lunes, 29 de abril de 2019

La Feria: más de lo mismo, pero más caro

Como todos los años, una cada vez más degradada Feria del Libro de Buenos Aires abre sus puertas con la expectativa –de las editoriales, claro– de vender lo que no venden en las librerías. Una de las pocas crónicas realistas que ofrece la prensa argentina sobre el evento es la de la periodista Silvina Friera, aparecida en el diario Página 12 del 25 de abril pasado. En ella se recogen testimonios de los editores Damián Tabarovsky, Gastón Etchegaray y Leonora Djament.

La ilusión de salvar el año en 20 días

La crónica de un empobrecimiento anunciado duele cada día más. Aunque el libro sea un artículo de primera necesidad para una intensa minoría de lectores, la política económica, el combo explosivo de recesión más inflación por las nubes y un dólar con tendencia alcista, lo está convirtiendo en un artículo inaccesible. ¿Cuántos pueden comprar un libro por mes –si esa fuese una cifra razonable, moderada y hasta “optimista”– con salarios aplastados y sin perspectivas de recuperación? Muy pocos, cada vez menos. No hay “precios cuidados” ni “precios esenciales” del Estado para los libros. La apertura de la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que empieza hoy en la Rural con una gran expectativa por el discurso inaugural de la antropóloga feminista Rita Segato y que tendrá a Barcelona como ciudad invitada (ver recuadros), encuentra a los actores de la industria, autores, editores, traductores, libreros e imprenteros, consternados por una crisis que tiende a profundizarse. Los números del informe realizado por la Cámara Argentina del Libro (CAL) producen taquicardia. Durante 2018 se imprimieron 43 millones de ejemplares, una caída del 48 por ciento si se compara con 2015 (83 millones de ejemplares), el año en que inició la tendencia a la baja.

El mismo informe de la CAL incluyó una encuesta de ventas entre socios de la entidad, que reúne a más de 500 representantes de medianas y pequeñas editoriales. El 65 por ciento de las 51 empresas participantes –el 62 por ciento de ese universo tiene hasta 10 empleados y el 57 por ciento factura menos de 9 millones al año– tuvieron variaciones negativas en su rentabilidad. En el 33 por ciento de los casos esa caída fue igual o superior a los 20 puntos. “Las ventas van a la baja pero de un modo que da taquicardia”, dice el escritor Damián Tabarovsky, editor de Mardulce, que exhibe su catálogo editorial en Los siete logos (Stand 1920, Pabellón Amarillo), junto a Adriana Hidalgo, Caja Negra, Eterna Cadencia, Criatura, Katz y Beatriz Viterbo. “Hay meses muy malos, como fue febrero –30 por ciento menos que febrero 2018– y, a veces, sin saber bien por qué, repuntan. Pero la tendencia general es al descenso de ventas y al aumento de costos. El tema de los costos –en especial el del papel– es tan importante como la baja de las ventas. Las dos variables, juntas, son un combo explosivo”. El escritor y editor de Mardulce cuenta que se manejan con un dólar oficial de 45 pesos. “La suba del dólar no cambió demasiado en relación a la exportación, sigue siendo difícil y arduo exportar. A la inversa, como el papel es un commodity, que cotiza al precio del día, el aumento del dólar implicó inmediatamente un aumento del papel”.  

La Feria del año pasado arrancó con un dólar entre 20 y 21 pesos y terminó con un dólar a 28. La devaluación continuó en agosto, cuando superó los 40 pesos, y ayer cerró a casi 45 pesos, más del doble de lo que cotizaba el dólar a fines de abril de 2018. Nadie está exento de la crisis. Las editoriales con mayor volumen de libros editados tienen más espalda. Todos son víctimas de una política económica que está deteriorando cada vez más la dinámica editorial argentina. Gastón Etchegaray, Presidente del Grupo Planeta, Area Cono Sur, explica que 2018 “fue un año en que pudimos crecer un 3 por ciento en volumen, en cantidad de ejemplares vendidos, pero no pudimos absorber en términos de facturación la inflación del 47 por ciento. En ese sentido estuvimos por debajo”. El contraste ahonda el abismo que se cierne sobre la industria editorial. “Si comparamos el inicio del 2019 versus 2018, tenemos un primer trimestre peor de lo que fue el año anterior. Recordemos que fue previo a la devaluación y con un mercado todavía no tan golpeado”, aclara Etchegaray. 

