Traductor, traidor (I)
Traduttore, traditore.
Adagio italiano.
Cualquier persona que haya intentado
hacer una traducción sabe que muchas veces parece muy fácil, en tanto que otras
–la mayoría, sobre todo si se trata de una lengua perteneciente a una cultura
muy distinta a la nuestra– parece imposible. La razón es que las lenguas no son
sólo distintas en vocabulario, sino también en organización, estructura y forma
de segmentar la realidad. Lo que en una lengua es una palabra, en otra no
existe o se tiene que decir con dos o más términos; así, un concepto existente
en una lengua puede no ser el mismo que en otra, lo que se ejemplifica en el
cuadro de abajo. De ahí la imposibilidad de realizar una traducción buena, o,
más que buena, fidedigna o, todavía más que fidedigna, transparente.
Nunca podremos decir que una lengua es
mejor o peor, sólo que es distinta; y es distinta porque es reflejo de una
cultura, de una forma de ver el mundo y la realidad.
De hecho, hay una hipótesis, la
Sapir-Whorf, que establece la existencia de una relación entre la forma en que
una persona habla y la forma en que esa misma persona entiende el mundo y se
comporta dentro de él, es decir, el lenguaje determina el modo de pensar de los
hablantes.
A esta hipótesis también se le llama
«determinismo lingüístico» y, en su versión más radical, sostiene que el
lenguaje determina totalmente el pensamiento, hasta el punto de que lenguaje y
pensamiento son lo mismo.
Y es que, queramos creerlo o no, todos
pensamos según la lengua que hablamos. Nosotros lo hacemos en español y vemos
el mundo en español. Tanto así, que es difícil entender conceptos que no están
en nuestra lengua, por ejemplo, aquel tan afamado del nosotros inclusivo y
exclusivo del quechua y de otras lenguas indígenas. El vocablo ñoqanchis es
inclusivo y significa «tú y nosotros» y el vocablo ñoqayku es
exclusivo: «nosotros sin ti». Los mexicanos tenemos que contentarnos con
responder: «¿nosotros, Kemosave?».
Y, más aún, nosotros no sólo pensamos
en español, sino en español mexicano. Así, cuando oímos a un español decir: «me
lo monto mal», nos cuesta trabajo entender que eso en mexicano querría decir:
«me la estoy pasando de la chingada», o cuando oímos a un argentino decir: «no
sé si te lo bancás», nos cuesta trabajo entender que lo que quiere decir es:
«no sé si vas a soportar esto». Y al revés nos pasa igual.
Diferencias profundas: «Muchas veces,
nuestra impresión al estudiar una lengua extranjera nos lleva a pensar que
todas las diferencias son ridículas o ilógicas en comparación con el uso de nuestra
propia lengua», dice Raúl Ávila. ¿Cómo es que los hablantes de hanuno, que sólo
tienen cuatro palabras para describir los colores, no se han dado cuenta de que
pueden expresarse con muchas más? Pero lo que no tomamos en cuenta es que la
cultura hanuno –donde no hay telas ni computadoras ni pantalones– no necesita
especificar más.
Tomando en cuenta eso, podríamos decir,
por ejemplo, que si bien los indios zuni pueden ver perfectamente los colores
naranja y amarillo, como cualquiera de nosotros, no los distinguen en su
lengua, quizá porque no es necesario o, bien, porque no es importante. Y es que
la lengua tiende a lexicalizar y gramaticalizar los conceptos que son relevantes para una cultura
determinada. Por ejemplo, los agta de Filipinas «disponen de 31 verbos
distintos que significan “pescar”, cada uno de los cuales se refiere a una
forma particular de pesca. Pero carecen de una simple palabra genérica que
signifique “pescar”». Esto se debe a que la subsistencia de los agta depende
principalmente de la pesca y no necesitan referirse a ella en forma general,
sino de manera específica. Marvin Harris dice que está comprobado que los
hablantes de sociedades primitivas y ágrafas suelen identificar entre 500 y mil
especies de vegetales distintas por su nombre, mientras que los hablantes de
sociedades urbanas industriales no conocen más de 50 o cien. Estas diferencias
no sólo se dan en lenguas de culturas tan distintas a la nuestra, sino también
en lenguas mucho más cercanas. Hay términos que una lengua posee, pero otra no,
y eso refleja la forma distinta de pensar, sentir y segmentar la realidad de
cada grupo humano.
Del final referido a aborígenes y lenguas, se infiere que, al revés de lo que afirma el "determinismo", la percepción y el pensamiento determinan el lenguaje... digo yo
ResponderEliminar