martes, 16 de agosto de 2016

¿Una polémica que recién empieza? (II)

Enterado del contenido del artículo publicado por Fernando Alfón y subido a este blog en el día de ayer, José Luis Moure hizo llegar al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires una respuesta a las imputaciones que se le hacen. Se reproducen a continuación.

Respuesta de José Luis Moure

Por algunos correos de colegas y amigos, he accedido a una nota del profesor Fernando Alfón, publicada el 17 de julio pasado en el periódico digital Diario Contexto. El texto del circunstancial compañero de la mesa convocada por el Foro Universitario por el Bicentenario en la Facultad de Ciencias Sociales, al que yo había sido  invitado por el vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, quería ser vehículo, según su autor lo señalaba, de “contestación intempestiva” a lo dicho por mí en la ocasión. O también de “botella que se arroja al mar”, tomando paralelo recaudo, sospecho, frente a la posible ausencia de un auditorio o interlocutor inmediatos.

Acaso Ionesco y Beckett se hayan extralimitado en su diagnóstico, pero los años me han acostumbrado a la deprimente comprobación de que es posible conversar durante una hora sin entenderse –del todo o suponiendo –casi siempre erradamente– que se piensa de manera más o menos parecida. Esa imposibilidad, anestesia (o piedad) de la comunicación permite seguir conviviendo en ambientes propicios a la polémica, afamada práctica de la que he procurado desertar toda vez que pude. Los aplausos –por lo general de circunstancia–, las sonrisas y los apretones de manos en la despedida suelen coronar esos encuentros, y eso es lo que yo más gratamente recuerdo del panel que ha dado motivo a la presente secuela.

Espero que el prof. Alfón acepte este tardío intento de reordenar algunas cosas que alivien su disgusto. Las enumero en procura de ceñirme a lo que considero más necesitado de claridad. 

1) Mis escrúpulos protocolares son mínimos. En ningún momento advertí que hablar en último lugar fuese un privilegio; por el contrario, supuse que no habría tiempo para mi intervención, posibilidad que no me disgustaba del todo; a mis años, creo haber dicho casi todo lo que es compatible con los buenos modales. Pero como la Dra. Glozman ejerció su coordinación con esmero, no me dejó margen para el silencio, providencia que habría convertido en abstracto este episodio.

2) Mal podría haber calificado como mala una doctrina que mi memoria no registra como claramente formulada por los participantes que me antecedieron. Si se quiere denominar así a la convicción de que existe una rica tradición argentina de discusión sobre la legitimidad de nuestra variedad lingüística, de que esa brega en refrendo de la identidad no ha alcanzado todavía su completo cometido y de que intereses económicos de envergadura campean hoy en los territorios donde se habla o se enseña el español procurando diseñar una política lingüistica supranacional, bautizada como panhispánica, que facilite una más amplia distribución y venta de sus productos (particularmente editoriales y didácticos), ella estaba en el conocimiento y espíritu previos de todos los participantes y no le reconozco originalidad ni propiedad. En lo personal, mis publicaciones e intervenciones públicas durante los últimos quince o dieciséis años, la dirección de un importante proyecto de investigación en el que intervinieron seis universidades nacionales enderezada a elaborar material de enseñanza de español como lengua segunda y extranjera,  así como mis modestas clases de Historia de la Lengua y de Dialectología Hispanoamericana en la facultad, en el marco de una cátedra con una compartida orientación sobre el tema (practicada y difundida con considerable anterioridad a la declaración evocada en la mesa), se han sustentado en ese pensamiento.

3) El edificio de la Real Academia Española, situado en la calle de Felipe IV, en el aristocrático barrio madrileño del Retiro, junto al Museo del Prado, es, en efecto, espléndido, aunque yo creo haberme referido más específicamente al del Instituto Cervantes, el palacio de las Cariátides, que se levanta en la calle de Alcalá en la sede del que fuera, en curiosa coincidencia, el Banco Español del Río de la Plata. Reitero mi admiración por esos monumentos y sobre todo por la memoria de quienes frecuentaron el primero (en contraposición a lo que a mí me pasa, acaso el temple de Alfón le permita recorrer inmutable los mismos salones que alguna vez cruzaron Galdós, Unamuno, Benavente, Menéndez Pidal, Cela, Aleixandre, Navarro Tomás, Baroja, Zamora Vicente y un larguísimo etcétera). Pero en cualquier caso, mi apreciación no era de deslumbramiento por la “doctrina” lingüística que esos lugares puedan amparar sino que pretendió resaltar lo evidente: detrás de la política “panhispánica” en el sentido que parecería querer imponerse (yo tengo otro), existe un notable poderío económico y una clara determinación política (valga la redundancia) que hace posible financiar con generosidad esas instituciones y que es preciso ponderar adecuadamente a la hora de evaluar la infinitamente más modesta –cuando existe–, que despliegan sumadas nuestras veinte naciones americanas. 

4) La observancia de las normas gramaticales, en el sentido que parece considerarlas el prof. Alfón, nada tiene que ver con la decadencia del idioma español, catástrofe que yo no pude siquiera haber sugerido, porque pertenece al orden de lo fantástico y que yo desacredito y desmiento siempre que tengo oportunidad.

