El
29 de mayo pasado, el diario Perfil,
de Buenos Aires, publicó la siguiente columna del dramaturgo, director teatral
y actor Rafael Spregelburd, a
propósito de las medidas tomadas durante la pandemia por una biblioteca en Cataluña para el
préstamo de libros.
Chupando libros
España
e Italia entraron en otra fase. Todo lo que usted quería saber sobre el mundo y
no se atrevía a preguntar está por redefinirse de manera crucial. Los
protocolos son una mezcla de epidemiología, azar, esperanza y salchichón con
jamón. Es lo que tarde o temprano nos espera, así que no dejo de seguir con
inquietud la nueva normalidad italo-española. Las playas italianas serán un
desfile de plásticos y desesperados. Yo creo que este verano es mejor dejarlo
pasar y cruzar los dedos para el próximo.
Una
amiga trabaja en una biblioteca en Cataluña. Las salas de lectura están
cerradas, pero en principio la gente ya puede pedir libros para llevar a casa.
El boletín que explican las normas de asepsia hace pensar que el Kindle no era
tan mala idea, después de todo. Cada libro devuelto debe ser puesto catorce
días en cuarentena, no vaya a ser que el usuario haya chupado sus páginas con
lascivia o aburrimiento o haya estornudado sobre ellas o lo haya frotado contra
su(s) pecho(s). Los bibliotecarios manejan desde ahora un material
potencialmente contagioso: son los libros.
Es
una definición de libro que no deja de desagradarme. El libro de la biblioteca
es libro por excelencia, el non plus ultra de los libros: un solo objeto para
ser compartido por la polis; una suerte de virgencita de yeso de casa en casa,
llevando y trayendo lo que haya para llevar y traer. Y contagiando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario