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La marca España y el concepto de la lengua española
La estrategia de imagen de España debe ser un proyecto a largo plazo, un esfuerzo sostenido en el tiempo cuya gestión y responsabilidad se sitúe por encima de la legislatura política. Debe ser un proyecto de Estado, a partir de una estrategia definida que diseñe las distintas acciones a desarrollar, tanto en el aspecto político y comercial como en el cultural. Se ha destacado en este sentido la importancia estratégica de coordinar el esfuerzo de todas las instituciones públicas y privadas mediante un ente que tenga responsabilidad al más alto nivel, que actúe como «Guardián de la marca», con responsabilidad total y absoluta sobre estas cuestiones. En esta misma línea se ha subrayado la necesidad de actuar en el ámbito diplomático sobre las instituciones multilaterales, mediante la creación y desarrollo de lobbies específicos que representen los intereses de la marca España. La coordinación institucional de la imagen de España debe ir acompañada, además, de una estrategia común con el ámbito empresarial, y en especial, con aquellas empresas que ejercen de importantes embajadores de la marca España. La estrategia de marca España debe basarse, según se ha sugerido, en una idea dominante (como, por ejemplo, el concepto de prestigio) que pueda ser utilizada por todos los públicos objetivos de la marca España, tanto en el sector turístico, el empresarial, el cultural o el político. Pero sobre todo, debe establecerse una relación importante entre la marca España y el concepto globalizador de la lengua española, como uno de los principales atributos de la marca España.
Estimado Fondebrider
ResponderEliminarLe copio aquí la versión de un escrito en latín que ha llegado a mis manos. El cómo llegó me reservo de explicarlo, sólo daré por indicio que el escrito lo encontré en mi bolsillo luego de haber leído La Máquina del Tiempo de H.Wells. Sometido a traducción en el cercano habitáculo de un experto en lenguas antiguas de cerca de casa, esto es sorprendentemente lo que dice:
Entre que le asestaba un golpe de furca a un nativo de la Hispania, y arrojaba un venablo a otro, me dio por pensar que esa tierra pronto ruzumaría sangre, de seguir la campaña del César. Tal vez no fueran menester más represiones si, en menos que lo que Catón pronuncia una sentencia memorable, toda la Hispania estuviese cubierta no de sangre sino de nuestro verbo, acunado y acuñado en el Lazio. Ah, pero mientras rechazaba un tiro de honda con mi scutum y atravesaba con la espada el torso de un aborigen, a los gritos de nuestro decurión que, siempre soez, reclamaba "a mover las nalgas, manga de mariquitas", me sobrevino Minerva, y en un rapto -y en un rato, un ratito- me dio a ver el futuro: en efecto, toda la Hispania hablaría oficialmente el latín, pero en lo porvenir acechaba nuestra ruina, y, con ella, la de nuestro idioma natal, el de Virgilio. Y nuestra recién fundada y nuevecita Caesar Augusta se llamaría Zaragoza, y el bello Baetis, Guadalquivir. Y así otros nombres geográficos serían pasados a guadaña por aquestos salvajes. El latín moriría en todo el mundo, junto con nuestro imperio. Y os lo digo con el llanto en los ojos: ni en las tierras del Lazio se hablaría el latín. Esta revelación aflojó mis piernas y nubló mis sentidos, pero una oportuna patada en el traste me hizo sentir la aspereza de la caliga de nuestro decurión, a la par que su grito me confortó en mi desmayo: "Cuidado, boludo, si te dormís estos gallegos te van a comer a la pomarola". A lo que dije: "Decurión, decurión, mi querido decurión: lo que habláis no es correcto latín, más bien parece la jerga de alguna ignota colonia". "¿Qué querés?", me dijo,"¿que te hable en latín del collis Palatium, pedazo de salame? Vos sí que te tragaste el marketing de Roma: nuestra patria es nuestro idioma. Andá, forro, andá a cantarle a Catulo". Antes de que la maza de un hispano me hiciese ver los pajaritos, alcancé a proferir: "Decurión, decurión, qué grandes sos. Sos el primer trabajador". Y entre las brumas de mi desmayo, vi imágenes de miles de individuos cantando estos metros al ritmo de pífanos y tamboriles.
Cayo Rufus Tranquilo
Estos romanos están todos majaretas, estimado Aulicino.
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