Foto: Daniel Mordzsinski |
"Por lo menos que sepan latín"
Hace poco en la casa de pastas de la esquina escuché que una señora de estilo moderno le decía a la empleada: “Poneme una caja de ravioles. Y esa tarta, ¿de qué va? Bueno, poneme una ración”. Me dije: “Es evidente que esta señora vivió en España –el acento me hizo pensar que no era española sino argentina– y cree que sigue allá...”. En una segunda vuelta mi pensamiento fue peor: “El poeta Santiago Sylvester vivió veinte años en España y llegó hablando en salteño. Por lo tanto, esta señora se entrenó para usar modos españoles en la Argentina, a fuer de mostrar que pasó un período en España, como si eso fuera un mérito en sí mismo.”
Debo aclarar que en España no se le dice a un mozo “tráigame un café” o “sírvame un café” sino “ponme un café” o lo que fuera, y ni hablar del “por favor”. Y a las porciones se las llama raciones. Me dije: no es conveniente que esta señora ande mucho cerca del Abasto diciendo “poneme” porque...” Qué guarango, me dije para mi mismo de inmediato. Y procedí a relacionar a esta tirifila con aquella actriz argentina que participó de la entrega de los Oscar y al abrir un sobre que premiaba a una película argentina exclamó “God bless you!”. Preguntada acerca de por qué había manifestado su emoción de ese modo, dijo que “pensaba” en inglés, lo cual rápidamente fue adoptado por la intelectualidad porteña (porteña de la Argentina, no de Chile) que vive “en estado estético”, según la notable definición de Ángel Faretta.
Ahora bien: ahorrémonos la discusión acerca de si alguien puede pensar en un idioma que no es el materno, a menos que tenga dos idiomas desde la cuna. Lo cierto es que lo que estaba en el pensamiento de aquella actriz era la imitación de giros oídos en películas y series, para dar un aire neoyorquino a la figura de uno o una. No importa tanto la tilinguería que esto importa –como decir “sorry” a cada rato o “too much”–, sino el testimonio de que el centro cultural del mundo ha pasado a ser Nueva York, para desgracia de Occidente. Porque la cultura estadounidense es bárbara, carente por completo de civilidad, pero Nueva York ha hecho de tripas corazón, o de defecto virtud, y ha inventado el estilo neoyorquino que tanto atrapa en todo el mundo, pero especialmente en Buenos Aires. Ese estilo llamado al principio “informal” y que ahora se llama a veces “casual” (con acento en la primera a) es la moda Gap, la moda jogging, la moda traje con zapatillas, etc. Todo esto propulsado por el cine, la televisión y la industria de la moda y el entretenimiento que llegan hasta las más remotas ciudades chinas o coreanas. El estilo Gap se ha multiplicado y recreado.
Era tilingo, claro, cuando alguien hablaba con palabras francesas, y el tango se ocupó de ello: “Che madám que parlás en francés”, invocaría el viejo Cadícamo. Pero el modelo era en verdad culto. A él acudían los ilustres norteamericanos en los años veinte todavía, tal y como lo hicieron los rusos en el siglo anterior, los argentinos y cubanos a comienzos de siglo y aun en los años 50. París era una fiesta, ¿recuerdan? Y el melancólico Rick Blaine exclamaba ya en los años 40 en el final de “Casablanca”: “Siempre nos quedará París”.
Lo preocupante es siempre que el viaje o el contacto con idiomas dominantes se consideren prestigiosos. No imagino a nadie dejando entrever giros o palabras yorubas. Si Pier Paolo Pasolini se espantaba de ver muchachos con jeans en África, ahora entraría en convulsiones. Digo yo: si nos va a colonizar culturalmente, por lo menos que sepan latín.
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