Foto: Mauro Rico |
“El objetivo es triplicar la inversión en cultura”
La vida laboral de Pablo Avelluto está íntimamente
relacionada con el mundo de los libros desde hace más de dos décadas. Fue
gerente de las editoriales Planeta y Estrada, y entre 2005 y 2012 fue el
director editorial de la región sur de Random House Mondadori. Ligado a la
gestión porteña del PRO, fue Coordinador General del Sistema de Medios Públicos
de la Ciudad de Buenos Aires entre 2014 y 2015. Acompañó la lista de Mauricio
Macri en las elecciones de octubre como candidato a diputado del Parlasur, y el
10 de diciembre asumió como Ministro de Cultura de la Nación. Conformó su gabinete con Américo Castilla (a cargo de la
Secretaría de Patrimonio Cultural), Enrique Avogadro (Secretaría de Cultura) e
Iván Petrella (Secretaría de Cooperación Cultural). Su primera decisión de
magnitud fue convocar a Alberto Manguel para la dirección de la Biblioteca
Nacional. La semana pasada, en una medida tomada en conjunto con el Ministerio
de Producción que provocó grandes discusiones
en el sector anunció
que se levantarían las restricciones para la importación de libros. En esta
extensa entrevista Pablo Avelluto habla de estos temas y de los diferentes
programas referidos a la industria editorial que planea desarrollar desde el
ministerio.
—¿Cómo decidieron la medida que reabre las
importaciones de libros? ¿Cómo tuvieron en cuenta a los diferentes actores de
la industria?
—Claramente la eliminación de las
trabas a las importaciones de libros era una vieja aspiración de la industria
editorial, sobre todo porque habían sido simplemente trabas burocráticas. Eso
generaba una distorsión en las posibilidades de la oferta de libros importados,
tanto en los tiempos como en los precios, y además era una medida que no
cumplía ninguna función específica porque nunca encontraron ningún libro que
tuviera una carga de plomo en tinta superior a la que se reclamaba. Por
supuesto, analizamos cuál iba a ser el impacto en la industria gráfica, que
podría ser el principal afectado. Creo que no tiene ningún impacto, como
tampoco lo tiene sobre la industria editorial. He leído algunas críticas, pero
no les encuentro fundamento. Ni el más mínimo. Los editores —sean chicos,
medianos o grandes— tienen que tratar de exportar sus libros, y a ellos les
molestaría muchísimo encontrar este tipo de trabas en otros países. Queremos
que nuestros autores y nuestra producción editorial se exporte.
—¿Se plantean facilidades para exportar libros?
—Todavía no nos hemos sentado a
verlo, pero estuve reunido con la Cámara Argentina del Libro y ellos tienen un
proyecto para facilitar las exportaciones. A diferencia de lo que ocurre en el
mercado doméstico, las ventas al exterior se tienen que hacer en firme. Se
hacen con grandes descuentos, porque el comprador asume el 100% del riesgo; el
costo de la devolución sería muy alto. Surge ahí un problema con los despachos
de aduana y los trámites necesarios para las exportaciones de pequeñas
cantidades —que son las que consumen las librerías del resto de América latina,
España y las de libros en castellano en distintos lugares del mundo—, que las
vuelven muy costosas y a veces antieconómicas. Es un problema en el que vamos a
tener que trabajar. Mi rol desde el Ministerio de Cultura es hacer lo que se
pueda para apoyar y facilitar las exportaciones, pero será la Aduana y el
Ministerio de Producción, en todo caso, a través del impulso a la industria
editorial o a la industria gráfica quienes tengan más cartas en el asunto. Pero
por supuesto que estoy de acuerdo con todo lo que sea bueno para que nuestros
libros salgan del país y lleguen a otros mercados. No podría no estarlo, me
gané la vida con eso.
—En el mercado interno, ¿seguirán los planes de compra a través de
CONABIP?
