La Generación del 37 ya leía a Kant en el Salón Literario
Kant es arcoíris en una tarde lluviosa de verano que no se desvanece. El prisma de su pensamiento resplandece en muchos perfiles: la explicación filosófica del conocimiento, la astronomía mediante una “teoría del cielo”, la moral, la estética, la historia, la política, lo religioso dentro de los límites de la razón, la Ilustración como exhortación a un pensar por cuenta propia, y como puño que golpea las tradiciones. A 300 años de su nacimiento, vemos como también aquí llegaron más que reflejos de su espectro filosófico.
En 1781, luego de un largo periodo de soledad y maceración de su ideario, el filósofo publica su Crítica de la razón pura. Para Kant no se conoce la realidad en sí misma sino solo el mundo externo que le es accesible al sujeto de conocimiento desde sus propias estructuras a priori. Esto que el pensador prusiano llama su “revolución copernicana” es contemporáneo a las convulsiones de la Revolución Francesa.
Kant vive como súbdito del ilustrado Federico II en Königsberg, Prusia; hoy, Kaliningrado, en el corredor ruso al norte de Polonia. Su influencia intelectual se propaga hasta lo presente y universal.
Así, en Argentina se consuma una recepción de lo kantiano desde el siglo XIX. Ya en Francia, en 1830, la obra del maestro de Königsberg es traducida al francés. El filósofo Víctor Cousin estudia la filosofía kantiana, también a los idealistas alemanes; y ejerce su influjo sobre el pensamiento argentino.
Kantianos vernáculos
El pensador argentino Jorge Dotti nos dejó en 2018. Dentro de su rico legado intelectual, relumbra una de sus investigaciones fundamentales: La letra gótica. Recepción de Kant en Argentina, desde el romanticismo hasta el treinta (1992), publicada por la editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires cuando era Director del Instituto de Filosofía de la FFyL de la UBA. Dentro de la disciplina de la Historia de las Ideas, Dotti recoge la transmisión del pensamiento kantiano desde Alemania a la Argentina; enlaza los textos kantianos, muchas traducciones de Kant al francés, de posible lectura entre los intelectuales, políticos y científicos locales. Una “recepción” de lo kantiano (Kantrezeption) de un autor y no de una corriente y escuela en el campo intelectual. La presencia kantiana en Argentina se estira en un arco de resonancias desde los intelectuales de la romántica Generación del 37, en tiempos de Echeverría y Rosas. Dotti aporta claridad respecto a la repercusión de lo kantiano desde el discurso inaugural del Salón Literario pronunciado por Juan B. Alberdi en 1837, en el que se mencionada por primera vez a Kant, hasta la fundación de la Sociedad Kantiana de Buenos Aires en 1930.
El filósofo Coriolano Alberini, de origen milanés pero educado en nuestro país, (1886-1960), con su texto Die Deutsche Philosophie in Argentinien (1930), también es fuente complementaria del itinerario kantiano trasladado a nuestras tierras. El primer momento del devenir kantiano en la latitud argentina lo protagonizan los románticos, que entienden a Kant como ruptura respecto al pasado y faro del proyecto de una filosofía nacional como “tarea histórica del presente argentino”.
El segundo ritmo de la recepción kantiana resuena durante la modernización nacional, desde las últimas décadas del siglo XIX hasta 1910. En ese horizonte, Alberdi o Avellaneda avizoran un pensamiento autóctono como entramado de nacionalidad. Para esto es preciso primero disolver definitivamente sistemas de referencias culturales obsoletos, como la escolástica o la hispanidad del pasado virreinal. Liberación de lo vetusto y apertura a lo moderno a través de Kant como padre de la filosofía alemana. No se trata de la referencia rigurosa a su obra sino de su invocación como “antecesor prestigioso”, como una autoridad filosófica que cimenta parte del discurso de tendencias culturales argentinas de fines del siglo XIX como el espiritualismo krausista o el positivismo.
El ideario del krausismo, representado aquí por ejemplo por W. Escalante y C. López-Sánchez, se funda en el pensador alemán Karl C.F. Krause (1781-1832). Este profesa una espiritualidad panteísta, por la cual Dios engloba al universo; y en lo secular defiende la tolerancia académica y la libertad de cátedra frente al dogmatismo, desde un claro trasfondo kantiano; y así contribuye a la formación de la ideología política de la Unión Cívica Radical.
El positivismo, por su parte, pugna por la educación popular y la enseñanza de la ciencia, con C.O. Bunge o J. Ingenieros como sus intelectuales arquetípicos.
A pesar de las diferencias de corrientes, y de las circunstancias individuales y sociales de cada lector, lo que todos abrazan es la certeza kantiana en una flecha del progreso que orienta la evolución universal.
La certeza kantiana
En las primeras décadas del siglo XX se consolida de democratización del sistema político en consonancia con la profesionalización de la filosofía. Aquí acontece el tercer momento de la recepción local de lo kantiano, cuando se tremolan los estandartes de la “reacción antipositivista”. La autonomía en Kant, el sujeto que se auto-determina en lo moral, es alternativa al sujeto positivista reducido a puro registrador de hechos externos en la vía del cientificismo.
Se crea la Facultad de Filosofía y Letras. Comienza la exégesis pormenorizada de la obra kantiana a través de profesores como Rivarola, Quesada o Dellepiane. Por las calles de la filosofía camina Alejandro Korn. Tras el abrazo positivista al cientificismo, Korn sopla el batir de alas de una filosofía ética de inspiración kantiana que “ha de devolvernos la dignidad de nuestra personalidad consciente, libre y dueña de su destino. (...) Si queremos un mundo mejor, lo crearemos”. Sin embargo, Korn no cohesiona un conjunto de ideas de claro sustento kantiano.
Entre 1923 y 1927 circula Inicial. Revista de la nueva generación, animadora de un pretendido vanguardismo filosófico, en la que intervienen muchos jóvenes intelectuales, entre los cuales están Borges, Fatone, Castelnuovo y otros; “modernos intensos”, los define Oscar Terán. En su variedad, la adhesión a la Reforma Universitaria de 1918 actúa como factor aglutinador. El jurista y filósofo Carlos Cossio formula una fundamentación kantiana de la Reforma; o el poeta Brandán Caraffa intenta repensar a Kant vinculándolo con Lord Byron”
En un editorial de Inicial, titulado “Kant y la juventud”, se trasluce la ambigua recepción del kantismo. Por un lado se reclama que los jóvenes se liberen del anacrónico formalismo de Kant, y por el otro, se reconoce su demolición de dogmatismos.
En el proceso de apropiación de Kant en Argentina, el pensador pasa de ser figura de legitimación de corrientes culturales para convertirse en exclusivo feudo académico de especialistas universitarios. Exponente de este proceso, en el presente es, por ejemplo, la labor de exégesis y traducción de la filosofía trascendental kantiana de Mario Caimi, consultor de la revista Kant-Studien.
Un Kant envuelto en la malla académica lo atrapa en la historia de la filosofía y debilita su interpelación del presente. Esto último es lo que Michel Foucault recupera en su ensayo ¿Qué es la ilustración? (1984) cuyo título parafrasea el del artículo de Kant de 1984. Aquí el filósofo francés postula una “ontología de nosotros mismos”, la autocomprensión del sujeto desde el presente que nos interroga.
El criticismo kantiano, la responsabilidad moral, el libre pensamiento y el rechazo de dogmatismo, nunca dejaron de irradiar su presencia en nuestro lejano sur.
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