Un
tal Jesús Ruiz Mantilla, en El País, de Madrid, del 27 de enero
pasado, firma una nota de título nacionalista –“Mucho Shakespeare y poco
Cervantes”–, donde se queja de lo mucho que los británicos están preparando para
recordar los cuatrocientos años de la muerte de William Shakesperare y lo poco
que los españoles están haciendo para recordar los cuatrocientos años de la
muerte de Miguel de Cervantes. La nota, en su primer párrafo, cita uno de los
sonetos de Shakespeare sin mencionar al traductor. Se trata de Andrés Ehrenhaus, quien hace ya varios
años publicó una muy festejada versión que circuló por todo el mundo
hispanohablante.
Cuatro
días más tarde, Peio H. Riano, en El Español –otro pasquín ibérico–,
publicó “Cien insignificantes momentos de la vida de
Shakespeare”, nota igualmente vinculada al aniversario en cuestión. Allí
también se citan versos traducidos por Ehrenhaus y allí también se lo ningunea,
omitiendo su nombre. También el de otros traductores, razón por la que vamos
a suponer, por un momento, que en España no existe prejuicio contra los
latinoamericanos y que no es ésa la razón por la que se omite el nombre del
traductor.
Pensemos, de manera optimista, que esa práctica se lleva a cabo
contra todo el mundo. No es consuelo, sino prueba de estupidez y desprecio
manifiesto que muchos noteros, venidos a periodistas, sienten por el trabajo de
quienes han pasado mucho más tiempo que el empleado en borronear unas
cuartillas tratando de encontrar un correlativo en la lengua del aparentemente
olvidado Cervantes para palabras escritas en otra. Da vergüenza y también un poco
de asco.
Jorge Fondebrider
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