Cuando las
lenguas se tocan
Cuando hace unas semanas salió a laventa Consum preferent, el premio Anagrama de Andrea Genovart, varias voces se sorprendían y se quejaban del catalán de la narradora, un catalán roto con frases hechas en castellano ya desde la primera página. Una polémica que fue escalando y que acabó con la autora retirándose de las redes sociales, en las cuales había recibido ataques personales. Al momento surgieron voces a favor y en contra, muchas de las cuales, como pasa a menudo en las redes, ni siquiera habían leído la novela. Es un debate reincidente, y no hace ni dos años ya había aflorado cuando Guillem Sala publicó El càstig (L’Altra), con muchos de los diálogos escritos en castellano, y cuando la dramaturga Carol López tenía en escena Bonus Track, donde los personajes hablaban en las dos lenguas. Entonces también Juana Dolores empezaba a hacer obras de teatro en que las mezclaba.
En la polémica de ahora también hay una obra dirigida por López, Les amistats perilloses, en que los personajes de Valmont y Merteuil, interpretados por Gonzalo Cunill y Mónica López, hablan castellano en la intimidad, y otra novela publicada en L’Altra,1969, de Eduard Márquez, incluye un alto porcentaje de páginas en castellano, ahora por motivos documentales. Y la cuestión todavía se ha extendido más y ha llegado a la televisión por el uso del catalán y el castellano en series como Cites Barcelona, de Amazon Prime, que se ha rodado en catalán y castellano (aunque TV3 la emitirá totalmente en catalán) o Smiley, la serie de Netlix –a partir de la obra de teatro de Guillem Clua–, que se rodó en castellano, pero en la que algunos personajes hablan en catalán, aunque también se hizo una versión doblada íntegramente en catalán.
Y aún podríamos añadir lo que pasa en la música, en que más allá de artistas que hacen canciones en una u otra lengua hay una hornada más reciente en que muchas canciones están escritas en más de una, como Stay Homas, que en un mismo tema pueden incluir frases en catalán, castellano, inglés y portugués, pero también lo hace la eufórica Scorpio o los tan celebrados The Tyets, que a menudo incorporan castellanismos. Pero en el caso de la música más que polémica hay celebración.
Para F. Xavier Vila, secretario de Política Lingüística y catedrático de Sociolingüística de la UB, hay que tener en cuenta que “por una parte, en el mundo de la creación, el autor tiene que ser totalmente libre; por otra parte, las tradiciones literarias tienden a ser monolingües y los casos de mezcla son excepciones, en varios niveles”, y menciona casos como algunos fragmentos de Incerta glòria de Joan Sales, pero también los períodos del Renacimiento y el barroco, cuando mezclar lenguas era moda y símbolo de distinción, y al mismo tiempo hay casos controvertidos como el spanglish portorriqueño. Ahora bien, a menudo detrás de muchos de estos casos hay procesos de sustitución lingüística gradual, “hasta que llega un momento en que la mezcla parece que sea indiscriminada”. “Es lógico –añade– que cuando afecta a una lengua minorizada estos fenómenos se vean con prevención, porque una lengua para ser viable tiene que tener funciones propias y exclusivas, y cuando en este contexto pones la otra lengua estás minando la que es deficitaria”, pero distingue si la mezcla es gratuita o si “el autor busca una autenticidad, para reflejar una realidad”, cosa que también se puede hacer críticamente.
Así, Vila separa los casos literarios, en que puedes intentar reflejar la sociedad de la que hablas (en el caso de Sala, en los diálogos, en el de Márquez, la Barcelona de 1969, y en el de Genovart, el mundo y la generación en que se desarrolla la narradora) de los musicales “porque tradicionalmente las músicas urbanas han tendido a la mezcla lingüística, cada género tiene sus convenciones”. En cambio, ve más problemático que en una obra teatral como la de Pierre Choderlos de Laclos, “una pieza monolingüe que no tiene nada que ver con la diversidad lingüística: aquí se ve que como dice la Constitución española, hay una lengua de conocimiento obligatorio, y las otras son optativas”. La directora defiende su elección en función del actor, que no se siente cómodo con el catalán, pero curiosamente también participa su obra un actor inglés que apenas hace un año que ha empezado a aprender catalán, Tom Sturgess, que más allá de un guiño en su lengua de origen habla en catalán en la obra. “La literatura es un mundo de ficción y puedes hacer lo que quieras, es legítimo, pero el artista se lo tendría que plantear con responsabilidad, porque uno de los resultados de la minorización es la falta de recursos expresivos”, dice Vila.
