Gregor von Rezzori |
La
siguiente columna del escritor mexicano Juan
Villoro fue publicada el 15 de marzo de 2015 en El Periódico, de
Barcelona. Trata sobre una paradoja que tiene como protagonista al escritor Gregor von Rezzori.
Vivir dentro de un libro
En 1986 viajé a Munich
para hacer un curso de traducción. En mi camino de México a Baviera me detuve
en Barcelona para proponerle una traducción a Jorge Herralde. Sergio Pitol me había recomendado ante el
célebre editor catalán. Mi prima Isabel vivía en la ciudad condal,
donde hacía un doctorado con Victoria Camps, y me pudo dar hospedaje. Los astros se
alineaban para producir uno de esos encuentros que el recuerdo convierte en esenciales.
Pitol me había sugerido que llevara una propuesta
concreta a Anagrama. Elegí Marte en Aries, novela
del escritor austro-húngaro Alexander
Lernet-Holenia, un genio
desigual. Ciertos críticos lo compararon con Rilke y
el implacable Karl Kraus dijo que más bien era
"sterilke" o "puerilk"». El título de Marte en Aries alude a la conjunción astrológica que los romanos
preferían para iniciar sus campañas militares. Como En los acantilados de mármol, de Ernst
Jünger, nos encontramos
ante una alegoría del nazismo escrita en tiempos en que la crítica no podía ser
abierta.
Además de esta obra singular, Lernet-Holenia escribió Barón Bagge, novela breve donde todos los personajes están muertos
y que posiblemente influyó en Pedro
Páramo (Juan Rulfo pudo haber leído la versión de Cuadernos de la Quimera, editada en
Argentina y que circuló en México).
La propuesta de Marte
en Aries sirvió
para que Jorge Herralde propusiera otra zona del
imperio austro-húgaro. Acababa de comprar los derechos de Memorias de un antisemita, de Gregor
von Rezzori, novela río
ubicada en la Bucovina, punta rumana de la monarquía imperial y real. En aquel
tiempo me parecía imposible ser autor de la editorial Anagrama. Pasar al
catálogo con la voz vicaria del intérprete ya era suficiente. Salí de las
oficinas en Sarrià con la dicha de quien lleva en las manos una forma del
futuro.
Un tren nocturno me llevó de Barcelona a Munich. Desperté
entre los bosques nevados de Alemania y el paisaje me pareció una metáfora de
los desafíos de la traducción. Como esas frondas heladas, la lengua alemana es
una maravilla que, según Jorge Luis Borges, se mantiene «lejana como el
álgebra y la luna».
Ese año de 1986 usé por primera vez un ordenador Mac (que
hoy podría estar en un museo del juguete) y debuté en la era digital
traduciendo a Rezzori. Mientras me perdía mentalmente en la
Europa del periodo de entreguerras, en México se celebraba el Mundial y Maradona anotaba ante Inglaterra el gol
ilegal más célebre de todos los tiempos y el gol legal célebre.
Gregor von Rezzori no
es tan conocido como merecería. Amaba el alemán pero odiaba a los alemanes.
Nunca se sintió cómodo en esa cultura. Su condición de apátrida provocó que
ningún país lo reclamara como suyo. Le faltaron los premios y otros
protocolarios caprichos del éxito.
El año pasado, con motivo de su centenario, la editorial
Anagrama lanzó una hermosa reedición de Memorias de un antisemita y ciertas revistas que
pactan con el secreto le dedicaron notables monografías. Si su memoria se
mantiene viva en nuestra lengua es gracias a otro de su traductores, el
espléndido José Aníbal Campos.
Todo esto ha vuelto a mí porque Beatrice
del Monti, viuda de Rezzori, me ha invitado a Santa
Maddalena, la casa donde escribo estas líneas. Estoy hospedado en la habitación
que el novelista ocupó en sus últimos días y que describe en los apuntes de su
vejez.
Santa Maddalena se encuentra cerca de Florencia, en una
colina poblada por un bosque de insólita espesura que estuvo a punto de venirse
abajo hace unos días por una tormenta de viento. La casa cultiva su propio
aceite de oliva, que se usa para todo, incluyendo el pelo de los perros.
El estudio del novelista conserva una cesta con cartuchos
de escopeta ya disparados. Rezzori los encontraba en el bosque
vecino, donde la cacería está prohibida. Posiblemente la misión de un escritor
sea esa: recoger las pruebas de lo que no debe suceder y sin embargo sucede.
Narrar significa traducir, ofrecer otra versión del
mundo. En este sentido, la traducción literaria representa una doble
interpretación de lo real. Haber traducido a Rezzori y vivir en su casa, ante el
paisaje que describió en su último libro, confunde lo verificable con lo
inverificable.
De manera sorprendente, la cita con el libro dentro del
cual ahora duermo y habito se fraguó hace casi veinte años, cuando visité a Jorge Herralde y puso en mis manos un libro
sobre un país que desapareció del mapa para refugiarse en una forma más intensa
de la realidad: la novela.
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