El escritor y periodista argentino Mauro Libertella publicó en el diario Clarín, del pasado 28 de agosto, la siguiente entrevista con José Luis de Diego, a propósito de su último libro, recientemente editado por Ampersand.
Los días de gloria del libro argentino
Los autores no escriben
libros es la nueva entrega de
la serie ensayística a partir de la cual José Luis de Diego está investigando
la historia de la edición en la Argentina y otros países del continente. El
título, por supuesto, remite a un problema que atraviesa al libro más o menos
desde que forma parte de una industria: desde que el autor termina el texto,
intervienen decenas de elementos que, si las cosas discurren con una cierta
felicidad, desembocarán en ese objeto que hemos acordado en llamar el libro. En
el medio, están los editores, los catálogos, la mutación de los sellos, los agentes,
la concentración editorial, la historia cultural de los países, las crisis
económicas... Toda una serie de satélites que orbitan alrededor del texto y que
constituyen una historia en sí, aquella en la que de Diego se ha especializado.
–En su libro marca
dos momentos de esplendor de la edición argentina: el período 1938-1953 y los
años sesenta. ¿A qué se debieron esas eras doradas?
–Son esplendores totalmente distintos. El
primero es un esplendor de la industria; el segundo, de la literatura. El que
va del ´38 al ´53 se debe al colapso de la industria editorial española, que
después de la Guerra Civil se cae a pedazos y no se recupera hasta los 50. Para
la Argentina, eso es una bonanza notable. En esos años, los catálogos de Espasa
Calpe y Losada tenían mucho autor español y abastecían ese mercado. Esa bonanza
termina cuando se recupera España. La segunda bonanza es literaria. La hipótesis
que sostengo es que el latinoamericanismo de la época fue también una
posibilidad comercial, que supieron ver muy bien tipos como Paco Porrúa en
Sudamericana. Supieron editar para el mercado local y producir una serie de
combinaciones, al mismo tiempo culturales y comerciales. Sudamericana empezó a
apostar por autores argentinos en cierto momento, porque no podía exportar más,
y se dio cuenta de que les iba bien. En 1948 El
túnel, en 1951 Bestiario, en
1951 Misteriosa Buenos Aires. En
los años sesenta, hay una expansión impresionante de la matrícula
universitaria, que posibilita el nacimiento de Eudeba, de Jorge Álvarez, y las
editoriales pequeñas de los sesenta. Confluyó ahí toda una agenda nueva: los
movimientos de emancipación en América Latina, la Revolución Cubana, el sexo,
las drogas, la violencia política, la revisión del marxismo, el
antiimperialismo. Eso impactó muy fuerte en la historia del libro. Jorge
Álvarez en la Argentina, Monte Ávila en Venezuela y Oveja Negra en Colombia
fueron algunos de los sellos que modernizaron el mercado de libro.
–De esa época son
también las editoriales de fuerte tendencia ideológica, de intervención. ¿Eso
cayó también con los años noventa y el muro de Berlín?
–Habría que distinguir entre las
editoriales de fuerzas políticas o directamente partidarias –Lautaro, Claridad–
y otras que podían tener líneas muy claras –Galerna, Corregidor, De la Flor,
Jorge Álvarez– que eran progresistas y abonaban a un clima de época. Tenían dos
marcas fuertes: la modernización teórica y literaria y la radicalización
política. Hoy, la izquierda se ha debilitado muchísimo, así que eso
prácticamente se perdió. Podés tener editoriales que privilegian temáticas más
progresistas o de izquierda –Siglo XXI, por ejemplo–, pero hoy es otro mundo.
–¿Qué rol cumple el
Fondo de Cultura Económica en ese contexto?
–Ahí habría que distinguir entre el
americanismo y el latinoamericanismo. El americanismo tiene como hitos fuertes
la revolución mexicana del 1910, la reforma universitaria argentina del 1918,
la fundación del Apra en Perú. Un ideario de cierto pacifismo y de socialismo
reformista. Fondo de Cutura es la editorial más emblemática de ese movimiento.
Pero luego, Fondo quiere pegar una curva hacia el latinoamericanismo, hacia una
posición más de izquierda. No diría, en ese sentido, que es una editorial de la
izquierda clásica: es una editorial fundada por un grupo de ilustrados
mexicanos que querían actualizar el pensamiento y desprovincializar al país.
–¿Qué se puede decir de las grandes editoriales estatales? ¿Fondo de
Cultura sería eso?
–El modelo del Fondo es uno de los más
elogiados:el Estado pone dinero pero no decide el catálogo. Hay una especie de
empate político-cultural que le ha permitido seguir vigente. Ahora, la pregunta
es: ¿si no hubiese sido un fideicomiso del Estado, hubiera durado?
Probablemente no. Es un gran lujo que se dan, tener ese catálogo. En otros
lugares, las apuestas del Estado no han sido tan exitosas. La Biblioteca
Ayacucho tuvo una producción muy importante mientras vivió Ángel Rama, pero con
la muerte de Rama decayó muchísimo. En Chile, estuvo la experiencia corta
durante el gobierno de Salvador Allende, la editorial Quimantú. En Venezuela
está Monte Ávila, que tiene parte estatal y parte privada, y pervive al menos como
sello. Y Eudeba sería nuestro caso, que también es distinto, porque no se trata
del Estado sino de una universidad, que tiene autonomía y autarquía.
–¿Qué modelos de
editor reconoces a lo largo del tiempo?
–En la Argentina hubo un modelo fuerte que
es el patriarcal: Antonio López Llausás, Orfilia Reynal, Gonzalo Losada. El
tipo que era el dueño y se jactaba de su red de contactos, pero jerarquizaba su
poder sobre la base de su invisibilidad: no tenía una aparición pública
importante. No hablaban de empresa, sino de “casa” editorial, y así se creaban
lazos fuertes con los autores: Cortázar fue toda su vida autor de Sudamericana
y Borges de Emecé. Luego, sucedió que aparecieron los agentes y trajeron como
novedad los contratos a término: si en 5 años hay un mejor postor, me voy con
otra editorial. Los escritores se vuelven nómades, y eso cambia también la
figura del editor. Pasamos del editor patriarcal al editor activo: no espera el
manuscrito, sino que sale a buscar el libro sobre la base de la agenda de
medios. Al mes de haber sido elegido papa Bergoglio, tenías una mesa llena de
libros. Los nuevos editores vienen de los medios.
–¿Hasta dónde puede
llegar la concentración editorial, que parece no tener techo?
–Bueno, el límite de eso es cuando un grupo
compre a otro. Pasó en Francia y la corte tuvo que intervenir. ¿Qué puede pasar
si Random House compra a Planeta? Una empresa va a controlar más del 75 por
ciento del mercado. Berlusconi en Italia controlaba el 90 por ciento del
mercado. Alguna vez, Divinsky dijo que esto va a implosionar. Es posible. La
excesiva concentración en cierto sentido es anticapitalista, porque no genera
competencia. Si hay que encontrarle algo positivo, es que cuanto más se
agrandan, más resquicios aparecen para las pequeñas. La cultura tiene muchas
vías para hacerse ver.
–¿La última gran
era dorada de los editores fue la ola europea previa a los años 90?
–Fue un momento significativo, sin dudas.
Calasso en Adelphi, Einaudi, Barral en España, Christian Bourgois en Francia,
Unseld en Alemania. Era un lujo. Pero el mundo se fue complicando mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario