miércoles, 9 de junio de 2021

"Un traductor tiene que entender, leer y desgajar todas las capas de significado que contiene un libro, lo no dicho"


 

El 25 de mayo de este año, Valeria Tentoni entrevistó a Carolina Orloff para el blog de Eterna Cadencia. Allí, en la bajada, se lee: “‘No hay una literatura que sea representativa de toda la región’; explica la editora de Charco Press, puente entre Latinoamérica y el mundo anglosajón. ‘La editorial nace de una enorme pasión y de una enorme frustración, del deseo de cambiar el status quo de lo que es la literatura latinoamericana en traducción al inglés”“.

“La literatura latinoamericana no existe como tal”

Stories worth Reading”: Carolina Orloff explica que eso es exactamente lo que desea transmitir, más allá y más acá de que la suya sea una editorial que traduce autores y autoras nacidos en Latinoamérica. “Tratamos de no hacer hincapié en que nuestra literatura es literatura de Latinoamérica, sino que tratamos de hacerle entender al lector anglosajón que nosotros publicamos excelente literatura, y lo demás viene después”, dirá en esta entrevista.

De hecho, Charco Press nació en 2016 y partió con cinco libros de autores argentinos de la misma generación para demostrar, a su manera, que no existe nada que pueda encasillarse en “literatura argentina”, mucho menos en “literatura latinoamericana”, sino muchas y muy ricas literaturas coexistiendo en mismo tiempo y espacio.

Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Jorge Consiglio, Claudia Piñeiro, Ricardo Romero, Carla Maliandi y Luis Sagasti son algunos de los autores nacionales que lucen en su catálogo. Su traducción de Matate, amor, de Ariana Harwicz, por ejemplo, alcanzó la longlist del Man Booker International en 2018, lo mismo que la de Las aventuras de la China Iron en 2020, que llegó a la shortlist. No poco empujan las nominaciones para que la atención en estas literaturas crezca, tanto como es posible en un mercado en el que las traducciones totales, y no sólo del castellano, son menores al 5%.

–¿Cómo comenzaste a vincularte con la literatura?
–Nací prácticamente entre libros. Mi papá tenía una librería que desafortunademente cerró gracias a las políticas neoliberales del gobierno de Menem, en 1998. Se llamaba Librería Sarmiento, librería icónica del centro porteño, en Libertad y Arenales. Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo tenían cuenta corriente, eran habitués. La librería no era originalmente de mi papá, sino de mi bisabuelo, y fue una librería testigo de todo el siglo XX. Cuando cerró, de alguna manera se acabó todo un traspaso generacional que se podría decir estoy tratando de revivir a través de la editorial. En esa librería yo me crié, mamé no sólo literatura sino también papelería, porque era también una papelería hermosa, antigua, enorme... Hasta el día de hoy me acuerdo del olor a la mina de lápiz, a papel, a sello, a encuadernación, que se hacía también en la librería. El amor de la literatura viene de ahí y no es sólo a la literatura sino también al libro como objeto en todos sus sentidos y potencialidades.

–Publicaste tu primer libro a los 13 años, ¿cómo fue eso y qué aprendiste acerca de cómo se hacen los libros en esa experiencia?
–Sí, y me da mucha vergüenza... Calculo que muchos primeros libros dan vergüenza, sobre todo si se publican a tan temprana edad. Era un libro de poesía. Empecé a escribir muy chiquita, a los 8 ó 9, y básicamente por celos: mi hermano mayor escribía algunas cosas y me puse a escribir para hacerle competencia. Él no le dio nunca más bola a la escritura y yo me quedé enganchada. Mi papá, por ser parte del mundo editorial y tener todo eso a la mano, tuvo la idea de publicar un librito, que lanzamos en la librería Sarmiento que tenía arriba una galería de arte donde se hacían lanzamientos de libros. Fue una experiencia muy rara, porque yo era una niña, pero es interesante rememorarla ahora, como editora. Me costaba creerme escritora, por supuesto, pero las poetas que me presentaron el libro tuvieron la generosidad de tomarme muy en serio. Esa fue mi primera experiencia como alguien del mundo literario.

–¿Cómo fue la decisión de irte del país y estudiar literatura latinoamericana, pero desde afuera?
–Mi partida del país no fue una decisión en sí, sino que me postulé a una beca para terminar el secundario y me la gané. Me fui a los 17 a estudiar a Canadá con esa beca, durante dos años, y a partir de ese momento bisagra se me abrió el mundo. Decidí no volver a Argentina y estudiar Literatura y Filosofía en el Reino Unido, un poco infuenciada por mi abuela que es inglesa, y por la librería, siempre tuve mucha curiosidad por el Reino Unido. A partir de ese momento, de vivir como argentina interesada en las letras latinoamericanas, empecé a descubrir el poco material que se podía conseguir de este lado, no sólo en el ámbito académico sino también comercial, y en las bibliotecas. Después de la Licenciatura me especialicé en traducción, y noté una escuela muy quedada en el tiempo y eurocéntrica, pero recién cuando hice mi doctorado -que me enfoqué de lleno en literatura latinoamericana, más concretamente en Cortázar y su evolución política en su ficción- fue ahí que empecé a entender cómo se leía a los latinoamericanos.