—Los dos grandes compradores de
libros en el Estado argentino son el Ministerio de Educación y la CONABIP. Para
la CONABIP hemos designado a otro editor: Leandro de Sagastizábal. Trabajé con
él en algún momento en mi carrera. Conoce muchísimo la industria, fue uno de
los fundadores de la carrera de Técnico en Edición de la UBA. Creo que la
política de la CONABIP fue una de las cosas buenas que heredamos, sobre todo a
partir de que se transformó el sistema y son los propios bibliotecarios quienes
compran. Eso significa eliminar el rol paternalista del Estado decidiendo qué
tenían que tener las bibliotecas, qué debían leer sus usuarios, y reemplazarlo
por la primera línea: son los bibliotecarios quienes conocen lo que el público
de cada biblioteca demanda. Las bibliotecas tienen un rol clave. El modelo de
bibliotecas populares lo creó Sarmiento y sigue siendo de avanzada al día de
hoy.
—El día que presentó a su gabinete, usted dijo que
habían encontrado cosas muy buenas de las gestiones anteriores que querían
continuar. ¿Una de esas continuidades será MICA?
—Sin dudas. Enrique Avogadro es
un fana de MICA. Todo lo que
gira en torno a MICA y a MIC Sur es de las cosas buenas y, en todo caso, hay
que hacerlas crecer. Yo no tengo, y entiendo que el gobierno tampoco tiene, una
visión refundacional de la Argentina. MICA y MIC Sur son iniciativas
buenísimas. Hay otras: me gusta el trabajo de CONar y MEMORar,
que tienen que ver con el registro del patrimonio de museos. Hay iniciativas
como el SinCA, que
todavía le falta crecer, que es una herramienta fundamental para entender el
funcionamiento cultural a nivel nacional. Cuando trazás un mapa de la gestión
cultural, tanto pública como privada, a nivel nacional, te das cuenta que los
niveles de inequidad y desigualdad es enorme en presupuestos y recursos. El
presupuesto de la Nación es parecido al de la Ciudad de Buenos Aires y todos
los demás presupuestos del resto del país no alcanzan a ser un poco más que un
pequeño porcentaje de la ciudad. Al mismo tiempo, más del 80% de la
infraestructura cultural de la Nación está alojada físicamente en la Ciudad de
Buenos Aires.
—¿Qué programas de federalización se van a poner en práctica?
—Había algunos que tenían que ver
con la presencia de música y debates en el resto del país. Hay algunos
institucionales que son muy buenos, como la sede del Bellas Artes en la ciudad
de Neuquén, donde hay una parte importante de la colección expuesta. Hay otras
iniciativas que tienen que ver con llevar cosas físicas. Pero en lo que yo
estoy más convencido es en el uso de internet. Estamos en condiciones de dar un
salto cualitativo en términos del contacto de la gente con la cultura a través
del mundo digital, acompañando el físico. El mundo digital va a ser una
oportunidad para avanzar. Mi objetivo es quebrar la tradición de desigualdad.
Hay una oportunidad también con el Plan Belgrano: Macri cree, y yo creo que
tiene razón, que el próximo vector del desarrollo es el norte argentino. Esto
no quiere decir que el resto del país no crezca, pero donde hay que crecer es
en el Norte, que tiene potencialidades todavía no explotadas. Nosotros estamos
intentando construir a través de políticas culturales el desarrollo del Norte.
Ahí el rol de Américo Castilla es fundamental. Nunca voy a terminar de
agradecerle que se haya sumado.
—¿Cómo será la implementación de la Ley de Mecenazgo
a nivel nacional y qué parecidos tendrá a la de la ciudad de Buenos Aires?
