Volviendo al Diccionario de americanismos, comercializado por la editorial
Santillana, del cual se hablaba en la entrada del día de ayer, presentamos aquí
lo que sobre éste escribió el lingüista, investigador y académico mexicano
Luis Fernando Lara. Su reseña de fue
publicada en Panace@. Vol. XIII, n.o 36.
Segundo semestre, 2012.
Diccionario de americanismos
El Diccionario de
americanismos, dirigido por Humberto López Morales, se publicó en Lima en
2010. Obedece a un antiguo deseo de las academias de la lengua de contar con un
diccionario diferencial de lo que conciben como vocabulario característico del
«español de América», por contraposición al español de la Península , considerado
«español general». En su preparación intervinieron muchas personas: los
académicos de la Asociación
de Academias de la
Lengua Española (ASALE) y un equipo de redacción situado en
Madrid, compuesto por cerca de treinta lexicógrafos, aparte de su grupo de
tecnología informática.
Para todo lector un diccionario
sirve, ante todo, para facilitar la comprensión de voces que desconoce o cuyo
significado, al menos, le resulta oscuro. De ahí que tengan utilidad obras en
las que se ofrece una glosa aproximada del significado o una breve definición,
siempre que el acervo de vocablos que contenga sea suficientemente amplio. El Diccionario
de americanismos cumple con esta necesidad de sus lectores en la medida en
que logra reunir cerca de 55 000 artículos correspondientes a palabras
registradas, primero, en el acervo histórico de la Real Academia Española
—28 000, según afirma su introducción—; después, en «casi 150 diccionarios de
americanismos—generales y nacionales— publicados desde 1975 a la fecha» y otros más
todavía inéditos, y también ofreciendo pequeños textos definitorios que ayudan
a la comprensión de los significados.
Hace por lo menos medio siglo que
varios filólogos y lingüistas hemos venido poniendo en cuestión el sentido de
una obra de esta clase. Cuestionamos el planteamiento diferencial que lo
sustenta, en cuanto supone que el vocabulario del «español general»
corresponde, en su mayor parte, al peninsular, y dentro de éste, al que los
diccionarios de la
Academia Española han venido reuniendo desde hace tres
siglos, en tanto que los americanismos —como también los andalucismos,
murcianismos, canarismos, etc.— solo pueden constituir un vocabulario
periférico, todavía marcado en muchos lugares de España e Hispanoamérica como
proclive al barbarismo y siempre objeto de necesaria corrección. Si cuando se
elaboró el Diccionario de autoridades, entre 1713 y 1729, no se hacía
diferencia entre el vocabulario utilizado en América por peninsulares
aclimatados en América, criollos y mestizos, y el utilizado por españoles en la Península , la concepción
colonialista que introdujeron los borbones desde Francia, el correspondiente
centralismo de Madrid y la extrema dificultad española —que persiste en gran
parte de su público— para hacerse cargo de la extensión del ámbito americano y
conocer su variedad cultural fueron perfilando una clara ideología, según la
cual la metrópoli colonial se distingue de su periferia, tanto peninsular como
americana, y, en consecuencia, las variedades del español en América
solo pueden tomarse en cuenta por su particularismo, su pintoresquismo o su
exotismo. De ahí que el «español general» preconizado por la Academia Española
y sus satélites americanas no sea otra cosa que la manifestación de esa
ideología. No se podrá hablar, objetiva y documentadamente, de un «español
general» mientras no haya estudios descriptivos profundos de la realidad de la
lengua española en los 20 países que la tienen como lengua nacional, estudios
que las Academias no se han planteado llevara cabo y cuya necesidad ni siquiera
parecen reconocer; mientras tales estudios no existan, no se puede proceder a
una comparación entre todas las
variedades —incluidas, por supuesto, las de España— que permitan deslindar un
«español general» o «común» o «internacional», respecto del cual se reconozcan
los particularismos de cada dialecto, incluidos, por supuesto, los españolismos,
que claramente existen, y aquellos cuya difusión pueda realmente ser atribuida
a toda América o a amplias regiones históricas americanas, que sería el caso de
los americanismos.
