martes, 8 de junio de 2021

José María Espinasa y un triple homenaje

Publicado el pasado 30 de mayo, en La Jornada Semanal, de México, el siguiente artículo del poeta, ensayista y editor José María Espinasa pone el acento en tres ejes: la labor editorial, la traducción literaria y la obra de la poeta Minerva Margarita Villarreal (foto; 1957-2019), quien, desde la Universidad de Monterrey, realizó una importante tarea como editora de valiosas colecciones.


Aciertos editoriales, dilemas de la traducción

El enorme gusto y el gran conocimiento de Grecia que poseía Alfonso Reyes queda de manifiesto en ‘Aquiles extraviado (Ilíada, rapsodias I a IX)’, publicado en la colección El Oro de los Tigres que dirigía Minerva Margarita Villarreal, sirven de eje en esta reflexión sobre la traducción literaria en nuestro país –específicamente del griego clásico–, y las editoriales que se han ocupado de difundirla.

En estas mismas páginas me he ocupado en distintos momentos de asuntos editoriales y asuntos de traducción literaria. Y también de la escritora regiomontana Minerva Margarita Villarreal. En esta entrega reaparecen simultáneamente las tres razones: Minerva animó en los últimos años de su vida la colección El Oro de los Tigres, dedicada a publicar breves muestras antológicas de poemas en otras lenguas con belleza y esmero literario. La entrega número IX, que ella ya no alcanzó a ver, es una verdadera joya, Aquiles extraviado (Ilíada, rapsodias I a IX), con la conocida y no pocas veces polémica traducción, a cargo de Alfonso Reyes, de los primeros cantos de la obra de Homero. Los escritos sobre Grecia han sido siempre una piedra de toque de los estudiosos sobre el polígrafo regiomontano. Por un lado, la exigencia, que tiene sus razones, de señalar el nulo o poco conocimiento que tenía del griego, y por otro, lo que en la práctica anula o transforma el señalamiento anterior, la calidad extraordinaria de los fragmentos publicados como Aquiles extraviado, obra del final de su vida y que se suele comparar y contrastar con Homero en Cuernavaca. Lo que a su vez suele llevar a la discusión del valor de Reyes como poeta.

Esta edición tiene, además, un prólogo de Carlos García Gual, una de las grandes autoridades sobre la cultura griega hoy día, prólogo que es un ejemplo de información, conocimiento, sabiduría y gusto de lector, al ponderar la versión de Reyes y compararla con otras hechas en español, en especial la de otro mexicano, Rubén Bonifaz Nuño. Es ilustrativa la apretada síntesis que traza de las traducciones que del clásico se han hecho a nuestra lengua, y de las opciones que según las épocas y los estilos han hecho desde los eruditos hasta los poetas y los divulgadores para mostrar la opción que toma don Alfonso: la de hacer un poema en español que transmita lo mejor posible la poesía del original.

García Gual señala que, si bien Reyes no sabía griego, sus lecturas de esa cultura eran muchas y buenas, y que incluso había traducido varios libros y escrito espléndidos ensayos sobre el asunto en sus obras. Es decir “sabía” griego por una empatía con la cuna de civilización occidental. He leído en algunos lugares que cuando Reyes tuvo la oportunidad de conocer físicamente Grecia no lo hizo. ¿Por qué? Probablemente porque la que se había construido en su imaginación era para él (y debería ser para nosotros) más real que la verdadera. Y esa Grecia que, por ejemplo, está en Cavafis muy presente, y a través de él en la poesía de los últimos cien años, y gracias a los románticos alemanes desde el siglo xviii, se presta para esa creación o recreación imaginaria. Baste mencionar que varias de las buenas traducciones del escritor alejandrino las hicieron traductores que no sabían griego (Juan Carvajal y Cayetano Cantú entre nosotros).

Valorar esa empatía en épocas de rigor filológico mal entendido y programas de traducción para la red me parece muy importante. Y en muchos niveles –valga la pena mencionar las versiones divulgatorias en prosa de Luis Santullano que dieron a conocer a muchos lectores la obra de Homero– es justamente esa mezcla de niveles la que crea una continuidad histórica. Otro ejemplo, en otra dirección, más la de Homero en Cuernavaca, sería Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas, un gran libro de poemas poco atendido por la crítica, de Luis Miguel Aguilar. Y ya en una línea afectiva: si bien mis lamentablemente pocas relecturas de la Ilíada se han dado en la traducción de Rubén Bonifaz Nuño, guardo como un fetiche mi ya muy maltratada edición de Biblioteca Mundial Sopena, en la versión de José Gómez Hermosilla. México tiene hoy un importante número de buenos traductores del griego moderno, pero no sé si del griego clásico haya dejado Bonifaz Nuño una escuela. En todo caso, esta publicación de Aquiles agraviado nos lleva al asunto, recurrente en estas páginas, de la importancia de la traducción como zona de aire fresco para la literatura.

Hace un par de años Eduardo López Caffagi publicó un extraordinario libro, resultado de su trabajo como estudiante de El Colegio de México en Estudios Internacionales, pero más que un libro sobre política internacional es un notable ensayo, Grecia pasado y presente, sobre la cultura griega del siglo XX, con páginas muy buenas sobre Giorgios Seferis (poeta) y Theo Angelópoulos (cineasta) que no puedo dejar de recomendar en esta nota. En él se explica un poco la empatía de Reyes con la cultura griega clásica y su presencia en el México del siglo XXI. Es casi un absurdo decir que hay que seguir leyendo y releyendo a Alfonso Reyes, uno de los pocos escritores que no han sido desgastados por el paso del tiempo a más de sesenta años de su muerte. La industria académica en torno a su obra, que en algún momento llegó a provocar aburrimiento, ha encontrado en las ediciones de divulgación, como este Aquiles agraviado en El Oro de los Tigres, una manera de fomentar su presencia y su número de lectores. Tal vez sólo habría que pedir que tuviera una mayor circulación entre los lectores interesados. ¿Seguirá la colección ahora que Minerva Margarita ya no está entre nosotros? Espero que sí.

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