Acerca del papel de los traductores
En la jerarquía filológica, por lo menos en el ambiente norteamericano, la traduccción goza de menos prestigio que los estudios históricos y críticos. Aunque todo el mundo acepta la necesidad de la traducción, y aprovecha la contribución de los traductores, se suele considerar que el verdadero trabajo crítico consiste en analizar las obras desde algún punto de vista teórico. Ahora bien: sin incurrir en el error correspondiente, y subvalorar lo que hacen mis colegas, quisiera proferir algunas palabras en defensa de la importancia de la traducción, y comentar brevemente el papel de los traductores, el cual me parece más complejo y valioso de lo que se reconoce generalmente.
Todos sabemos que sin la traducción no tendríamos acceso a gran parte del patrimonio literario del mundo. Pero los traductores hacemos más que facilitar la lectura de obras originalmente escritas en diversos idiomas. Cuando se decide traducir cierta obra, se implica un juicio en cuanto al valor de dicha obra: ésta se traduce, mientras que mil otras no. Los que dependen de la traducción dependen por lo tanto del gusto de los traductores, quienes les dicen cuáles son las obras de la otra lengua que valen la pena. Yo, por ejemplo, que no leo el chino, tengo que aceptar las preferencias de los traductores que me ofrecen sus antologías de la poesía de la época clásica, o del cuento contemporáneo.
Claro está, los traductores no gozan de una libertad absoluta en este respeto. Todavía hay que convencer a la editorial o a la revista literaria del valor literario o comercial de los textos escogidos. A veces, no cabe duda, son las editoriales o las revistas las que escogen los textos e incitan a los traductores. Sin embargo, al fin y al cabo nosotros los traductores hacemos las traducciones: si no queremos, la nueva versión no existe. Es una gran responsibilidad.
Algunos prefieren limitarse a lo indudablemente válido, y así se acumulan las versiones del Quijote, de La Divina Comedia, de la poesía lírica de Catulo. Y con razón: no hay tal cosa como una traducción definitiva, y cada época tiene que volver a traducir las obras fundamentales. Otros se dedican a obras o autores relativamente oscuros o nuevos, con el objetivo de hacerlos conocidos en un nuevo contexto. Es de proyectos de este segundo tipo que quisiera decir algunas palabras ahora.
Se puede escoger según el gusto personal, y es un buen criterio: ¿para qué dedicar nuestro trabajo y energía a obras que no nos encanten? Pero también se puede tener presente la historia literaria, e intentar facilitar una comprensión más profunda de ella. Tal ha sido mi ambición en un libro que publiqué el año pasado: The Hero and Leander Theme in Iberian Literature, 1500-1800: An Anthology of Translations. La idea tuvo su origen en mi fascinación con dos obras maestras sobre el tema de Hero y Leandro, el poema cómico del inglés Christopher Marlowe (Hero and Leander, 1593) y la tragedia magnífica del dramaturgo austríaco Franz Grillparzer (Des Meeres und der Liebe Wellen, 1829). Al estudiar la historia del tema, me di cuenta de su gran popularidad en la literatura castellana de la Edad de Oro; también recordé que poseía un ejemplar de un cuento en catalán del año 1500, Historia de Leandre i Hero. Estudiando más la difusión del tema, aprendí que había sido un verdadero fenómeno literario de los siglos XVI-XVII, debido originalmente a un error cronológico: se creía que el poema griego de Museo era la obra más antigua que se había preservado de toda la literatura grecorromana. Lo que era más, advertí que en el resto de Europa y Norteamérica se desconocía casi completamente el corpus rico y variado de obras ibéricas sobre el tema de Hero y Leandro.
En fin, aunque muchas veces dudaba de mi capacidad de llevarlo a cabo, de alguna manera logré completar el proyecto, el cual incluye obras de varios géneros, de tres siglos, y de cuatro lenguas de la península (castellano, portugués, asturiano y catalán). Quizá algún día le sea de provecho para alguien; por lo menos está hecho. Espero que las traducciones sean acertadas; lo que sí sé es que la colección como colección vale algo. Incluye obras de veintitrés autores, algunos famosísimos, otros casi olvidados, y hace claro que la historia de la literatura de aquella época no se puede comprender totalmente sin tener en cuenta la inmensa popularidad del tema de Hero y Leandro.
Me parece evidente que otras —y seguramente mejores— antologías se podrían elaborar a base de la misma idea fundamental: la de una antología temática. Ha sido común publicar colecciones de obras de un autor o de un movimiento, y tales colecciones siempre constituirán la mayoría. Una alternativa, sin embargo, sería la antología que agrupara obras de diferentes épocas y lenguas, pero sobre el mismo tema. Qué fascinante, por ejemplo, poder leer ocho o diez de las obras de teatro basadas en el mito de Anfitrión, sea en castellano o en inglés, todas juntas en un tomo con una introducción general. Cuánto se podría aprender de la historia de la literatura occidental de una colección en torno a la figura polivalente de Ulises, la cual abarcaría interpretaciones tan diferentes entre sí como las de Giambattista Gelli, Alfred, Lord Tennyson, y Vicente Gaos, para citar sólo tres ejemplos de los muchísimos que hay. Cómo nos ayudaría a apreciar las ricas posibilidades de Don Juan, leer por lo menos selecciones de la gran diversidad de obras sobre el tema en el contexto europeo.
Si un traductor, o mejor un equipo de traductores, se animara a emprender tal proyecto, creo que el resultado sería de gran valor e interés —un tomo que se leería y se consultaría, un libro que provocaría nuevos trabajos.
Si alguien tiene el afán de traducir y busca un desafío, espero que estas palabras le animen a contemplar la posibilidad de una antología temática. Los traductores somos mucho más que máquinas para hacer disponible literatura de otras lenguas. Somos filólogos: tenemos la oportunidad, y quizá el deber, de ayudar a formar los gustos y redefinir el corpus de lo que se lee y se estudia. Hemos tenido que escuchar desde siempre el elegante juego de palabras en italiano: «Traduttore, traditore». Es cierto; ojalá los autores que he intentado traducir me perdonen las traiciones. Pero asimismo se puede decir: «Traduttore trasformatore».
discúlpemese el ex abrupto, pero estoy hasta el mismísimo caracú (i.e., tuétano) de la expresioncita de marras. propongo pasar página ya mismo y, de las manos mágicas de gertrude stein y vujadin boskov, reemplazarla hasta nuevo aviso por la siguiente, más precisa y ajustada: "traduttore, traduttore".
ResponderEliminarNo se sulfure, Ehrenhaus, que en la revista Ñ del día de hoy (en algunos barrios se distribuye el viernes, no el sábado), hay una excelente crítica muy encomiosa sobre su traducción de Shakespeare. A ver si la expresión desencajada le arruina la sonrisa.
ResponderEliminarme había quedado en "traduttore, calzonazos"
ResponderEliminarahijuna.
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