El 16 de enero pasado, Carlos E. Cué publicó en El País, de Madrid, un artículo maniqueo e inexacto, a la medida de las necesidades de las multinacionales españolas, únicas beneficiarias de la nueva política de apertura del gobierno de Mauricio Macri. No sólo no da cuenta de la bibliodiversidad argentina, sino que no explica que la medida se tomó, entre otras cosas, por la falta de equilibrio en la balanza comercial entre España y Argentina. Tampoco señala el inmenso crecimiento del sector editorial local, que ocupó como hacía años no ocurría el lugar que dejaron vacante los libros con dumping venidos desde España.
Argentina se abre de
nuevo a los libros del mundo
Buenos Aires fue siempre una de las capitales mundiales
del libro. Todavía hoy es la ciudad con más librerías por habitante, según el
estudio World Cities Culture Forum. Algunas, en la calle Corrientes, abren las
24 horas, un espectáculo único. Sin embargo, en los últimos años, los lectores
argentinos tenían muchos problemas para encontrar libros minoritarios, de
tirada pequeña, para lectores más exigentes. El Gobierno kirchnerista, sobre
todo desde 2010, puso durísimas trabas a la importación para favorecer a la
industria local. No estaba prohibida, pero era tan complejo que solo entraban
libros de éxito seguro. Tanto es así que es frecuente que los argentinos pidan
a sus amigos extranjeros que les traigan libros imposibles de encontrar en
Buenos Aires.
El nuevo Gobierno acaba de
levantar esas trabas y muchos libreros y editores están entusiasmados. Los
impresores, por el contrario, están inquietos. Creen que una entrada masiva
puede acabar con miles de puestos de trabajo en las imprentas locales, que han
tenido una explosión en los últimos años.
Menos variedad
La voracidad de los
argentinos por los libros no ha bajado, al revés, ha crecido, y la gran mayoría
se imprimía en el país. Entre 2011 y 2014 cayó un 65% la importación de libros,
y como, consecuencia, se redujo un 35% la variedad de títulos que se vendían en
el país. También están inquietas algunas editoriales pequeñas que temen una
invasión de libros baratos en el mercado, sobre todo españoles. Porque el
cierre de la importación ha tenido otro efecto: los libros, como casi todo,
están carísimos en Argentina -de 21 a 28 euros y hace un mes entre 30 y 40
euros-.
“Nosotros hace unos pocos años teníamos más de 90.000
títulos diferentes en El Ateneo, nuestra librería central. Ahora rondamos los
72.000. Ha sido un desastre para la diversidad, aunque han sido años en que se
han vendido muchísimos libros. El Gobierno promovía el consumo. Ahora confiamos
en poder tener mucha más variedad, el lector argentino es muy exigente y busca
constantemente novedades. Estamos muy ilusionados”, cuenta Adolfo de Vincenzi,
director general del grupo Ilhsa, propietario de 53 librerías en toda
Argentina, entre ellas la impresionante El Ateneo, una de las más bellas del
mundo, construida sobre un antiguo teatro y lugar de peregrinación de turistas
y lectores de todo el mundo. “Antes venía gente de toda Latinoamérica a comprar
libros a Buenos Aires, donde siempre había de todo. Venían micros (autobuses)
llenos de chilenos a comprar al Ateneo. Eso se perdió. Confiamos en recuperarlo
poco a poco”.
El mecanismo más extraño para
limitar la importación era el del control de tintas. El Gobierno estableció la
obligación de garantizar que todos los libros importados —solo si eran más de
500 ejemplares— tuvieran una tinta con menos de un cierto porcentaje de plomo.
“Era un sistema autoritario y kafkiano. Un arancel escondido. En todas las
pruebas que se hicieron jamás dio positivo. Pero tardaban muchísimo en hacerla;
solo se pensó para frenar la importación. Y lo logró. Pero es una política
absurda. Andrés Neuman es argentino pero vive y publica en España. ¿Nos lo
vamos a perder aquí? Además, se hizo un daño enorme a las librerías y al editor
pequeño, subieron mucho los precios de las imprentas”, sentencia Trinidad
Vergara, presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones.
No todos están tan satisfechos
con la medida impulsada por Pablo Avelluto, el nuevo ministro de Cultura de
Mauricio Macri, un hombre que viene del mundo editorial. Julio Sanseverino es
un veterano impresor, dueño de Gráfica Pinter y secretario de la Federación de
Gráficas Argentinas. “En los últimos años el sector ha tenido una expansión
enorme, da trabajo a 65.000 personas, y ahora tememos que si se empiezan a
imprimir cosas fuera se pierdan hasta 10.000 puestos de trabajo. Muchas
empresas hicieron enormes inversiones en tecnología porque el sector crecía y
ahora pueden tener problemas. No fuimos consultados, esto puede tener un coste
social importante”, explica.
Envío por correo
En cualquier caso Argentina irá
poco a poco. No habrá apertura total. En este país la venta de libros por envío
de Amazon no entró nunca y el Gobierno de Macri no tiene intenciones de dejarla
entrar de momento. Mandar un libro por correo era toda una aventura en
Argentina. Todos los lectores curiosos argentinos o periodistas especializados
tienen libros que les esperan en el aeropuerto bloqueados. Es tan complicado y
caro retirarlos que la mayoría renuncia a hacerlo, y allí se acumulan. Ahora
todo volverá a ser como antes. Lo que no cambiará es la sed de los lectores
argentinos: vengan de donde vengan los libros los devoran como en pocos lugares
del mundo.
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