El 14 de noviembre de 2004, en el diario La Nación ,
de Buenos Aires, Edgardo Krebs, investigador asociado del departamento de
antropología de la
Smithsonian Institution , se ocupó de una biografía de Jorge
Luis Borges que, por ese entonces, acababa de publiarse. La bajada es
ya una declaración muy clara: “La reciente y polémica biografía que el
catedrático de Oxford Edwin Williamson escribió sobre el gran escritor
argentino pone en evidencia la dificultad de los autores anglosajones para
interpretar la obra del autor y su idiosincracia”. Por su interés, merece
volver a leerse.
Borges en inglés: problema de traducción
WASHINGTON
DC.– Si Jorge Luis Borges no fuera uno de los autores más originales e
influyentes del siglo XX, no importaría que sus traducciones al inglés
padecieran de tantos traicioneros defectos. Esto no presume subestimar la
inteligencia de ciertos lectores anglosajones, quienes no sólo han advertido el
problema –como Mathew Howard en su crítica a las traducciones de Di Giovanni–
sino que han escrito algunos de los análisis más lúcidos de la obra de Borges,
desarmando la casi alucinada red de conexiones literarias y filosóficas y de
juegos de la mente que brillan en los textos aun más breves y ocasionales del
escritor argentino.
El centenario
del nacimiento de Borges en 1999 acercó la posibilidad de una reevalución de
las traducciones, y con ella, del escritor en su entorno. La exégesis, aventura
del conocimiento a partir de un texto bien leído –ejemplificada clásicamente
por Erich Auerbach en Mimesis: La
representacion de la realidad en la literatura de Occidente– es el destino de
toda gran obra. La traducción inteligente es, por supuesto, parte de la
exégesis. De los tres tomos de Borges en inglés publicados por Viking–Penguin a
finales de los 90 (ficción, poesía, ensayo), sólo el de ensayo, al cuidado de
Elliot Weinberger, fue hecho con erudición y sensibilidad. Además de incluir
las traducciones magníficas de Esther Allen, este volumen ofrece al público
anglosajón una serie de textos jamás aparecidos en inglés, que ayudan a
situarlo a Borges en la historia argentina y como testigo crítico de episodios
contemporáneos.
El
tomo de versos, fruto de la colaboración despareja de varios poetas, contiene
verdaderas masacres de poemas límpidos y claros. ¿Cómo confundir
"gema" (perla) con yolk
(yema de huevo) en "La rosa amarilla"? ¿O anular la evocadora palabra
"camalote", traduciéndola como root
clumps (raíces) en "La fundación mítica de Buenos Aires"? ¿O
asignarle, en el mismo poema, empinadas olas (steep surf) al Río de la
Plata ? Estos traspiés cómicos preanuncian errores de
interpretación que desfiguran el sentido de las mejores poesías de Borges.
El
tomo de ficción, debido a un solo traductor, Andrew Hurley, parece ser producto
de la ligereza, el desdén o la incompetencia. La provincia del Chaco es
transformada en el "Río Chaco"; el puestero de una estancia en un
almacenero (store–keeper); un gurí
(término afectuoso) en "mestizo bastardo"; la frontera –palabra clave
que en Borges intimaba el "vértigo horizontal" de la pampa– en un
flácido "borde"
Pero
además de traducir mal el sentido de palabras, situaciones, contextos,
alusiones, Hurley comete el error de agregar al final del libro un glosario–guía
a la historia argentina que es patético en su precariedad. Si un traductor de
Faulkner al castellano se permitiera ejecutar un glosario similar sobre
términos sureños y la historia de la relación entre blancos y negros en los
EE.UU. (por ejemplo), ese traductor sería justamente ridiculizado. Parte del
trabajo, y del placer, de leerlo a Borges, es descubrir de qué modo ha
interpretado la historia argentina, trazado su laberinto cargado de símbolos y
de pistas que sólo el lector atento advertirá. El reemplazo de estas claves por
burdas, literales, a menudo erróneas notas y definiciones de diccionario, es la
traición definitiva del traductor, una admisión de su fracaso. ¿Cómo remitir al
lector a un glosario para explicar el término "criollo", central en
toda la obra de Borges? ¿Cómo reducirlo a disparate, definiéndolo como
"palabra que indica raza, y por lo tanto clase; se refiere siempre a una
persona blanca, y por lo tanto superior... etc, etc."?
Las
reseñas de estos tomos, en su mayoría escritas por autores no muy conocidos
como expertos en Borges o en la historia y la literatura argentinas (requisitos
mínimos para adentrase en los territorios de alusión y referencia sobre los que
se apoya la obra), ciegas también a errores y mutilaciones como los señalados,
no sirven para indicar el camino a una necesaria, posible, nueva lectura de los
textos traducidos. Unos de los pocos autores argentinos que pudieron hacer oír
su voz disonante en la prensa anglosajona fue Alberto Manguel. En un comentario
para el periódico británico The Guardian,
Manguel apunta, acertadamente, que los lectores de Borges en inglés, desde las
versiones de Di Giovanni en adelante, han sido muy mal servidos. "Borges
en inglés –dice– debe ser leído a pesar de las traducciones".
En Borges. A Life, Edwin Williamson, catedrático de Oxford, da un paso más allá: a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida.
En Borges. A Life, Edwin Williamson, catedrático de Oxford, da un paso más allá: a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida.