Genovart explica que decidió el estilo en monólogo interior ya antes de escribir la novela, lo tenía muy claro: “En el monólogo interior, quería hacer aparecer el castellano desde el dicho popular y que el refranero conviviera, orgánicamente, con la lectura de una etiqueta de un brick de leche, la redacción de un correo electrónico, la lectura de un fragmento de Perec, una conversación de WhatsApp, la escucha de una canción en inglés o un castellano mal hablado por parte de la compañera francesa de la protagonista”. Una lengua para “reflejar la realidad de la ciudad moderna de hoy: caótica, interrumpida, contradictoria, con interferencias de registro y, por supuesto, idiomáticas. No me habría encajado construir una voz en primera persona, neurótica, sobreestimulada y constantemente atravesada por todo aquello que ofrece la Barcelona actual a partir de un estilo plano, coherente y con un modelo de registro y lengua únicos”. Para Genovart, “es arriesgado y peligroso cuando se hacen juicios personales en torno a propuestas de ficción, porque se asumen una serie de competencias, capacidades y motivación de elecciones sobre las que no me he pronunciado, y eso supone un desplazamiento en detrimento de la obra, que queda eclipsada o reducida a determinados aspectos que no representan su totalidad”. Por otra parte, señala que “desgraciadamente, un escritor o escritora, por muy cuidadoso que sea, no puede salvar el catalán; en todo caso, y con más probabilidad, lo hará una mayor cantidad de iniciativas por la normalización lingüística, un plan de estudios escolar más ambicioso con la lengua o conseguir que seamos más catalanes y catalanas los que vamos a las urnas y votamos partidos con programas electorales comprometidos con el catalán”, y reclama la libertad del autor para “comprometer su obra con una causa política hasta allí donde quiera”. Además, defiende que “en el estado actual de nuestra lengua, la decisión de escribir en catalán ya es todo un acto que reconocer y celebrar”.
La editora Eugènia Broggi recuerda que casos como El càstig o 1969 son muy diferentes, porque la primera es una ficción y las otra es una narración documental, aunque ambas intentan retratar una realidad. Para ella, la novela de Sala “no es una causa, es una consecuencia, un espejo de la realidad, una forma de representar un mundo, en este caso la periferia de Barcelona”, mientras que el libro de Márquez “está construido y pensado para reproducir del modo más directo y fiel el clima de aquel año en Barcelona, mediante documentación y testimonios que estaban allí sobre el terreno, así que el uso del castellano es difícil de evitar porque era la lengua imperante, legal e impuesta, y todos los documentos estaban en esa lengua, la intención del autor es reproducir el clima de represión, opresión y claustrofobia social, política y también lingüística”.
El divulgador lingüístico, escritor y guionista Enric Gomà, sin embargo, no cree que el arte tenga que reflejar necesariamente la realidad, y aún menos la lengua: “No se escribe para describir ningún idiolecto –los usos de una lengua propios de un hablante–, eso es cosa de los lexicógrafos, pero es que aunque pensemos que la novela de Genovart define un habla generacional no es así, es muy difícil reflejarlo”. “Una parte del problema –dice Gomà– es que nos hemos autoconvencido de que la literatura es estilo y el estilo es lengua, pero a menudo se mira la lengua desde un punto de vista filológico, y no es eso, porque esa mirada interesa quizá solo a cuatro filólogos. Para mí el carácter define mejor la literatura que el estilo”. También sucede que en catalán muchos lectores tienen “espíritu de corrector, pensando qué es normativo y qué no, pero eso va en contra de la obra”, concretando, eso sí, que los correctores de verdad tienen claras las diferencias entre la norma y los usos pertinentes y literarios. “Sabemos que nuestra lengua está en peligro y sentimos el peso de tener que salvarla, pero ese no es el trabajo de un escritor, que tiene que ser libre”, añade, sin que eso signifique negar que “tenemos un problema con el castellano, que nos amenaza y tiene un papel demasiado preeminente”.
El filólogo y traductor Pau Vidal ve en obras así “un síntoma de la batalla, y que una parte de los implicados no lo vea así es otro síntoma que lo confirma: estamos en guerra y no puedes hacer ver que no tomas partido por ninguna posición. Cada producto híbrido es una bala que dispara la lengua hegemónica”. Para él, “reflejar la realidad es un desiderátum, la literatura no la puede reflejar, son excusas baratas”, además de que “en algunos casos se ve que se justifica un producto híbrido para disimular la falta de capacidad de su autor”. Vidal considera que es evidente que “vamos hacia el batiborrillo y en la próxima entrega de este debate, dentro de diez años, el catalán todavía estará más invisibilizado, y una parte de la responsabilidad será de los que ahora hacen productos híbridos”, entre los cuales no duda en añadir las músicas urbanas: “La música popular está aún más interferida, y a menudo se alaba cuando se hace música en catalán, pero es la resignación del perdedor”, sin olvidar que “es cierto que hay una parte de código generacional, porque estos pobres chiquillos han tenido la doble desgracia de crecer en un entorno probilingüista y encima en la época del reguetón”.
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