López Morales dio a conocer en el
opúsculo Diccionario académico de americanismos la «Presentación y
planta del proyecto». En ella define el Diccionario de americanismos (DA)
como un «diccionario dialectal —el español de América [el
subrayado es mío]— y diferencial con respecto al español de España» (p. 70); de
él se excluyen «términos que, aunque nacidos en América, se usen habitualmente
en el español europeo (chocolate, canoa, tomate, etc.)».
El DA se presenta también como un
diccionario descriptivo, en el sentido de no ser normativo. La Academia Española ,
en efecto, ha venido derivando de su normativismo histórico a un descriptivismo
—acerca de cuyas características no parece haber reflexionado— que causa
bastante confusión en una comunidad hispánica malacostumbrada al dictado
académico. Como sucede con todos los diccionarios de la Real Academia , sus
datos no son fruto de investigaciones amplias y rigurosas del léxico hispánico;
si se piensa que los 28 000 vocablos del acervo madrileño se han venido
reuniendo desde hace trescientos años, y los que provengan de los
«casi 150» diccionarios consultados tienen características muy heterogéneas en
cuanto a extensión, planteamiento, calidad y actualidad, es imposible
considerar que se trate, en efecto, de un diccionario descriptivo,
independientemente de su utilidad.
Llama la atención el modo en que
su anormativismo —que sería la designación más exacta, en vez de descriptivismo— se relaciona con una extraña
concepción de lo usual, definido explícitamente en relación con la frecuencia
de uso de los vocablos:
Este Diccionario es usual, por lo que recoge términos —sea cual sea su significado— con
gran frecuencia de uso
manejados en la actualidad; también otros cuya frecuencia de uso es baja, más
los que han sido atestiguados como obsolescentes […] Sin embargo, la colecta […] ha
tenido que ser selectiva, dado el espacio
limitado del que se disponía (p. xxxii).
Es claro que «frecuencia de uso»
tiene para el DA y su director dos significados: por un lado, en lo que se
refiere a la nomenclatura —o lemario, como les gusta decir a los lexicógrafos españoles—,
esta debe haberse compuesto mediante una selección de datos del acervo
madrileño, los diccionarios de americanismos consultados y algunas opiniones de
informantes selectos en cada país hispanoamericano, que definieron su «actualidad»;
la inclusión de voces «obsolescentes» contradice también ese criterio de
frecuencia; por el otro, en lo que se refiere al orden de las acepciones de
cada palabra, según explica López Morales en la página 80 de la «Presentación y
planta»: «La frecuencia se medirá atendiendo a las cifras de hispanohablantes
(no de habitantes)» de cada país americano; por la cual México, Colombia y
Argentina definen lo más usual de las acepciones. Es decir, cualquier
acepción de un vocablo, si se registra en México, aunque sea poco frecuente en
este país, predominará sobre el resto de las acepciones de los vocablos. Una
extraña multiplicación: una acepción poco frecuente en México, multiplicada por
el número de sus hablantes, la vuelve más usual que cualquier acepción
muy frecuente en Cuba o en El Salvador, por ejemplo. Además de que su criterio
de la frecuencia es totalmente peregrino, los autores del DA no se han dado por
enterados de la diferencia entre frecuencia y dispersión, un criterio elemental
de la estadística lingüística: es más usual un vocablo muy usado en toda
Cuba —mejor disperso—, que un vocablo apenas usado en alguna región de México —poco
frecuente y mal disperso—. Sin embargo, cuando se trata de las marcas de uso
regional o diatópico en cada artículo, se listan de norte a sur para «facilitar
la observación de las correspondientes isoglosas léxicas»: desde los Estados
Unidos de América hasta Argentina y Chile.