–¿Qué pudiste observar en esa instancia sobre cómo nos leen?
–Yo hablaba recién de hace veinte o veinticinco años, y sí noto un cambio desde entonces. Desde el surgimiento de Charco, en coincidencia, sí hay una leve apertura de mentes que tiene que ver con una pequeñísimo aumento en la recepción, en la curiosidad lectora por la literatura latinoamericana contemporánea. Previo a estos años, entre 2005 y 2015, y antes también, en el Reino Unido y, en menor medida, en Estados Unidos, siempre se venían leyendo los mismos tres cuatro autores latinoamericanos, y siempre por los mismos traductores. Para mí esa constancia, esa repetición (y entendiendo que cada traductor tiene su idiosincracia, su lenguaje, su sonido), se levantaba en dos pilares que se conectan con el imaginario anglosajón del mundo latinoamericano: literatura de dictadura y realismo mágico, la violencia ligada a los desaparecidos, a un terrorismo de Estado, y una tercera que es más reciente y es la de una “pobreza for export” relacionada a una violencia urbana / narcos. Esos son los tres pilares desde los que se leía y se espera de la literatura latinoamericana.

–Has traducido obras como la de Ariana Harwicz, ¿cómo comenzó tu vínculo con la traducción y por qué te importa esa tarea?
–A partir de los 17 años yo vivo en inglés, primero en Canadá y después en Inglaterra y Escocia, pero siempre viviendo mi interés por la literatura latinoamericana. Es una manera de vivir, más allá de mis especializaciones y mis estudios. Cuando quería regalar libros de mis autores favoritos nunca podía, porque no estaban traducidos o tenían traducciones que no sobrevivían el paso de las décadas, traducciones que no fluyen. Para mí la traducción siempre fue un motor, poner mi granito de arena en el mundo para trasladar cómo viví esas lecturas desde el lugar en que nací y trasladarlas desde ahí y no desde alguien que tiene los dos pies puestos de este lado. Esa metáfora me representa todavía, tener un pie acá y un pie allá, es cursi pero a mí me atraviesa. En ese entenderme como un puente, como un ser que está de los dos lados, la traducción corre por mis venas. Vivo traduciendo, además, en diferentes ámbitos, así que para mí la traducción literaria es una necesidad. Hay autores que hablan de la necesidad de escribir, y para mí eso es la traducción: si hay un libro que me convoca y no está en inglés, necesito traducirlo. Con Harwicz, en concreto, yo co-traduje, porque nunca me animaría a llevar al inglés sin trabajar con un co-traductor angloparlante. Traduje las tres novelas de Ariana Harwicz y un libro de Jorge Consiglio, y ahora estamos comenzando a trabajar en la traducción al inglés de Sodio.

–¿Cómo decidiste iniciar una editorial de traducciones de libros latinoamericanos y por qué?
–La decisión de fundar Charco tiene que ver con mi trayectoria como persona, no sólo como estudiante o investigadora. Hay dos ejes fundacionales: por un lado, el interés y la pasión que siempre me movieron, la literatura latinoamericana contemporánea, y por otro lado, una gran frustración, la de no ver la riqueza y la variedad de ese universo reglejados en inglés. Charco Press surgió con la intención de ir reformulando la oferta de a poquito. No sólo convencer al lector de que tiene que leer estos libros, sino que los libros estén, que se vean, y que se lean cada vez más. Lo importante es que esos autores estén, tengan un lugar en el mundo anglosajón, que a su vez abre puertas a otros mundos. La editorial nace de una enorme pasión y de una enorme frustración, del deseo de cambiar el status quo de lo que es la literatura latinoamericana en traducción al inglés.

–¿Qué buscás en una obra, como editora?
–Busco una obra que llegue al lector y que diga cosas a partir de diferentes niveles: que sea una obra en la que no sólo se nos cuente una historia singular y extraordinaria, sino también que lo extraordinario de lo que se nos cuenta surja a través de un tono, de una musicalidad, de una visión del mundo que sea única. No me interesan las obras que repiten fórmulas y que no rompen cabezas, me interesan las obras que generan preguntas que nos incomodan, que nos sacan del confort, que nos abren los ojos a otras realidades, desde otro punto de vista. Me interesan autores y autoras que estén involucrados en los debates sociopolíticos y socioculturales de la región, de las comunidades en que estén.

