Daniel
Gigena publicó el siguiente artículo en el
diario La Nación, de Buenos Aires, el
día 17 de febrero pasado. En la bajada de éste se lee: “En la trastienda de un libro intervienen
autores, editores, traductores, diseñadores, imprentas; el sector tiene el
desafío de salir del rojo de un 2016 con caídas de ventas y producción de un 20
por ciento”.
Industria editorial: postas de un camino sinuoso,
del manuscrito a las librerías
En nuestro país, se estima que existen más de 400 empresas
editoriales, entre pequeñas, medianas y grandes, que publicaron en 2016 un
total de 27.700 novedades: un 5% menos que en 2015. Diana Segovia, gerente de
la Cámara Argentina del Libro (CAL), sostiene que el porcentaje de la caída de
las ventas por unidad de ejemplares se situó entre el 15 y el 20%. A lo que hay
que sumar un dato algo más preocupante aún: la producción de libros cayó un 25%
respecto de 2015, de 83 millones de ejemplares a 62 millones. Esto quiere decir
dos cosas: por un lado, que las tiradas se redujeron y, por otro, que se
exportaron menos libros y se importaron cada vez más.
El año pasado, además, el
gobierno nacional sólo encargó una compra de libros a las editoriales para
escuelas urbanas y rurales. En diciembre, un poco a las apuradas, se hizo una
licitación desde el Ministerio de Educación para compras de libros escolares para
este año. Esos textos cuentan con algunas actividades diseñadas para que los
alumnos utilicen las pantallas de computadoras en las aulas; se entregarán en
marzo. En cambio, los títulos de ficción, ensayo, poesía, historia, ciencias o
arte, a diferencia de años anteriores, quedaron relegados de las compras del
Estado que, en algunas materias, aplica la ley del ahorro a rajatabla. ¿En 2017
volverá a comprar libros producidos en el país? Esa incógnita se despejará en
pocas semanas. Por ahora, sólo se sabe que está abierta una licitación para la
compra de libros para la educación técnica.
Volviendo a la radiografía
de 2016 y el impacto, en materia de desafíos, que genera sobre este año, Penguin
Random House publicó 600 novedades: trescientas, de autores nacionales, y otras
tantas de extranjeros (de éstas, en promedio, la mitad son traducciones).
Aunque no es un número fijo, desde el grupo señalan que el promedio de
lanzamientos comerciales se mantuvo respecto del año anterior. Por su parte, su
principal competencia, el Grupo Planeta, informó que en 2016 lanzaron al
mercado más de 400 novedades, en línea con lo publicado en 2015. De ese total,
el 35% de los libros fue de autores extranjeros (la mitad, traducciones hechas
en la Argentina y el resto en otras filiales del grupo, mayormente en España).
Tanto en Planeta como en PRH, algunas de esas traducciones importadas son
"normalizadas" por los equipos editoriales, para evitar los
fastidiosos "coger" (por "tomar"), "aparcar" (por
"estacionar") y las conjugaciones verbales con "vosotros",
entre otros cambios. Aunque por razones extraliterarias, eso no siempre ocurre.
Un grupo mediano, como Edhasa, publica 40 libros por año, de los cuales un
cuarto son traducciones, todas hechas en el país. Los demás libros llevan la
firma de autores argentinos, en su mayoría, o hispanoamericanos.
El recorrido detrás de un libro
La editorial es una
las industrias culturales que más trabajo generan en el país. En la fabricación
estándar de un libro comercial hecho en la Argentina (ver infografía)
participan varias personas: autores, editores, correctores, diseñadores,
imprenteros y libreros. Por esa razón es, además, interesante sumergirse y
conocer en detalle el procedimiento detrás de un título que llega a las manos
del lector.
En los
casos consultados, los autores reciben por contrato un 10% del PVP (precio de
venta al público) de cada ejemplar. Los traductores en general
"venden" su traducción al sello, aunque en algunos casos han
conseguido cederla por plazos de cinco o diez años. Si el libro se reedita
fuera de ese plazo o la editorial vende la traducción a otro sello, el
traductor debe recibir un porcentaje de esa venta.
