En
su edición del 21 de mayo, la revista Otra
parte incluye un artículo de Diego
Preler, donde se reflexiona sobre el tema de los derechos de autor a partir
de la polémica surgida por la publicación inconsulta de textos de autores argentinos
(ver en este blog las diez entradas ad
hoc correspondientes al lapso que va del 4 al 15 de mayo). Se reproduce a
continuación
Notas sobre el “affaire
PDF”
seguidas de una modesta
proposición
1.Quiero lanzar una modesta proposición a la comunidad
de apasionadxs por la literatura, en el contexto de la actual cuarentena y del
intercambio que se generó durante las últimas semanas respecto de los derechos
de lxs lectorxs y escritorxs, el carácter justo o injusto del copyright,
etcétera. Antes de formularla, reseño brevemente las circunstancias.
A principios de abril surgió
en Facebook un grupo público, denominado Biblioteca Virtual, una iniciativa de
la poeta Selva Di Pasquale, que rápidamente alcanzó los 16.000 miembros (al
momento de escribir estas líneas cuenta con 17.900). El objetivo del grupo es
subir y compartir archivos PDF de textos en un espacio de encuentro e
intercambio solidario entre lectorxs y autorxs en el escenario actual de
confinamiento. Hay quienes suben voluntariamente sus propias obras (de seguro
con razones diversas y muy atendibles). Hay quienes suben, por pedido de otro o
iniciativa propia, textos clásicos, en muchos casos de autores extranjeros
muertos, como una manera de hacer accesible ese material (por ejemplo, las Vidas
imaginarias de Marcel Schwob, o Solaris, de Stanislaw Lem).
2. Pero además de estas dos
modalidades sucedió, como era bastante previsible, que comenzaron a circular,
sin su permiso, PDF de libros recientes de autorxs argentinxs vivxs. Algunxs de
estxs autorxs, entre ellxs Gabriela Cabezón Cámara –la menciono porque fue el
caso más resonante– escribieron al grupo para pedir, de manera respetuosa, que
retiraran de inmediato el PDF de su libro. Un pedido que resulta, como ha dicho
Darío Steimberg en FB, indiscutible. No parece haber mucha vuelta que darle al
asunto, o como afirma el escritor Julián López también en su muro de FB, no
parece haber dos campanas.
¿Porque cuál sería “la otra
campana” en este punto? ¿Que el capitalismo es malo? ¡Eso seguro! ¿Que sería
bueno abolirlo? ¡Claro! ¿Pero vamos a empezar el proceso revolucionario de
expropiación de la propiedad privada justo por la última novela de
Cabezón Cámara, con la que afortunadamente le está yendo muy bien? La verdad es
que parece un despropósito mayúsculo. A aquellxs que, insuflados por la pasión
revolucionaria, entienden que ha llegado el momento de avanzar más temprano que
tarde sobre la injusta propiedad privada, bueno, uno les diría, ¿y por qué no
empezás por las grandes cadenas de supermercados, después pasás a las grandes
petroleras, seguís así y, eventualmente, llegás a liberar los derechos de los
libros de autoras argentinas en ascenso?
3. El reclamo de Cabezón
Cámara generó una serie de reacciones, algunas de ellas de un nivel muy alto de
violencia, que también eran bastante previsibles. No las estoy justificando en
absoluto, sólo digo que tampoco parecen algo por lo que uno debería
sorprenderse o escandalizarse. La bardearon, la atacaron de manera injusta e
innecesaria, la “corrieron por izquierda”, según una modalidad de
funcionamiento muy molesta pero ya archiconocida de las redes sociales. ¿Tuvo
algo que ver en la virulencia de los ataques que se tratara de una escritora,
para colmo exitosa? ¡Sin duda!