—Nuestro objetivo es que este año
logremos presentar un proyecto en el Congreso. El presidente está de acuerdo
con que es un camino por el que hay que avanzar, está satisfecho con los
resultados que tuvo la Ley de Mecenazgo en la ciudad de Buenos Aires. Hay una
experiencia de la ciudad, que ha sido positiva —de hecho, yo he sido jurado en
el área de literatura—, y hay una experiencia internacional, que es la de
Brasil. Estuve hablando con el embajador de Brasil y sus agregados culturales
porque necesitábamos conocer no solamente los beneficios de la ley sino también
las dificultades y las críticas. Además de Juan Manuel Beati, que estuvo a
cargo de Mecenazgo en la ciudad y está colaborando con nosotros, hay otro motor
que es el Fondo Nacional de las Artes. Queremos que el Fondo Nacional de las
Artes sea el vehículo para administrar los recursos que provengan de Mecenazgo,
porque, de algún modo, para eso fue creado. El Fondo es otra institución de la
cual Argentina debería sentirse orgullosa, fue creado por Victoria Ocampo hace
casi ya 60 años y la potencialidad que tiene todavía está inexplotada. Mi
objetivo es duplicar o triplicar la inversión en cultura en Argentina, tanto en
el dinero que circula en proyectos culturales, en artistas, en emprendimientos
culturales. Eso no resiste más que sea exclusivamente por parte del Estado,
sino que tiene que ser parte del Estado y parte del sector privado. Nuestro
rol, como pasó en la ciudad, es innovar en nuevos medios de financiamiento de
la cultura. Mecenazgo es uno, puede haber otros comocrowdfunding,
iniciativas para destrabar mecanismos que hoy están trabados, alguno en los
cuales el Estado ni siquiera tiene que ver. También quiero quitar en donde se
pueda la discrecionalidad al Estado en términos de qué proyectos sostiene y
cuáles no. La discrecionalidad muchas veces terminó llevando en la Argentina a
las preferencias políticas, ideológicas, o simplemente a las afinidades y las
amistades.
—¿Se van a crear entes autárquicos?
—Una de las experiencias
negativas que hemos visto es que la creación de un ente termina consumiendo en
su propia estructura los recursos que se destinan a su finalidad. Son
organismos que existen para financiarse a sí mismos más que para financiar
aquello para lo que fueron creados. Creo que debería ser más transparente la
intervención de cualquier ciudadano en becas y concursos. Hay cosas ya
resueltas en el Ministerio, no es que no se haga nada en esa línea, pero se
pueden hacer muchas más.
—¿Va a continuar el Programa Sur, que subsidia
traducciones de autores argentinos en el extranjero?
—Ese programa es buenísimo. Todos
los gobiernos importantes sostienen y subsidian las traducciones de sus autores
al exterior. Como editor yo he usado los programas de otros países. No hay
ninguna razón para que ese programa se discontinúe; todo lo contrario: en todo
caso, tardó demasiado en existir. Yo sé la incidencia del costo de las
traducciones en las publicaciones y sé cómo eso hizo que el núcleo fuerte de la
traducción a la lengua castellana se trasladara desde la Argentina, que lo fue
hasta los años 60-70, a España.
—Actualmente hay un proyecto de ley para traducciones literarias que se
está tratando en la comisión de cultura de la Cámara de Diputados. ¿Cuál es su
posición al respecto?
—Todavía no tengo una posición
tomada. Lo conozco porque durante los años que estuve fuera de la industria
editorial me llamaron de la Asociación Argentina de Traductores para dar una
charla sobre cómo funcionaba la selección de traductores en las editoriales
grandes y cómo se evaluaba el trabajo. Sin duda los traductores requieren de
una jerarquización y su incorporación a algún tipo de marco legal. Pero sería
imprudente de mi parte dar detalles porque no leí aún el proyecto; está en mi
lista de pendientes.
—¿Cómo se imagina la Biblioteca Nacional dirigida por
Alberto Manguel y qué recuperaría de la gestión de Horacio González?
—La Biblioteca fue un enorme
desafío: a quién nombrar. Nosotros tuvimos —no sé si como bendición o
maldición— a Borges como director. Otras bibliotecas nacionales del mundo no lo
tuvieron a Borges y son dirigidas por bibliotecarios, que es lo que se
esperaría de una biblioteca. En ese sentido, Manguel era la persona que reunía
más condiciones para un proyecto de estas características.
—¿Aún viviendo en el extranjero hace 40 años?
—Sobre todo por eso. Cuando
aparece Manguel, los debates en torno a las cuestiones ideológicas de los
intelectuales se vuelven provincianas, se vuelven absolutamente irrelevantes.