“La devaluación impacta y mucho –reconoce el Presidente del Grupo Planeta a Página 12–. Tengamos en cuenta que el costo del papel se cotiza en dólares y eso termina impactando fuertemente en el costo final del libro. Por otro lado, devaluación más inflación es un combo letal para nuestra industria, ya que no podemos trasladar todo a precio. También afecta mucho el pago de derechos a autores extranjeros, que son en dólares o euros, y hace casi imposible amortizar algunos contratos pactados y firmados en esas monedas. Dejamos de importar algunos libros de fondo que traíamos en pocas cantidades, porque no podemos trasladar todo a precio –serían precios fuera de mercado– y tampoco sabemos cuál es el techo del dólar en un mercado con mucha incertidumbre. La única parte positiva es la de poder exportar más, pero también ahí nos afectó el impuesto a las exportaciones, y eso nos deja menos competitivos frente a otros mercados”.

Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, comparte los diagnósticos y cuestiona la desidia estatal. “Como el papel cotiza en dólares aunque sea para uso local, cada vez que el dólar sube, el precio del papel sube. Los papeles y cartulinas subieron entre un 65 por ciento y un 100 ciento en el último año, mucho más que la inflación. Es muy difícil entonces sostener los precios de los libros en un mercado que ya lleva por lo menos tres años consecutivos de decrecimiento, con librerías quebradas y cadenas de pago sumamente frágiles –advierte Djament–. Y todo se da en un contexto de absoluto desinterés del Estado hacia la cultura en general y hacia el sector del libro en particular. No hay políticas de ningún tipo: ni de promoción de la lectura, ni de fomento a las pymes editoriales, ni de ayuda a las bibliotecas o a las librerías. Está claro, de todos modos, que la situación del sector no escapa al contexto general del país: no se puede pensar en medidas para la industria del libro sin pensar en medidas articuladas para toda la sociedad. La crisis que atravesamos es general y no particular del libro. Por desinterés o deliberadamente es la crónica de un empobrecimiento anunciado”.

¿Con qué expectativas comienzan la 45° Feria del Libro? ¿Prevalecerá esa especie de situación “burbuja” que se suele esgrimir o se sentirá el fuerte impacto de la caída del consumo en los libros, más en esta edición que en las anteriores? “Como siempre nos preparamos con mucha ilusión para la Feria y este año no será la excepción –dice Etchegaray–. Aparte de lo que la Feria en sí implica para no- sotros, este año Barcelona es la ciudad invitada y tenemos muchas visitas –somos la editorial más importante en habla hispana y la editorial de Barcelona por antonomasia–, sumado a lo que siempre brinda Planeta como grupo en la Feria: muchos autores locales dando conferencias, presentaciones de libros y firma de ejemplares en nuestros dos stands, Paidós y Planeta. Tenemos nuevos libros de Luciana Peker, Rosa Montero, Darío Sztajnszrajber; firmas y presentaciones de autores emblemáticos como Gabriel Rolón, Felipe Pigna, Viviana Rivero, Alejandro Dolina; en fin, apostamos fuerte a la Feria, un lugar central para nosotros. Ojalá que este año el público nos acompañe, y que el impacto de la crisis se sienta menos, algo difícil que así sea pues la caída del consumo está pegando muy fuerte a nuestra industria, y en la medida en que el mercado del libro no se recupere deberíamos plantearnos si el formato de la Feria –tal cual lo conocemos– en los próximos años debería cambiar o por lo menos adaptarse a la nueva realidad del sector, un sector que insisto está muy pero muy golpeado”.

No sabe Tabarovsky qué pasará en esta edición. “El año pasado fuimos con la expectativa de que no nos vaya horrible y terminó yéndonos muy bien. Pero sé que hay editoriales a las que les fue mal. Vuelvo con las expectativas de que no sea todo tremendo. Veremos…”, agrega el editor de Mardulce. “Más allá de los temas específicos de la industria editorial, creo que es una situación que va mucho más allá de nosotros. Desde hace tres años somos víctimas de una política que desfavorece el consumo. La industria editorial sin una clase media dinámica, con una capacidad de consumo al menos aceptable, es inviable acá o en cualquier lado. La primera variable obviamente existe: hay un público muy interesado en los libros. Es cuestión de reactivar el consumo. Pensemos a quién votamos en octubre”, concluye Tabarovsky.

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