4. Las agresiones generaron a
su vez una reacción de defensa y desagravio. A todas luces necesaria. También
bastante previsible. Muchxs de lxs autorxs involucradxs más directamente en
este desagravio comparten con Cabezón Cámara el espacio de enseñanza en la
Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes,
lo que le da a la reacción un carácter no sólo colectivo sino gremial. Roque
Larraquy, director y docente de la carrera, lanzó uno de estos mensajes, al que
se sumaron muchas firmas: “Las discusiones acerca del complejísimo entramado en
la producción de un libro deberían darse en un marco de honestidad y respeto.
Los agravios no se pueden tolerar. Con los violentos no se debate”. En este
caso se señala tanto la importancia del debate como la necesidad de expresar un
repudio moral, aunque lo primero parece ser menos urgente que lo segundo. En
otras intervenciones, directamente, lo primero (abrir el debate, la discusión)
se considera directamente improcedente o hasta ofensivo. Lo que la situación
“requiere”, afirma por ejemplo Emiliano Jelicié también en FB, es “una
intervención ética antes que conceptual o ideológica”.
Así planteadas las cosas, no
sólo quienes agredieron sino también quienes no se manifestaron en repudio de
esas agresiones, sino que optaron por aprovechar la ocasión para abrir el
debate y volver a discutir cuestiones de larga data como la relación entre
literatura, trabajo, mercado, remuneración, piratería y propiedad intelectual,
etcétera, quedan automáticamente sospechados de contribuir a esta violencia
simbólica de género y de clase.
¿Existen “los violentos”, como
un grupo definido, un conjunto de sujetos que detenta esas características? ¿Y
existen por lo tanto personas “no violentas” a quienes el ejercicio de la
violencia en cualquiera de sus formas, o incluso la tentación de la violencia,
así sea como un impulso contra el que uno lucha cada día para mantenerlo a
raya, es algo que les resulta completamente ajeno?
Enojarse con Cabezón Cámara
porque no quiere dejar que sus libros circulen gratuitamente no va a contribuir
a la caída del capital internacional. Pero enojarse con un grupo de FB porque
hacen circular unos PDF, o con los editores independientes porque no siempre
cumplen con las liquidaciones en tiempo y forma tampoco va a transformar la
escena literaria argentina en la norteamericana o la francesa o en eso que
nosotros imaginamos que son.
5. ¿A eso se reduce la
discusión que podemos tener sobre literatura, trabajo y mercancía? ¿A una pelea
entre pobres por unas cuantas migajas? Hubo otras intervenciones que buscaron
situar el debate en un plano de discusión distinto. Entre otrxs, Edgardo Scott
publicó una intervención de intenciones polémicas, primero en FB y luego en Infobae.
No acuerdo del todo con su posición, pero sí con la idea de desplazar la
discusión a otro plano, cuestionando la identificación de la escritura
literaria con un trabajo cualquiera, tal como se da en consignas como “Escribir es un trabajo”. Dice Scott: “Los escritores que se
identifiquen como trabajadores deberán no identificarse como poetas o
artistas”. ¿Es una postura romántica, idealista? Bueno, cierto romanticismo se
cuela quizás en la idea de que deberían identificarse, de una vez y para
siempre, como una cosa o la otra. Todos somos sujetos divididos, y más bajo el
imperio del capital. Uno puede subjetivarse –en realidad, desubjetivarse– como
artista cuando escribe (cuando trata de hacerlo) y luego, en otra escena
(cuando negocia un contrato de edición), como trabajador. El mismo Scott lo
reconoce acto seguido: “Ser artista o poeta […] es una operación, no es una
esencia ni un bien. La identidad del artista o poeta (o escritor, o cantante)
como artista es un disfraz que el sujeto se pone durante el tiempo que dura esa
gracia, ese juego, ese hallazgo”.
