Alejandro Dujovne
es doctor en Ciencias Sociales (UNGS-IDES) e
investigador asistente de CONICET. Miembro del Núcleo de Cultura Escrita, Mundo
Impreso y Campo Intelectual (CEMICI) de la UNC y del Núcleo de Estudios Judíos
del IDES, es secretario de la Comisión Directiva del IDES e integra la mesa
directiva de la Asociación de Estudios Judíos Latinoamericanos (LAJSA). Sus
áreas de interés son la historia y la sociología de la cultura en general y del
mundo editorial en particular. Por eso, sus opiniones al respecto del
mundo editorial están fundadas y deberían ser atendidas. La columna de opinión
que se sube hoy fue publicada en el diario Página
12 el 8 de enero pasado y está en línea con la entrada del día 4 de enero (subida
a este blog el 5 de febrero pasado), también sacada del mismo diario.
Un libro con muchas
preguntas
La asociación lineal entre liberalización del mercado y
aumento de la bibliodiversidad que se ha esgrimido para levantar las trabas a
la importación de libros es reduccionista. El número y diversidad de títulos al
alcance del lector, y, sobre todo, la diversidad de contenidos y géneros de las
obras que circulan, depende menos de la entrada irrestricta de libros al país,
que de la estructura y funcionamiento del mercado editorial, y del papel que
juega el Estado y las políticas públicas en ese ámbito. Ya hace tiempo que
André Schiffrin y Pierre Bourdieu advirtieron con preocupación el deterioro de
la diversidad y calidad de la oferta editorial que venía de la mano de la desregulación.
Dejar al libro librado al puro mercado, señalaban, conduce sin escalas a la
concentración editorial y al creciente dominio de lógicas de marketing sobre la tarea editorial. A
través de empresas concentradas, el libro de venta rápida y masiva y de
vigencia corta se impone dejando poco espacio a libros de fondo, de calidad, de
venta lenta. Por lo tanto, la noticia anunciada hace unos días debe leerse
sobre el fondo del funcionamiento del ecosistema del libro argentino (talleres
gráficos, editoriales y librerías). Y, más importante aún, debe llevarnos a la
pregunta acerca de cuál es la política específica que el nuevo gobierno tiene
pensada para afianzar e impulsar este ecosistema, que, pese a problemas de
distinto orden, ha logrado un crecimiento y una diversificación notables.
La medida (control de plomo en tinta) era mala, y no fue
concebida para fortalecer el mercado del libro, sino como un instrumento más
para limitar la salida de divisas (lo mismo puede decirse de los antipáticos
controles a los envíos individuales de libros y revistas). Esto no significa,
sin embargo, que los efectos de esta y del sistema de compensaciones
(equilibrar importaciones con exportaciones) hayan sido negativos. Según el
sector que miremos, y la clase de editorial que analicemos, tuvo consecuencias
dispares. Propongo un rápido repaso, que no pretende exhaustividad, de las
implicancias de esta política en los distintos sectores.
La industria gráfica se vio inmediatamente beneficiada ya
que parte de la impresión que los sellos locales hacían en el exterior se
reorientó hacia el mercado interno. Esto se tradujo en mayor empleo y en el
incremento de la producción nacional. Por contrapartida, algunas editoriales,
especialmente de libros infantiles, señalaron que esta política les impedía
publicar cierta clase de obras que los talleres gráficos locales no estaban en
condiciones técnicas de realizar. Asimismo, un grupo de editoriales grandes,
orientado al libro masivo y cuya impresión se realizaba en gran medida en China
y otros países con costos relativos más bajos, sostenía que ante la mayor
demanda los talleres argentinos tendieron a elevar los precios llevando al
encarecimiento de los libros. Más allá de la ausencia de estudios fiables que
identifiquen el impacto concreto de esta medida sobre los precios,
deslindándolos de la inflación general, si este fuera el caso la salida
consiste en políticas estratégicas de inversión, ampliación y modernización de
la industria gráfica que no solo permita bajar los costos sino también imprimir
para el exterior. Y esto no debe llevar a desatender la producción de papel,
una de las principales razones del elevado coste de los libros en el país.
Tanto desde el sector gráfico como editorial se suele señalar, como uno de los
problemas más graves, la cartelización de las empresas productoras de papel
para libro.
