, no se aplica el traduttore, traditore. Tomás
Segovia, Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, Jaime García Terrés e Isabel Fraire
han creado con derecho propio a partir de Shakespeare, Ungaretti, Ovidio,
Seferis, Mallarmé, Cummings. Tedi López Mills reunió a 33 poetas-traductores en Traslaciones (FCE, 2011). Las traducciones de
Guillermo Fernández, Carlos Montemayor, Marco Antonio Campos, Pura López
Colomé, Francisco Torres Córdova, Jorge Bustamante García, Francisco Segovia,
José Vicente Anaya, Alberto Blanco y José Joaquín Blanco forman parte no menor
de su propia escritura. Ante tal dedicación colectiva no extraña que debamos a
Juan Carvajal (subestimado aún como poeta) y Lorenza Fernández del Valle las
mejores Elegías de Duino en
castellano, las más legibles y rilkeanas.
Aquí
no existe como en España una industria de la traducción sistemática de obras
completas. Ni editoriales especializadas que publiquen árabes y cristianos,
negros y blancos, orientales medios y lejanos, clásicos antiguos, ídolos de la Unión Europea ,
premios Nobel y víctimas del estalinismo. Sin negar el contrapeso de una
academia universitaria que también traduce, medio mundo va por la libre, desde
los viejos suplementos a los fanzines y las páginas web, y se cuelga de los
beatniks con la misma naturalidad que de Rimbaud. Ya Díaz Mirón fue un igualado
con Baudelaire. Agreguemos la maestría de los
no poetasCarlos Monsiváis, José María Pérez Gay, Juan Tovar, Guillermo Rousset Banda y Miguel León Portilla que tan bien nos dan poemas.
Ahora
que de los pueblos indígenas llegan poetas traduciéndose
del-castellano-a-su-lengua-al-castellano con método y audacia, y que los
chicanos se adueñaron de las caras de Jano, podríamos postular que la poesía de
México vive de traducir/traducirse. Marcada por el colonialismo del castellano
sobre el náhuatl, los varios mayas o el zapoteco, como el inglés sobre el
castellano, emite luz propia. ¿Qué no tradujeron de ida y vuelta Garcilaso de la Vega , Juan de la Cruz , Luis de León y
Francisco de Quevedo mientras perfeccionaban nuestra lengua?
Fabio Morábito. Si destacamos "las mejores Elegías de Duino en castellano" habría que hacer lo propio con la obra completa de Montale traducida por Morábito
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