Así, el DA obedece a una
caprichosa mezcla de objetivos y de criterios, disfrazada de razonamiento
lingüístico riguroso. Si predominara el criterio legítimo de la frecuencia, la
nomenclatura habría resultado muy diferente, y, cuando se trata de las acepciones
de los vocablos, una agrupación por frecuencia da al traste con cualquier
arreglo que permita facilitar el reconocimiento de isoglosas léxicas, pues todo
orden basado en la mera frecuencia —y menos con esa idea de la frecuencia— da
lugar a una extrema aleatoriedad en la comprensión de los significados. Así,
por ejemplo, a danzón se le asigna como primera acepción una mexicana:
«Música del danzón en compás de dos por cuatro y ritmo lento» (¡bonita circularidad
de la definición!) y solo después aparece la cubana: «Baile popular parecido a
la habanera»; como todos sabemos, el danzón nació en Cuba y de allí
llegó a México, y basta con una buena definición del ritmo, la cadencia y la
combinación de compases, unida a la nota de que es parecido a la habanera, para
eliminar una acepción imprecisa y redundante, y permitir una isoglosa léxica
con sentido, en vez de fragmentar el artículo en dos acepciones, ordenadas de
norte a sur. Una isoglosa léxica, es decir, la línea que se puede trazar en un
mapa uniendo las zonas en donde se utiliza un vocablo, no se puede restringir
al significante de la palabra, sino que tiene que considerar su significado. La
posible isoglosa de danzón parece corresponder a toda la cuenca del
Caribe —al interior de México llegó por Yucatán— y es un fenómeno cultural más
importante de lo que pueda señalar la coincidencia del significante.
Lo primero que llama la atención
al abrir el diccionario es la gran cantidad de variantes, derivaciones
morfológicas, significados diferentes y locuciones que enlista. Por ejemplo, a
partir de arrollar, común en español, se encuentra arrollacalzones,
arrollada, arrollado, arrollao. A partir de hablar, se registra hablachento,
hablaculo, hablada, habladera, habladero, habladito, hablado, hablador,
hablador,-a, hablaera, hablamierda, hablantín, hablantín, -a, hablantina, hablantino,
-a, hablantinoso, -a, hablapaja, y 80 locuciones. Esa riqueza de datos,
aunque debe manejarse con una cartesiana duda metódica, hace del DA una obra
necesaria en toda biblioteca especializada en el conocimiento de la lengua
española, a pesar de sus defectos.
La estructura formal del
artículo, su microestructura, sigue las pautas comunes en lexicografía
hispánica, por lo que es de fácil lectura. Cada artículo ofrece información de
la lengua de procedencia de los vocablos, cuando se trata de orígenes amerindios
o no españoles. Los verbos se citan en su forma infinitiva y se señala su
funcionamiento sintáctico; de los sustantivos y adjetivos se ofrece su forma
canónica masculina, pero seguida de la indicación de su forma femenina cuando
la hay (feo, -a). Llama la atención el modo sistemático en que los
nombres —sustantivos y adjetivos— dan lugar a entradas homónimas, en que se
separa, por ejemplo, movida y movido,-a. Al hacerlo, movida,
como sustantivo exclusivamente femenino, se separa de movido, -a que
puede ser sustantivo o adjetivo, masculino o femenino. Si se atiende al
significado, las acepciones agrupadas bajo I de movida comienzan por un
significado mexicano: «Estrategia o maniobra que se realiza para llevar a cabo
algún asunto»; sigue «Negocio sucio o ilegal» y solo aparece como tercera
acepción «Movimiento que se hace de una cosa» —que sería el significado
principal si se considerara una agrupación significativa de las acepciones—,
porque se registró en Nicaragua —esta acepción es común en el español y, en
consecuencia, tendrían que haberla dejado fuera del diccionario—. Luego aparece
una acepción II: «Cita o romance secreto» y en III vuelve «Acción ilegal o
inmoral», que debería formar parte de I. La acepción I.1 de movido, -a «Amante,
persona con la que alguien tiene relaciones ilícitas o clandestinas» debiera
haber formado parte de las acepciones de movida, y no corresponde al
resto de las acepciones listadas bajo esta entrada, también dignas de
consideración a partir del significado de mover. ¿No habría sido más
correcto, semánticamente hablando, hacer un solo artículo movido, -a y
englobarlas todas? En particular, la acepción I.1 de movido, -a atribuida
a México hace suponer que un amante masculino es un movido, lo cual es
falso. Este tipo de organización homonímica produce extrañamiento y muchas
dudas: hablador en Costa Rica se glosa como «Habladera, palabrería»; hablador,
-ra, como «Mentiroso», se registra entre otros países, también en Costa
Rica. No se ve cuál habrá sido el criterio para dividir en dos homónimos.