En el mundo editorial la realidad es más compleja. A grosso
modo, podemos distinguir entre la dimensión de la empresa, pertenencia o no a
estructuras transnacionales y orientación de los catálogos. Los sellos pequeños
y medianos, locales, orientados a libros de fondo, literatura de “calidad”, de
rotación lenta, que producen tiradas limitadas, tienden a optar por la
impresión en el país. Por contraste, los grandes grupos, cuyos sellos apuntan
al best-seller como criterio de formación de sus catálogos y a fuertes
inversiones en marketing, precisan de grandes tiradas y, en la medida que son
empresas grandes con costes elevados, es probable que busquen bajar los costos
de producción mediante la impresión en lugares con cuyos precios Argentina no
puede competir. En un mercado editorial como el argentino, donde la
concentración en un número muy acotado de empresas transnacionales ha ido en
aumento, la eliminación de toda barrera a la importación tiende a fortalecer a
las empresas que tienen una posición dominante en el mercado. Y, de forma
correlativa, pone en desventaja a la mayor parte de los sellos, pequeños y
medianos, y por lo tanto, pone en riesgo la diversidad de la producción
editorial local. Si a eso le añadimos la posibilidad de la entrada irrestricta
y barata de saldos españoles o mexicanos, o del ingreso masivo de best-sellers
publicados por sellos de esos orígenes nacionales, las posibilidades de sellos
de baja rentabilidad (que es la rentabilidad propia de empresas editoriales
orientadas a la cultura) de ver circular sus obras, son aún menores.
La situación no es menos compleja en el sector librero. La
concentración editorial ha tenido efectos directos sobre las posibilidades de
negociación de las librerías, en especial las independientes. A mayor poder,
las editoriales concentradas tienen mayor capacidad para establecer condiciones
de visibilización (mesas, vidrieras, tiempo de rotación) y adquisición (presión
para tomar en consignación otras obras además de los principales best-sellers).
Por otra parte, la tendencia a la concentración del mercado editorial también
pone en desventaja a las librerías independientes respecto a las cadenas de
librerías que han tendido a concentrar sus ventas en los libros de mayor
rotación. Si desaparecen o producen menos las pequeñas y medianas editoriales,
las librerías independientes ven desaparecer aquello que las hace distintas,
atractivas a lectores más sofisticados, que priorizan la variedad. La garantía
de la diversidad en la oferta de libros y, por lo tanto, de las ideas que
circulan a través de estos, es producto tanto de la existencia de un mercado
amplio de editoriales que resulten rentables, como de muchas y muy diversas
librerías, que también sean rentables. Por último, la apertura indiscriminada a
la importación conlleva el riesgo concreto de la entrada de otros jugadores,
como Amazon, cuyo sistema de distribución por más atractivo que pueda ser para
el lector individual, es extremadamente complicado para la industria y
diversidad del libro argentino si no se definen políticas específicas. En
consecuencia, la desregulación del mercado del libro no conduce inexorablemente
a una creciente bibliodiversidad, tal como se argumenta, sino que, por el contrario,
puede llevar precisamente a su opuesto.
Nuevamente, la eliminación de las barreras burocráticas al
libro es secundaria respecto a cuestiones de fondo: ¿qué política general
tienen para el sector del libro? ¿Con qué medidas buscarán paliar las desigualdades
estructurales del mercado editorial? ¿Cómo tienen pensado actualizar la ley de
precio único para que, entre otras cosas, regule el sistema de descuentos y
exhibiciones? ¿Qué idea tienen respecto a los notables desequilibrios
geográficos en relación a la producción y distribución de libros? ¿Crearán un
sistema de exportación acorde para ampliar, afianzarse y explorar nuevos
mercados? ¿Las políticas de los ministerios de Educación, Cultura y Relaciones
Exteriores, orientadas a la promoción de la edición, la producción intelectual
y literaria nacional van a continuar? ¿Qué lineamientos van a seguir? ¿Se
avanzará en la creación del postergado Instituto Nacional del Libro? ¿Se
consultará a las cámaras al momento de pensar las futuras políticas? De la respuesta
a estas preguntas dependerá el futuro del libro en el país.
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