En todo caso, parece claro que
el momento de la creación artística, la lógica de la creación artística es
heterogénea a la del trabajo y el mercado. No mejor, ni peor, ni más pura:
heterogénea. El artista, el poeta, en el momento creativo, no rinde cuentas de
su hacer ante nadie, ni siquiera ante sí mismo, por lo que, desde la lógica de
la acumulación y la ganancia, va a pura pérdida, está perdido (lo dice
bellamente Atahualpa Yupanqui en su “Milonga del solitario”: “Me gusta de vez
en cuando / perderme en un bordoneo / porque bordoneando veo / que ni yo mismo
me mando”). Claro que nadie puede ni debe estar en “modo poeta” todo el
tiempo. Hay que comer.
6. Me interesa señalar un
llamativo ethos compartido que
emparienta posiciones en la discusión sobre los PDF. Muchas de las voces que
intervinieron en el debate, si bien no todas, parecerían animadas, de manera
diversa, por la intención de atenuar el impacto del “parate” que implica la
cuarentena. Tratan, en un escenario difícil, de minimizar las pérdidas. Lxs
escritorxs que se oponen a la libre circulación de sus PDF intentan obviamente
defender sus magras ganancias. Lo curioso es que, del otro lado, bajo la
apariencia de una movida antimercado (libre circulación de material gratuito,
cooperativismo) es posible advertir una fuerte ansiedad por hacer “que no se
corte” la circulación de materiales de lectura, por “keep the ball rolling”
(seguir leyendo, leer cosas nuevas) pese a todas las restricciones actuales. Un
impulso que, en definitiva, no resulta ajeno a los mandatos más entrañables del
capitalismo. Horror vacui de la lectura como consumo: quedarse sin un
buen stock de novedades (deseo de leer siempre cosas nuevas sobre el que se
sostiene, en gran medida, la industria editorial).
Estas actitudes están plenas
de sentido si las pensamos desde el autor como trabajador y el lector como
consumidor. Pero hay, como vimos, otro punto de vista, heterogéneo a todo esto.
Desde ahí me pregunto si –antes que hacer circular PDF, o preocuparse por retomar
la circulación de libros, no sería mucho más desestabilizador y corrosivo (y
totalmente dentro del marco de la ley), mucho más loco y novedoso como
experiencia, aprovechar el impulso de detención al que nos forzó la cuarentena
(Bifo Berardi lo llama “psicodeflación”) y simplemente parar la
pelota, prescindir, desistir. Tomarnos un tiempo, leer menos, menos novedades,
leer más despacio, releer, leer otras cosas que libros, otras cosas que textos.
¿No hay una particular ceguera –una imposibilidad de leer– en este impulso
desesperado por tapar lo que está sucediendo, por negar el acontecimiento, por
procurar que todo siga como siempre?
¿Se puede traducir un cuento al castellano (de autor fallecido) y subirlo a un blog o página de internet sin fines de lucro? ¿Pueden bajarlo?
ResponderEliminarPara que un cuento no pague derechos, el autor a) tiene que haber muerto hace al menos 70 años (según la ley española, 80 años), o b) tiene que dar expreso permiso (de no ser posible, deben hacerlo sus derechohabientes). En el caso de las leyes anglosajonas, el autor no es el dueño de los textos, sino el editor, lo que complica todavía más las cosas. Si no se contemplan alguna de estas posibilidades, se corre el riesgo de una acción judicial. Digamos que eso es lo que corresponde. Con todo, a mucha gente no le importa lo que corresponde. Bastaría con ver el número de cuentos completos de Borges o de Cortazar que hay en la web. No decimos que esté bien hacerlo, pero sí que es muy frecuente.
ResponderEliminarLuego, las traducciones también tienen derechos; en este caso, de los traductores. Pueden darse dos casos: que el texto esté traducido por otra persona (en cuyo caso rige la misma ley que para el cuento) o que el texto lo traduzca uno mismo. Siempre que se use un texto ajeno corresponde buscar al traductor o a sus derechohabientes y pedir la debida autorización.
ResponderEliminarGracias Jorge
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