Las acepciones se agrupan con
números romanos, para mostrar la cercanía de sus significados, aunque el
criterio de frecuencia los desorganice, y después con arábigos, para separarlas
una por una. Cuando solo hay una acepción, parece inútil asignarle un número,
lo cual consume espacio y da a la página un abigarramiento innecesario. No hay
ejemplos, lo cual es un grave defecto de este diccionario, pues si ya es
difícil imaginar en qué condiciones semánticas se pronuncian o se escriben los
vocablos, dadas las grandes diferencias dialectales del mundo hispánico, al no
haber ejemplos, el interés por comprender adecuadamente los significados de los
vocablos y sus usos se ve completamente contrariado.
Para ilustrar el valor del DA
haré una somera comparación entre lo que registra este diccionario y lo que
registra el Diccionario de argentinismos, coordinado por Claudio Chuchuy
para la colección del Nuevo diccionario de americanismos, dirigida por
Günther Haensch y Reinhold Werner desde Augsburgo, al comienzo en colaboración
con el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, pero posteriormente adoptada por la Editorial Gredos
de Madrid como Diccionarios contrastivos del español de América,
cambiándoles el nombre y falseando el título, pues ahora el Diccionario de
argentinismos (DArg) se nombra equívocamente Diccionario del español de
Argentina (2000), a pesar de que no se trata de un diccionario integral del
español de Argentina, como lo es el publicado por la editorial Voz Activa de
Buenos Aires en 2008.
No hay duda de que han tomado en
cuenta el DArg, aunque a veces sin consideración de los registros que ofrece y
generalmente abreviando la información; así por ejemplo, en relajar, el
significado «Causarle empalago a alguien un alimento o una bebida» no lo
registra el DA en Argentina, aunque sí en Bolivia, si es que «Producir hartazgo
un alimento o una bebida» es solo una formulación diferente del mismo
significado; el significado argentino de «Hacer objeto a alguien de bromas o
burla» (acepción II) tampoco aparece, aunque lo registra en Uruguay «Insultar,
criticar o reprender duramente a alguien». No encuentro la razón para que, si
el DArg ofrece una documentación, generalmente mucho más detallada en cuanto a
registros dialectales y de nivel de lengua, no se integre al DA. Las diferencias
en las definiciones de los significados pueden obedecer a interpretaciones
diferentes de los lexicógrafos de ambos diccionarios. ¿Se puede pensar que,
cuando el DA modifica su definición, lleva implícita una revisión crítica de la
definición del DArg? En suri refiere a ñandú, en ñandú la
descripción se abrevia —la paradoja del orden de países en el artículo lexicográfico:
en México, los únicos ñandús que se conocen están en el zoológico o los vemos
en algún documental; sin embargo, la marca Mx preside la definición—;
luego agrega «Ar.no “hombre cubierto de plumas y colgantes que en las fiestas
religiosas danza ante las imágenes en las procesiones”», e igualmente «Que no
tiene dinero», acepciones que no registra el DArg; en cambio, el DA no registra
el juego infantil «¿Suri me quieres comer?», ni hacer el suri, hacerse el
suri. En el artículo de cachulero define «Cosa ordinaria, de mal
gusto» y «Persona tosca o poco refinada» pero el DArg es más detallado:
«Persona de extracción social humilde, especialmente la que es tosca y tiene
poca cultura», y «Una prenda de vestir o un adorno, que revela mal gusto». En
cambio, el DA no da aigüé, que registra el DArg, aunque sí ofrece achinado
y cachi, que aparecen como voces afines a cachulero en el DArg.