5) El prof. Alfón me recuerda una obviedad: ninguna creación literaria ha nacido del seguimiento de manuales de estilo ni de admoniciones académicas. Pero casi todas, sin embargo –y el prof. Alfón puede comprobarlo en cualquier librería y me atrevería a decir que en sus propios correos, artículos y escritos universitarios– respetan la canónica distribución de haches, el uso más o menos etimológico de “b” y “v”, las diferencias entre “s” y “c”/”z”, cuidan las reglas de lo que se denominaba consecutio temporum, evitan usar el tiempo condicional en las prótasis de los períodos hipotéticos y se esmeran en cada caso por utilizar la preposición adecuada.  Estos ejemplos pedestres y aleatorios de nuestro castellano estándar (culto, ejemplar o modélico), que podrían ampliarse al léxico e incrementarse para cada una de las instancias de la gramática, ilustran lo que se llama “corrección”,  es decir acatamiento de una norma estandarizada, reclamada y respetada universalmente por la gente en todas las geografías y culturas (incluso las ágrafas). Lo que hagan la RAE y el Cervantes es independiente e históricamente posterior al reclamo de saber lo que está bien y lo que está mal en el uso de la lengua, un derecho cuyo respeto y satisfacción los hablantes necesitan.

6) Me parece innecesario desperdiciar énfasis en  la condena de la memorización de “los mamotretos que imprime la Real Academia”, procedimiento que nunca practiqué ni vi que se practicara en mi medio. Le aseguro que las conjugaciones, las preposiciones, las clases de palabras y las reglas de la sintaxis y la morfología básicas pueden consultarse en infinidad de otros manuales, si no prefiere hacerse en alguna página de internet. Que la poderosa industria editorial española tenga una capacidad de penetración hoy difícilmente neutralizable es harina de otro costal, y tiene que ver con una dimensión económica, claramente inserta en decisiones políticas de las naciones involucradas, frente a la cual los docentes y lingüistas poco podemos hacer, salvo tenerlo en claro y ejercer la libertad de opinión, elección y compra. 

7) No entiendo si la siguiente cita del prof. Alfón es resignada o diagnóstica: “los alumnos suelen formarse una idea bastante homogénea y unidireccional de lo que debe ser la lengua [...]  “si no lo aprenden en la primaria, lo aprenderán en la secundaria y, si no, queda el último recurso de la Universidad”. Pero cualquiera haya sido la intencionalidad del aserto, me parece que no es razonable que un país (y una economía) tolere que aprender a leer y a escribir en un nivel aceptable insuma diecisiete años. Pero nada tienen que ver la Real Academia Española, la nuestra o el Cervantes  con la desorientación o la ineptitud de nuestras instituciones educativas para cumplir en tiempo y forma con esa elementalísima función social, que en mi infancia y primera juventud se lograba en escuelas modestas de jornada simple. Ya se utilice un manual de Santillana, el Panhispánico si cabe, los manuales de estilo de aquí o de allá, cualquiera de las obras bendecidas por la Asociación de Academias de la Lengua, las viejas series de Kovacci, Lacau y Rossetti, Bratosevich (pensadas, escritas e impresas en la Argentina) o un apunte bien armado con ejemplos eficientes, creo de capital importancia concentrar esfuerzos en la buena enseñanza de nuestra lengua (que, en tanto alguien no me convenza de lo contrario, es la misma de todos los hispanohablantes) en cada uno de sus niveles.

8) Aun haciendo otro esfuerzo de memoria, no consigo recordar el momento en el que yo haya dicho o sugerido que las maestras envenenan la lengua con la ponzoña de la soberanía. Solo quise decir –y debo de haberlo hecho muy mal– que ya es tiempo de distribuir mejor los empeños didácticos. Hemos cumplido doscientos años de vida independiente, muchos especialistas e instituciones han desarrollado y desarrollan una notable labor de investigación sobre nuestra lengua y sabemos que nuestra variedad dialectal es parte del patrimonio nacional y se asienta en sus propias, muy ricas e inalienables tradiciones discursivas populares y cultas.

Creo, por lo tanto, que la prédica sobre la injerencia peninsular en nuestro manejo de la norma debe ser ubicada en su justa y efectiva dimensión, que hoy descansa  menos en una desvaída fantasmagoría monocéntrica (que no abona ningún lingüista, filólogo o escritor español que yo conozca) que en una cruda realidad económica: una industria editorial poderosa acompañada por una política exterior consecuente. Bien entendido eso (suponiendo que haya docentes que todavía no lo tengan en claro), la escuela argentina debe concentrar su esfuerzo en una de sus tareas indelegables e impostergables: enseñar a leer y a escribir bien el castellano de todos (como alguna vez lo supo hacer), en plazos razonables, con los recursos que tenga a mano y guiada –ésta es mi convicción profunda– por el deseo de seguir perteneciendo un mundo histórico, cultural y espiritual compartido, cuyo milenario elemento común es el idioma, desplegado en múltiples variedades, cada una con fueros y legitimidad incuestionables.

9) El panhispanismo no es ni puede ser el planificado resultado de un proyecto académico nacional o supranacional. Es simplemente un atributo del español, una virtualidad, voluntad o empuje colectivo que lo acompaña desde su expansión y que explica por qué veintitrés naciones siguen cultivándolo, comunicándose en él sin mayores problemas y en todos los niveles, y compartiendo y elaborando una riquísima literatura común. Lo mejor que podemos hacer es no interferir con su vitalidad secular y su plasticidad para acomodamientos mutuos, no desafiar su mansedumbre inventándole asechanzas y cumplir con nuestro deber de enseñarlo y transmitirlo como corresponde.

2 comentarios:

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  2. Cuando Moure se estrenó como presidente de la AAL era esperanzador escucharle y aún lo fue más la habilidad para sacudirse el acuerdo con la ponzoñosa Fundéu. Pero, por lo que sea, se acabaron sus criterios críticos e independientes. Pareciera que intenta convencerse de que la RAE no es una pieza propagandística clave en el engranaje de la diplomacia cultural exterior española, la acción comercial exterior y el unitarismo político exterior e interior. Y que se beneficia no poco de desempeñar ese papel.

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