Mi corazón al desnudo, de Charles Baudelaire es un texto singular, frecuentemente traducido en España. ,A
las traducciones anteriormente realizadas por Agustín
Esclalán (Editorial Apolo, 1947), María
Luisa García Mallard (Quatto Ediciones, 1975), Rafael Alberti (Editorial Renacimiento, 1992), Antonio Martínez Sarrión (Visor, 1995), María Badiola Dorronsoro (Editorial Valdemar, 1999), Jorge Segovia (Maldoror Ediciones,
2007), el narrador, enasyista y traductor argentino Alan Pauls acaba de sumar la suya para la Universidad Diego Portales, de Chile, Silvina Friera da cuenta de ello en la
siguiente nota publicada en Página 12,
el 26 de enero pasado.
La mayor provocación
del poeta maldito
La
cámara secreta del alma, de Charles Baudelaire (1821-1867), balbucea el derecho
a contradecirse para importunar a las almas bienpensantes. Quizá sea la mayor
provocación del poeta francés, más que el cotilleo sobre su vida desordenada,
el consumo de hachís y sus relaciones con prostitutas que escandalizaron al
París de su época. Despiadado, irritante, sarcástico, colérico, insoportablemente
vivo y tan moderno como cuando despotricaba contra sus enemigos declarados –el
progreso, la prensa, los críticos y los comerciantes, entre otros blancos sobre
los que descargaba la furia de su voz estridente y enfática–; todo esto suscita
la lectura de los fragmentos excepcionalmente incómodos, caprichosos e
inacabados de Mi corazón al desnudo y
otros escritos íntimos, con traducción y prólogo de Alan Pauls, publicado
por Ediciones Universidad Diego Portales. Pauls recuerda que el texto “más
visceral” del autor de Las flores del mal
respondió “al goce de aceptar un desafío literario” en nombre de la poética de
Edgar Allan Poe, de quien Baudelaire fue traductor e introductor en Francia.
Baudelaire fue un
lector devoto de las Marginalia,
recopilación de notas y apuntes de lectura en los que creía ver “la cámara
secreta del alma” de Poe. La marginalia 194 dice: “Si un hombre ambicioso
quisiera revolucionar de una vez el mundo universal del pensamiento, la opinión
y el sentimiento humanos, esta es su oportunidad (...) Todo lo que tiene que
hacer es escribir y publicar un libro muy pequeño cuyo título debería ser
simple, unas pocas palabras desnudas: My
heart laid bare”. El intrépido proyecto de libro del poeta francés se
transformó en su verdadera pasión. “Será un libro de rencores. Por supuesto,
respetaré a mi madre y aun a mi padrastro. Pero contando mi educación, el modo
en que se modelaron mis ideas y sentimientos, quiero hacer sentir que me siento
como un extranjero en el mundo y sus cultos. Descargaré sobre Francia todo mi
talento para la impertinencia. Necesito venganza como un hombre cansado
necesita un baño”, confesó el poeta maldito.
Mi corazón al desnudo –que incluye “Cohetes”, “Mi corazón al
desnudo”, “Años de Bruselas”, “Notas íntimas” y “El pintor de la vida moderna”–
se publicó en 1887 en las Obras póstumas,
veinte años después de la muerte del poeta. Pauls advierte que el libro
defrauda las leyes del diario íntimo. “Lo que hace Baudelaire con la escritura
de la intimidad (y con la forma del libro, y con la lengua) es tan poderoso,
agresivo y soberano como lo que hará décadas más tarde Louis-Ferdinand Céline,
otro apache intragable, otro provocador, otro artista de la demolición. Habría
que decir más bien exabruptos o alaridos, en la medida en que en ese cruce
brutal de lengua y cuerpo reside la verdad del registro que trabaja Baudelaire
cuando se pone íntimo.” En “Cohetes”, la primera parte, dispara un puñado de
sentencias: “Lo creado por el espíritu está más vivo que la materia”. “¿Qué es
el arte? Prostitución.” “La vida no tiene más que un encanto verdadero: el
encanto del juego. Pero ¿y si ganar o perder nos es indiferente?” “Hay en la
plegaria una operación mágica. La plegaria es una de las grandes fuerzas de la
dinámica intelectual. Hay allí como una recurrencia eléctrica.” “Nos
sorprendería que un poeta le pidiera al Estado algunos burgueses para su
cuadra, mientras que nos parecería perfectamente natural que un burgués pidiera
poeta asado.” “Lo embriagador del mal gusto es el placer aristocrático de
desagradar.” “El estoicismo, religión que tiene un solo sacramento: ¡el
suicidio!”
En la segunda parte
del libro, se percibe lo que Pauls señala como “la vía de la contradicción”.
“Baudelaire es revolucionario y reaccionario, emancipador y racistas, partidario
del arte por el arte y poeta social, tolerante y antisemita, místico y
materialista, devoto de las mujeres y misógino bestial (...) El modelo de la
contradicción baudelairiana no es moral; es histriónico. Es el modelo del
comediante, que atraviesa textos diversos, contradictorios, por el simple goce
de experimentarlos.” Un puñado de ejemplos “ilustran” el certero análisis del
prologuista y traductor: “Entiendo que se deserte de una causa para saber lo
que se sentiría sirviendo a otra.” “Tal vez sea agradable ser alternativamente
víctima y verdugo.” “La mujer es lo contrario del dandi. Por lo tanto debe
causar espanto”. “No tengo convicciones –tal como la entiende la gente de mi
siglo– porque no tengo ambiciones (...) Sin embargo, algunas convicciones
tengo, aunque tienen un sentido más elevado, que la gente de mi época no puede
comprender.” “Organizar una hermosa conspiración para exterminar la raza
judía.” De George Sand –que tiene “el famoso estilo fluido caro a los
burgueses”– afirma: “No puedo pensar en esa criatura estúpida sin un cierto
estremecimiento de espanto. Si me encontrara con ella, no podría evitar
arrojarle una pila de agua bendita a la cabeza”. En otro fragmento se despacha
contra el autor de Cándido: “Me aburro en Francia, sobre todo porque todo el
mundo se parece a Voltaire”.
“El papel de
profanador, en Baudelaire tan ligado a Sade, su maestro del mal, es solo uno de
los muchos que puede adoptar su ira, pasión antirromántica por excelencia que
tiene la virtud, o más bien la potencia de servir a fuerzas dispares, incluso
antagónicas –plantea Pauls–. Baudelaire no inventó solo el diario íntimo en
ruinas y el yo autobiográfico de comedia. Inventó también otra modernidad
radical, que llega intacta hasta nuestra era: la idea (hitchcockiana,
barthesiana) de que no hay belleza sin imperfección, sin fugacidad, sin punctum
histórico; de que toda belleza descansa en el error que la desdice y el peligro
que la amenaza.”
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