En relación con los supuestos
mexicanismos, para los cuales la mejor obra de referencia sigue siendo el Diccionario
de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (Porrúa, 1959), llama la
atención que registre cabete «Cordón del zapato» en Puerto Rico y no en
México, aunque lo incluya el Diccionario de mexicanismos (DM) de la Academia Mexicana
(2010). En machincuepa ofrece «Voltereta, pirueta, maroma», un racimo de
seudosinónimos, como lo hace el DM. Es una lástima que abrevie la definición de
chipotle del DM que, aunque vaga: «Variedad de chile picante, de color
rojo ladrillo, que se usa una vez secado con humo», es mejor que la del DA, tan
vaga hasta volverla inútil: «Variedad de chile».
Entre la multitud de variantes
que ofrece el DA destacan las formadas por variantes gráficas, por ejemplo: güilo,
huilo «Tullido» en México y Nicaragua; cuitlacoche, huitlacoche,
güitlacoche en México; huille, huilli en Chile; pero muchas otras
son variantes festivas de vocablos, cuyo cuño social estable da lugar a dudas.
Por ejemplo, registra estuche en Centroamérica como «Ataúd» y aunque
señala que es popular, culto, espontáneo y festivo, lleva a uno a preguntarse
si se entendería fuera de contextos festivos muy localizados; en cabús,
después de su significado mexicano de «Último vagón de un tren de carga para
uso de los tripulantes», asienta como metafórico un significado de «Hijo nacido
tardíamente»; aquí se trata de un juego espontáneo, del cual no hay constancia
de frecuencia de uso, que permita asignar ese significado al vocablo; lo mismo
causa dudas estoque, que remite a estocada como «Mal aliento» en
El Salvador; en Puerto Rico ¿se dirá estufa normalmente a un automóvil
sin aire acondicionado? Jocho como «Hot dog» es una forma desconocida en
México, aunque se haya podido decir alguna vez. Toma del DM la entrada dodge,
para introducir una locución en dodge patas «A pie», que evidentemente
no es una acepción de un vocablo *dodge ¡señalado como marca registrada!
El DM ha seguido este procedimiento de manera irracional, y el DA lo sigue (¿o
fue al revés?). En otras palabras, su afán de atenerse a lo que hayan
registrado sus fuentes, sin ponerlas en tela de juicio, puede haber dado lugar
a una verdadera inflación de formas y acepciones cuyo lugar más bien
correspondería a estudios acerca de los juegos verbales en el mundo hispánico,
en vez de darles cuño social en un diccionario.
El DA requiere una revisión
crítica seria, rigurosa y con conocimiento de los métodos y los procedimientos
de la lexicografía contemporánea; para los especialistas es una importante fuente
de datos; para los lexicógrafos dedicados a elaborar diccionarios bilingües y
los traductores a lenguas extranjeras, una obra riesgosa, pues puede inducirlos
a atribuir correspondencias entre el español y las otras lenguas que no tienen
sustento desde el punto de vista del cuño social de los vocablos registrados;
para el público en general, una obra que sorprende por la acumulación de
información que ofrece, pero que puede llevarlo a cometer errores de contexto y
de cultura, si lo utiliza para dirigirse a hablantes de otros dialectos.
Bibliografía
-Academia
Mexicana de la Lengua
(2010): Diccionario de mexicanismos. México D.F.: Siglo XXI.
-Chuchuy,
Claudio, y Laura Hlavacka de Bouzo (coords.) (1993): Nuevo diccionario de
argentinismos. Tomo II de la colección Nuevo diccionario de
americanismos. Santafé de Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
-López
Morales, Humberto (2005): Diccionario académico de americanismos:presentación
y planta del proyecto. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras.
-Santamaría,
Francisco J. (1959): Diccionario de mejicanismos. México D.F.: Porrúa.
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