Ya se puede ver en
Internet
el diccionario de
este continente
“¡Sobre mi cadáver!”, se exaltaba hace unos días en Panamá,
durante el Congreso de la
Lengua Española , Humberto López Morales, secretario de la Asociación de Academias
de la Lengua
(ASALE). Esa respuesta –aseguraba a Clarín –
había preparado si sus colegas de la Real Academia Española (RAE) no daban rienda a su
iniciativa de crear un Diccionario de Americanismos. Pero
no hizo falta, este académico se salió con la suya y en octubre de 2010 la ASALE publicó su propio
diccionario con 70 mil palabras y un total de 120 mil acepciones que se
utilizan en este continente, donde vive el 90 por ciento de los
hispanohablantes. Ahora, la obra está disponible en Internet, en http://lema.rae.es/damer/.
El español se ensancha todo el
tiempo. Del este al oeste y del norte al sur. El diccionario de americanismos
es un muestrario de ese desarrollo, que nunca es antojadizo. Porque con la
primera intervención estadounidense en República Dominicana surgió el concepto
de partywatcher, que era
el vigilante de las fiestas adonde acudían los gringos. La palabra se dominicanizó: hoy un pariguayo es una
“persona que hace el ridículo por no estar a la altura de las circunstancias” o
un sinónimo de estúpido. En el mismo país y en Honduras, petardo se
utiliza para denominar un “pedo estruendoso y de mal olor”. Pero en Puerto Rico
el petardo es el rabo de gallo, una bebida. Una “traba”, en cambio tiene muchas
y distantes acepciones. En Nicaragua, Bolivia y Chile (y también en la Argentina aunque el
diccionario no dé cuenta) se utiliza como sinónimo de “gancho” para el pelo. En
Colombia, en cambio, es el estado de euforia tras el consumo de algún
estimulante. Una guagua, por el contrario, puede ser un “niño de pecho” en
Colombia; un autobús en México y Centroamérica; o una “piedra en forma de media
luna que se emplea para moler” en Bolivia. El diccionario identifica el
argentinismo “gorila”, como “persona de ideas reaccionarias y gobiernos
autoritarios”. Pero en Costa Rica, la palabra describe a los hombres corpulentos.
Por todos esos malos o buenos
entendidos, López Morales creía que el Diccionario de Americanismos era una
necesidad. Porque el Diccionario de la Real Academia
Española, que ya lleva 22 ediciones, sólo incluye los americanismos que se
hablan en más de tres países o en España.
El proceso para unificar
criterios para este diccionario llevó casi tres años. Cada una de las 21
asociaciones americanas y la propia RAE colaboraron con el proyecto, enviaron
sugerencias y correcciones. Pero por distancias y política –la ASALE funciona en el
edificio de la RAE
y se financia con recursos del ministerio de educación español– las decisiones
finales se tomaron siempre en Madrid.
El prólogo del diccionario
precisa la génesis del proyecto. Los primeros intentos datan del siglo XIX,
cuando surgió la mayoría de los academias latinoamericanas. Recién en el
Congreso de la ASALE
de Puerto Rico en 2002 se acordó avanzar en el proyecto.
Algunas críticas perduran. “No
es exhaustivo ni exacto. Baste como ejemplo la palabra “mouse”, de amplio uso
en América.
El Diccionario de Americanismos dice
que se usa solo en Panamá y Estados Unidos, el DRAE la ignora y el Diccionario
Panhispánico de Dudas la desaconseja. Las
decisiones fueron tomadas en Madrid, como se admite en el prólogo”, dispara el
uruguayo Ricardo Soca, editor del popular sitio elcastellano.org y un crítico
asiduo de la RAE.
La filóloga argentina Ana
María Gargatagli cree que un diccionario como el de americanismos refuerza la
idea de que existe un castellano general (y culto) que se utiliza en España y
cientos de formas dialectales que ni siquiera comparten todos los países de
América.
En el diccionario de
americanismos hay proporcionalmente más insultos que en el DRAE. “Hay
palabrotas tremebundas, pero esto no es un diccionario de piedad, están las
palabras que se usan”, afirmaba el secretario de la ASALE.
Basta echar un vistazo al
diccionario y no ser ningún letrado pare ver cuántos significados y orígenes
deben ser corregidos. Mientras tanto, lejos de las academias, nuevas palabras
nacen y se forjan.
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