domingo, 9 de mayo de 2010

"Mirarse ostensiblemente la nariz"

El diario Clarín de ayer publicó una entrevista de Daniel dos Santos con el argentino Alberto Silva, autor de la antología de poesía japonesa más extensa de todas las traducidas al castellano, originalmente publicada por el sello argentino Bajo la luna.

"Para traducir haikus
hay que saltar más que una rana"

Condescendiente, Lucía intenta aliviar con palabras la posición del entrevistado en la sesión de fotos. La supone forzada. Con las piernas para atrás, sentado en un zafu, un banquito que podría haber hecho las delicias del pie izquierdo de un payador, un hombre de inconfundible impronta occidental cuenta que puede pasar hasta ocho horas así, meditando. ¿Cuándo lo incómodo para uno se transformó en cómodo para el otro? Para ser concreto: ¿Cuándo el banquito se volvió zafu?

Aparte del zen, Alberto Silva Castro practica tal vez el segundo oficio, trabajo, arte, más difícil del mundo: traduce haikus, la poesía japonesa que le sacaba el sueño a Borges. Hace que "Otro estanque nuevo, preposición, rana, saltar, sonido, tampoco, nada" mude a: "En otro estanque no hay sonido, no hay salto, tal vez ni hay rana". En un departamento altísimo de Belgrano, minimiza que traducir es como un juego de encaje, aunque suma: "Aquí hay un salto más que el de la rana". Acostumbrado él mismo a saltar de país en país, siempre con su familia –Chile, Francia, España, Alemania, India–, lleva ahora las marcas recientes de sus trece años de vida académica en la Universidad de Kioto. Sutiles como pompas de jabón y no tanto, esos señalamientos aparecerán aquí mezclados en el torrente de su vida de intelectual. Y pegados al auge de los escritores japoneses entre los argentinos, acostumbrados ahora a nombres otro tiempo exóticos como Haruki Murakami, Yukio Mishima, Banana Yoshimoto, Kenzeburo Oè y Yasunari Kawabata, estos dos últimos premios Nobel de Literatura.

Silencio total sobre sus títulos en la charla y sólo ocho líneas de su blog (www.traducirjapon.blogspot.com) le bastan a Silva Castro para hacer, por lo breve, un haiku con su curriculum. Atesora tres licenciaturas –en Historia de la Cultura, en Filosofía Moderna, en Sociología–, un master en Sociología, un doctorado en Letras y Ciencias Humanas, otro en Ciencias Políticas. Y estudios con Lévi-Strauss y Roland Barthes en París.

–Siempre me pareció divertido, por inútil y tan usado, ese dicho: "un país de contrastes". Sin embargo, en Japón existieron dos literaturas: una femenina,simbolizada por el libro de Genji, y otra masculina, con la historia de Heike, la tragedia de un clan de hombres. ¿Qué los alumnos saluden a su profesor con un beso afectuoso al entrar a clase y con una reverencia en la cafetería no parece suficiente? ¿Será Japón el habitante único de esta categoría sociológica inexistente de "país de contrastes"?.

–Pensaba en la frase de Paul Eluard,: "Hay varios mundos, pero todos quedan en éste". Desde esa mirada ¿qué espera el japonés del mundo?
–El mundo para los japoneses ha sido cosas diferentes. Durante 12 siglos fue China, hasta que los chinos se hacen japoneses porque ya no identifican su propia idiosincracia. Después fue la Europa del siglo XIX, que succionó todo lo que pudo. Finalizada la guerra, Estados Unidos. La apariencia de Japón es intensamente norteamericana, pero en el fondo mantiene una base incambiable: el modelo japonés para procesar lo extranjero.

–¿Un poco esquizofrénico?
–Aparentemente es un país contemporáneo, pero la vida social, amorosa, está más cercana a la que cuenta la literatura. Es una discordancia chocante.

–¿Qué aprendió en Japón?
–Fui sobre todo por el zen y el haiku. El zen es algo que vale la pena para los occidentales si deciden no dejar de ser occidentales.

–¿No es el inicio para no serlo?
–Sí, pero no. El zen es un sistema de retraducción de la propia cultura y de la propia identidad, sin resignar nada.

–¿Cuál es el proceso práctico para entrar en meditación?
–La meditación zen es el zazen. Es decir sentarse, pero con ese fin determinado. Lo único que importa es que la columna esté derecha. Después uno pasa de manera ostensible a mirarse la punta de la nariz.

–¿Y si se mira la nariz uno no se siente simplemente estúpido?
–Puede parecer egocéntrico, pero pronto uno empieza a sentir el flujo respiratorio. Y al centrar la atención allí, llega en un torrente lo bueno, lo malo, lo malísimo que uno tiene en la mente. Es el caso de la mente desbocada que de alguna manera se diluye en este otro torrente de la respiración.

–¿Y entonces qué pasa?
–Advierto como propios a todos los pensamientos, pero al mismo tiempo éstos empiezan a alejarse, como si fueran de otra persona.

–¿Por qué?
–Porque la realidad que creía completamente determinada por mi propio pensamiento no se sostiene. Todo indica que las cosas ya eran así antes de que llegara. Resulta una estrategia de aceptación básica. Y a medida que se medita crece la compasión, que en lenguaje zen implica una complicidad con las cosas que viven las otras personas.

–Una pregunta bien occidental: ¿Cuál es el objetivo final del zen?
–Es el pensamiento y una práctica que desarrolla la subjetividad, pero que contraría el egoísmo del sujeto que se cree patrón de la realidad. Si el zen tuviera un objetivo, tendría que ver con depositarse en la vida de una manera festiva.

En la biblioteca, Silva Castro reserva un estante para los libros de poesía japonesa que aguardan su traducción, a uno por año. Mientras espera la reedición de su Bajo la luna, el libro de haiku , la antología más extensa publicada en español hasta ahora, hila: "Día, partícula posesiva, luz, esta mañana, sardina, posesivo, cabeza, desde". Y traduce: "Toda la luz del día brilla en la trompa de la sardina". Y explica: "El haiku es tan breve, pero como una obra de teatro tiene prólogo, desarrollo, evolución, clímax y final. Entonces el final del clímax es la palabra sardina que crea un efecto contrastante, pero que sirve para tomar distancia incluso de la belleza del sol". Tan sutil como el Oriente. Tal vez traducir haikus sea el segundo oficio, trabajo, arte, más difícil del mundo, apenas superado por el de escribirlos.

Sueños
Todos los deseos de Silva Castro tienen que ver con la estabilidad emocional, con mantener esa "mezcla paradójica" de gran proximidad con las personas y una distancia respetuosa frente a muchas situaciones personales. Esa distancia, como él mismo dice, permite entender y, por eso, aprender. "Trato de no engañarme y no engañar", como decía Michel Foucault.

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