–¿Y en una traducción?
–Busco que la traducción haya captado todo lo que está más allá de la palabra y lo haya transformado en algo perceptible, también, más allá de las palabras. Un traductor tiene que entender, leer y desgajar todas las capas de significado que contiene un libro, lo no dicho. Todo eso tiene que estar, sin estar, en una traducción. Hemos pasado ya un par de veces por situaciones en las que la traducción no está a la altura del libro, y eso para mí es inaceptable, no hay muchas vueltas ahí aunque signifique una pérdida de tiempo y de plata. Sobre todo, teniendo en cuenta que a gran parte de los autores les publicamos por primera vez sus libros en esta lengua, y el inglés abre la puerta a otras lenguas como el árabe o el chino, entonces hay una enorme responsabilidad. Si la voz no está, se distorsionó y no se escucha en el estilo, en el silencio original, no es una traducción que sirva. La traducción tiene que captar la voz y el silencio del original.

–¿Cómo ves el estado de cosas para los libros que se escriben por estas latitudes? ¿Notás un interés creciente en los últimos años?
–El lector anglosajón es un lector que tiene una tara muy importante, muy arraigada en lo que tiene que ver con la lectura de libros en traducción. Si vas a las librerías de acá, hay una categoría en sí que es “literatura en traducción”. No importa qué libro es, puede ser una novela policial o unos cuentos, pero el género es ese, cosa que a mí me parece deplorable. Uno de los grandes desafíos que tenemos desde Charco es el deconstruir eso. Se lee muy poca literatura traducida: el porcentaje hace cinco años era del 3% en general, y ahora subió a un 4,10%, todos los libros de diferentes idiomas que se traducen al inglés. O sea, muy poquito. En ese contexto, sí ha habido un creciente interés en la literatura latinoamericana en los últimos años, y yo creo que tiene que ver con las nominaciones a premios que son súper prestigiosos en el mundo anglosajón, como el Booker International. En segundo lugar, quizás, se podría atribuir a el rol cada vez más prominente que tienen traductores y en eso también nos enfocamos nosotros como editorial, y el rol clave que tiene el traductor a la hora de promover un libro de este lado. Pienso en Jennifer Croft o Megan McDowell, que ha traducido a Samanta Schweblin, Mariana Enriquez o Lina Meruane.

–¿Qué dirías distingue a la literatura argentina de la que se escribe en otros países?
–Es una pregunta muy difícil porque estaríamos generalizando tremendamente lo que se escribe en Argentina y en otros países, es imposible de contestar. Yo no creo mucho en las literaturas nacionales, me parece que es encasillar, es justamente lo que estoy tratando de deconstruir de este lado. La literatura latinoamericana no existe como tal, porque no hay una literatura que sea representativa de toda la región. Hay preconceptos, como que tiene que incluir al realismo mágico, y yo voy contra eso, Charco va contra eso, así que hablar de una literatura argentina sería contradecirme. Charco, cuando surgió en 2017, partió con cinco libros de autores argentinos de la misma generación para manifestar, de alguna manera, que dentro de un solo país e incluso de una misma generación hay muchas literaturas, hay muchos estilos, muchas cosmovisiones, intereses. No me parece que se pueda distinguir a la literatura argentina, sería falaz. Sí me parece que la literatura argentina es una literatura absolutamente rica, que tenemos una producción extraordinariamente vasta y quizás lo que la distingue, no en términos de contenido, o mejor decir lo que distingue a Argentina, es que hay mucha oferta a la obra de publicar un libro. Hay muchas editoriales independientes haciendo apuestas muy interesantes, y eso sí me parece único en la literatura latinoamericana y quizás en el mundo. Es un país donde, proporcionalmente a la cantidad de habitantes y a su economía, a pesar de las dificultades se producen muchos libros independientes interesantes y eso hace que sea una literatura muy rica en términos de géneros, de estilos, de formatos. Eso sí la distingue. Es una literatura muy productiva y de una calidad excelente.

–Escribís poesía, investigás, traducís, editás, ¿en qué rol te sentís más plena y cómo colaboran entre sí?
–La poesía la tengo abandonadísima, ya no escribo poesía. Sí escribo algo de ficción. Me encantaría tener tres o cuatro cuerpos más para poder realizar todas estas actividades más plenamente, pero por lo pronto los que prevalecen son los roles de editora y traductora. En el rol de editora hay muchos sub roles, por lo que implica estar editando en el mundo anglosajón. Es bastante desafío convencer a los lectores de que esta es una literatura que “aunque esté traducida” vale la pena leer, así que tengo ahí también un rol de promotora cultural, de gestora intercultural, porque una de las cosas que más me motivan es la creaciónde puentes. Que haya un diálogo entre las literaturas de América Latina y las anglosajonas, que se hablen, se miren entre sí y se cuestionen. Hay solo posibilidades de crecimiento en esas miradas.

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