Desde
que un autor entrega al editor el manuscrito de su obra, el proceso de
producción de un libro puede llevar de dos a seis meses, aunque se sabe que
varias editoriales, por cuestiones comerciales, han debido apresurarse para
fabricar un libro en un mes. En general, esos fast books duran
menos que eso en la memoria cultural. Ana Ojeda, a cargo del área de
preproducción de Paidós, cuenta que la edición de un libro lleva tiempo y
cuidado, y señala que los editores de libros infantiles o ilustrados están mucho
más atentos a todo lo que sucede en la imprenta: el modo en que imprime cada
color, si satura o no, los aspectos tipográficos.
Los
costos de preproducción rondan el 30%. "Si la tirada de un libro está bien
calculada, este costo se licúa y llega a ese porcentaje", dice Mónica
Hanesman, coordinadora editorial del Grupo Planeta. Muchas veces, hay costos
extras que aumentan ese porcentaje: puede ser tanto el precio de una traducción
como la compra de fotografías para componer un cuadernillo de imágenes, la realización
de un índice onomástico o temático, si hubo o no un ghost writer para
escribir (todo el mundo sabe que las celebridades y los políticos no escriben
libros, sólo los firman).
Luego
de las correcciones de diseño según las indicaciones puntuales del autor y del
editor, se envía el texto a los correctores de estilo para que ellos hagan
también sus ajustes finales. Los costos de los trabajos de diseñadores se suman
a los costos de preproducción. Ellos son, en general, trabajadores free-lance,
aunque los sellos medianos y grandes cuentan con sus equipos especializados de
arte.
Con un pie en las
librerías
El
material ya impreso va a encuadernación. Este proceso puede variar según el
libro, ya que el tamaño del lomo dependerá del número de páginas y, por
consiguiente, de su ancho final. Respecto de la encuadernación puede ser
rústica, en cartón, en tela y media tela, pasta y media pasta. A veces los
interiores (los pliegos) se pegan o se encuadernan en la misma imprenta.
"Hay
muchísimas imprentas en Buenos Aires -continúa Ojeda-. En general, se las elige
por el precio, ya que la calidad del producto terminado suele ser bastante
parecido en todos los casos. Los sellos grandes también valoran la rapidez de
respuesta por parte de la imprenta, ya que siempre se corre. Por otro lado,
como manejan mucho volumen de trabajo, pueden obtener tarifas preferenciales.
La distinción básica a nivel de imprentas es si es Offset (para tiradas a
partir de 500 ejemplares) o digital (a partir de 12 ejemplares)."
De la
encuadernadora el libro sale al depósito de la editorial o de la distribuidora
y se inicia entonces el proceso de distribución. Los costos de producción, que
incluyen la impresión y el flete hasta el depósito, representan un 70% del
costo final del libro.
Uno de
los insumos más caros es el depósito. Y el papel, por supuesto, es el otro. Por
ese motivo, las tiradas de los libros son materia de examen atento por parte de
los editores. Si una tirada de 10.000 ejemplares fracasa (vende, por ejemplo,
solamente mil), ocupará espacio en el depósito y no en las librerías. Las
estrategias de marketing editorial, como las de marketing político o comercial,
pueden ayudar a vender libros de dudosa calidad.
Penguin
Random House informó que sus tiradas van de los 3000 a los 50.000 ejemplares.
En Planeta, de los 2000 a los 100.000. Más modesta, Edhasa se ubica en los 2500
ejemplares. Cuando las tiradas son masivas se aseguran que los libros están,
literalmente, "por todas partes".
En
suma, el costo de producción de un libro representa el 55% del PVP, es decir,
el precio que los lectores pagan en librerías. Por ese motivo, la "banda
promocional" nunca supera el 45% restante. Además, las librerías tienen
sus costos fijos y, como cualquier comercio, necesitan ganar dinero para
subsistir y crecer, un fin objetivamente noble. Que así sea.
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