Fernando Sorrentino publicó en El trujamán del 10 de septiembre de 2001, la siguiente reflexión, que tiene como escenario nuestra campaña durante el siglo XIX.
Los pacientes trujamanes del campo argentino
De las dos acepciones que el DRAE (1992) da para trujamán, en este caso nos interesa la primera: "intérprete, persona que se ocupa en explicar a otras, en idioma que entiendan, lo dicho en lengua que les es desconocida".
Según el mismo diccionario, lenguaraz significa más o menos lo mismo: "Que domina dos o más lenguas".
Que yo sepa, el término trujamán no se utilizó en la Argentina. En la época en que era necesario conversar –o más bien parlamentar– con los indios, el que realizaba la labor de intérprete entre aquéllos y los hombres blancos se llamaba exclusivamente lenguaraz. Tanto podía ser un indio como un cristiano.
Hilario Ascasubi (1807-1875) publicó en 1872 el desvaído –por expresarlo con suavidad– poema gauchesco Santos Vega o Los mellizos de la Flor. En su extenso transcurso, el vocablo aparece sólo una vez, y es al principio del canto XII:
Un tal Bruno Salvador,
porteñazo lenguaraz,
era entonces capataz
de la Estancia de la Flor.
Evidentemente, a Ascasubi el vocablo le pareció poco castizo, pues le pareció útil poner una llamada en lenguaraz y anotar: "Lenguaraz: intérprete para los indios, o todo el que habla otro idioma distinto del suyo".
En cambio, digamos que, por razones operativas, el lenguaraz desempeña papel muy importante en los diálogos que Lucio V. Mansilla (1831-1913) entabla con los indígenas de la zona del Río Cuarto (Córdoba). El capítulo II de Una excursión a los indios ranqueles (1870) expone uno de estos parlamentos (que transcribo después de haberme permitido corregir la muy deficiente puntuación del original):
Un parlamento es una conferencia diplomática.
La comisión se manda anunciar anticipadamente con el lenguaraz. Si la componen veinte individuos, los veinte se presentan.
Comienzan por dar la mano por turno de jerarquía y, en esa forma, se sientan, con bastante aplomo, en las sillas o sofás que se les ofrecen.
El lenguaraz, es decir, el intérprete secretario, ocupa la derecha del que hace cabeza.
Habla éste y el lenguaraz traduce, siendo de advertir que, aunque el plenipotenciario entienda el castellano y lo hable con facilidad, no se altera la regla.
Mientras se parlamenta hay que obsequiar a la comisión con licores y cigarros.
Los indios no rehúsan jamás beber, y cigarros, aunque no los fumen sobre tablas, reciben mientras les den.
Pero no beben ni fuman cuando no tienen confianza plena en la buena fe del que les obsequia, hasta que éste no lo haya hecho primero.
Una vez que la confianza se ha establecido, cesan las precauciones, y echan al estómago el vaso de licor que se les brinda […].
El parlamento se inicia con una serie inacabable de salutaciones y preguntas, como verbigracia: «¿Cómo está usted? ¿Cómo están sus jefes, oficiales y soldados? ¿Cómo le ha ido a usted desde la última vez que nos vimos? ¿No ha habido alguna novedad en la frontera? ¿No se le han perdido algunos caballos?».
Después siguen los mensajes, como por ejemplo: «Mi hermano, o mi padre, o mi primo, me han encargado le diga a usted que se alegrará que esté usted bueno en compañía de todos sus jefes, oficiales y soldados; que desea mucho conocerle; que tiene muy buenas noticias de usted; que ha sabido que desea usted la paz y que eso prueba que cree en Dios y que tiene un excelente corazón».
A veces cada interlocutor tiene su lenguaraz, otras es común.
El trabajo del lenguaraz es ímprobo en el parlamento más insignificante. Necesita tener una gran memoria, una garganta de privilegio y muchísima calma y paciencia.
¡Pues es nada antes de llegar al grano tener que repetir diez o veinte veces lo mismo!
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