Para
quienes no ven a Borges como un ser real, insertado en la historia de su país,
precisamente, a través de la literatura, su vida es un interrogante, un vacío
que demanda explicación. Borges ha sido considerado a menudo, en la Argentina y en el
extranjero, como arquetipo del escritor exangüe, prisionero en su estrecha
torre de marfil, divorciado del destino de sus contemporáneos y de los apetitos
y pasiones del común de los mortales. Desde miradores distantes, especialmente,
hay una tendencia a imaginar a América latina como una "realidad mágica",
larvada de injusticias y ardiente en revoluciones sociales. Eldorado ha cedido
su lugar a una inmensa villa miseria de humanidad castigada. El Nuevo Mundo de
ayer es el Tercer Mundo de hoy, y los sucedáneos de Aguirre, Orellana y
Fitzcarraldo ya no exploran febrilmente sus tierras para conquistarlas.
Replegados a sus perchas europeas o norteamericanas, ahora sólo las visitan con
sanitarias fórmulas éticas. El escritor autóctono que esta visión estereotipada
requiere debe ser sanguíneo, fumador, bramante, parte de las multitudes y, si
es posible, barbudo. Borges no da con el fenotipo, y su obra cerebral y de
cortante textura filosófica resiste la captura.
El
corazón de Borges
Williamson se
propuso humanizar a Borges yendo en busca "del corazón que late en las
profundidades de la obra." Encuentra que el escritor tiene una madre
dominante y un padre ineficaz. Y que su obra está marcada por amores trágicos
de wagnerianas consecuencias. El problema con este cuadro pop–psicológico es
que debe más a la imaginación del profesor Williamson que a los datos
biográficos comprobables de la familia Borges–Acevedo. El supuesto amor–pasión
por Norah Lange (no correspondido); las desafortunadas metáforas de espada
bárbara y daga rebelde que Williamson elige para explicar las desobediencias o
lealtades de Borges hacia su madre (espada) y padre (daga) y la historia
argentina; su noción de que la perdida Norah Lange se transforma en una esencia
comparable a la Beatrice
del Dante, y que ese ideal trémulo es por fin colmado en éxtasis por la
aparición de María Kodama... todo esto hace a una cansadora e inútil lectura.
En los textos
mismos donde Williamson busca pistas para atornillar sus tesis pasan cosas
muchísimo más interesantes (y reveladoras de la inteligencia y personalidad de
Borges) que su biógrafo descuida. Un par de ejemplos. Según Williamson, un
experto en la obra de Cervantes, "Pierre Menard, autor del Quijote",
refleja la "frustración de la imaginación creativa de Borges",
incapaz de cumplir con el mandato de su padre redimiéndolos a ambos con el
logro de un destino literario. Borges se identifica con Menard, "quien, en
vez de producir invenciones propias, intenta reescribir el Quijote, corriendo
el riesgo de anular su propia personalidad y la de Cervantes". El ensayo
sobre Menard tiene ya una larga ejecutoria de interpretaciones, ninguna tan
obtusa como ésta. Recuerda aquel chiste hecho por el propio Borges a costa de
Caillois, para quien la novela detectivesca tenía sus orígenes en informes
policiales (no, como argüía Borges, en los textos deliberados de Edgar Allan
Poe). Lo que claramente dice Borges en Menard es que cada lector completa la
obra, y que cada época la tiñe con su óptica y sensibilidad particular. Aunque
la obra de Menard replica palabra por palabra la obra de Cervantes, se trata de
dos obras distintas porque fueron escritas (y leídas) en distintas épocas.
Del libro de
ensayos El idioma de los argentinos,
Willamson se prende del epígrafe que aparece al comienzo, tomándolo como otra
de las "pruebas" del columpiado, secreto amor por Norah Lange.
Incomparablemente más revelador en ese libro de juventud es notar de qué modo
Borges cuestiona cosas tan básicas para la comprensión de un texto y la
formación de sentido como la oración. Toma la famosa frase inicial del Quijote, "En un lugar de La Mancha.. .", y
postula que la palabra clave, La
Mancha , carecía de contenido específico para Cervantes:
"su realidad era sentimental, no visual". Quevedo, en cambio, por
conocer el sitio, es más exacto en su descripción: "Amaneció (en La Mancha ): bajeza me parece
de la aurora acordarse de tal sitio". Las palabras adquieren sentido por
su contexto; sueltas "no existen". Borges en ese ensayo estaba
formulando una tesis sobre el lenguaje que recuerda a Wittgenstein: "los
límites de mis palabras son los límites de mi mundo."
La importancia
de Borges para nuestra literatura, y para la literatura, es su dimensión
filosófica. Analizando el perímetro de su criollismo inicial, descubrió que los
mitos son más importantes que la historia, que toda comunidad depende para
existir de una ilusión compartida, de un acto de fe. Esto vale tanto para la Argentina criolla de
indios, africanos y europeos como para la Inglaterra mestiza de celtas, daneses y sajones.
Borges
fielmente recrea en su obra los mitos argentinos: en el centro de todos sus
laberintos el héroe es matado por el monstruo. Vencen los bárbaros. El hombre
de libros, de sentencias, de dictámenes, abierto al universo, encuentra su
destino en esa muerte. No puede decirse que este mito no represente la
realidad, que Borges no haya entendido lo que representa ser argentino. Tampoco
puede decirse que sea un mito necesariamente trágico. En su vocacion universal,
el héroe expande los horizontes del grupo, y le da salidas y opciones. Como el trickster de los mitos indígenas de
América, Borges ha visto la trama por detrás, entiende que es al mismo tiempo
una gran historia y la materia de un sueño.
La biografía
de Williamson no tiene nada que ver con este Borges.
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