Él está enchufadísimo. Hablamos regularmente, hemos ido estableciendo un
vínculo de mucha cordialidad. Lo que vamos a ver es, no sé si un renacimiento
porque no me gustan las palabras que empiezan con re, pero sí un fuerte acento
de la Biblioteca en tanto biblioteca. Es una biblioteca con actividades
culturales, pero es una biblioteca: la más importante de los argentinos. En el
proyecto de Horacio González tuvo una enorme centralidad la Biblioteca como
centro cultural. Las actividades de la Biblioteca en términos de la creación
del Museo del Libro y de la Lengua, los planes de publicaciones, los planes de
las actividades extracurriculares, las exposiciones, etc. Más allá del
contenido, que puede gustarme más o menos, no me parece mal que una biblioteca
haga estas cosas. Pero es una biblioteca. Y Manguel sabe de bibliotecas.
—Van a tener que hacer convivir su posición de leer
sólo libros de papel con el objetivo de apuntar más a la internet.
—Él está absolutamente
entusiasmado con el proyecto de digitalización de la Biblioteca. Manguel no es
un nostálgico; más bien todo lo contrario. De hecho, en las conversaciones con
Elsa Barber, que es la subdirectora, le dedican mucho tiempo a la cuestión de
la digitalización de la Biblioteca. Va a ser una experiencia fascinante para
todos. A veces pienso que cuando discutíamos sobre la Biblioteca no estábamos
discutiendo sobre la Biblioteca sino sobre el kirchnerismo, el rol de los
intelectuales, Carta Abierta. Lo que viene es un mundo en el cual la
centralidad va a estar ocupada por la Biblioteca. Tuve la experiencia
fascinante de dedicarme un día a recorrerla desde el tercer subsuelo hasta el
último piso, hablando con todos los empleados con los que me crucé. El universo
que gira en torno a la Biblioteca, el personal técnico que trabaja, la gente
que se dedica a la conservación y restauración, me resultó fascinante. Sin
dudas el acento va a estar puesto allí. En el corazón late una biblioteca.
—La otra gran institución de la ciudad de Buenos Aires que tiene un
reflejo en todo el país es la Feria del Libro. En los últimos años fue uno de
los grandes cismas editoriales. ¿Cuál va a ser la relación del Ministerio con
la feria?
—La feria es una institución de
la industria editorial. La fundación El Libro está integrada por las dos
cámaras que nuclean a los editores, también la SADE, la FAIGA, la FALPA, y no
sé si me olvido alguna otra. Hay instituciones con diversos grados de
representatividad. Nadie puede estar en contra de la Feria, es una institución
maravillosa. Pero para cuando me estaba alejando de la industria editorial,
hace ya tres o cuatro años, creía que la Feria, después de tantos años,
requería de una reflexión sobre sí misma, su formato, sus temáticas, sus
conceptos, qué estaba bien, qué se podía mejorar. Creo que la presencia de
Gabriela Adamo abría a la expectativa de una reflexión; por ahí eso después se
pospuso. Espero que ocurra. El rol del Estado es acompañar, ayudar, estar
presente, participar, pero la Feria es una institución privada sobre la cual el
Estado no tiene injerencia ni pretende tenerla.
—Una de las características que más destaca de su gestión es la apertura
al diálogo, al debate, a la escucha de los actores privados. ¿No implica eso el
peligro de dejar en ellos las decisiones políticas?
—¡No! Lo que pasa que heredamos
un error, que es la idea según la cual la gestión cotidiana debiera estar
teñida de las ideas políticas del partido de turno. Entiendo que en los grandes
lineamientos sí, y uno de los grandes lineamientos nuestros es que escuchamos.
Pero después nosotros tomamos las decisiones, no decide el sector privado. Los
actos de gobierno son actos de gobierno, por ejemplo: cuál es el peso relativo
que tiene que tener la gestión de la Biblioteca Nacional en términos de
biblioteca sobre su rol en términos de centro cultural, ahí claramente tenemos
una posición política.
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