Vida más allá de
Sur
Debo a Luis Chitarroni dos recomendaciones que de alguna forma giran en
torno a Joyce. Una, hace muchos años, fue Libra,
de Don DeLillo, novela de suspense
sobre el asesinato de Kennedy, escrita con una benéfica influencia del tono
joyceano en la respiración, que lamentablemente luego DeLillo perdió. La
segunda, mucho más cercana en el tiempo, fue El traductor del Ulises. Salas
Subirat. La desconocida historia del argentino que tradujo la obra maestra de
Joyce, de Lucas Petersen, publicado recientemente por el sello
Sudamericana, muy bien editado.
Por azar, el libro de Petersen –que me apresuro a calificar de notable–
salió casi al mismo tiempo que una discusión en torno a otra traducción de
Joyce, la de Finnegans Wake,
realizada por Marcelo Zabaloy para la editorial El Cuenco de Plata. Matías
Serra Bradford escribió un artículo tan erudito como polémico sobre esa
traducción, en la página de cultura diaria de Clarín, que tuvo réplicas en la revista Ñ de ese mismo diario y, hasta donde sé, también en el blog del
siempre interesante Club de Traductores
Literarios de Buenos Aires. No voy a ahondar en esas discusiones. Diré sólo
esto: disfruto y participo mucho más de las discusiones en torno a la
traducción de un libro que de los altercados sobre bolsas de dinero en
conventos y periodistas y jueces corrompidos un día por unos y otro por otros.
Volviendo al libro de Petersen, su interés reside en que logra, en un
único movimiento, aunar la biografía intelectual de un personaje rarísimo como
Salas Subirat, con una buena historia cultural de la época (los años 30 y,
sobre todo, los 40), vista desde un punto de vista lateral. Salas Subirat
terminó la escuela primaria a los 23 años, no era un erudito del inglés, trabajó
casi siempre como agente de seguros, escribió libros de autoayuda y textos
específicos sobre el tema de los seguros (además de algunos ensayos, poemas y
ficciones sin demasiada repercusión), y salvo Ulises no realizó ninguna traducción de importancia.
Pero tradujo Ulises por
primera vez al castellano para la editorial Santiago Rueda –en 1945– y durante
años y años fue la única traducción disponible. ¿Es buena la traducción? No
estoy en condiciones de responder esa pregunta (en 1952 apareció una segunda edición
revisada, con menos errores que en la primera, según parece). En cambio estoy
en condiciones de afirmar que la de Salas Subirat integra la gran tradición
loca y argentina de grandes traducciones, que incluye, obviamente, la de Ferdydurke de Gombrowicz, llevada a cabo
en Buenos Aires hacia mediados de los años 40 en las mesas del café Rex por un
grupo de escritores jóvenes (Adolfo de Obieta –hijo de Macedonio Fernández–, el
cubano Virgilio Piñera, a veces Carlos Mastronardi, entre otros) que tomaban nota
de la traducción oral que Gombrowicz hacía del polaco a su dudoso español, para
luego retraducirlo a un castellano escrito con dejos cubanos, acentos de
vanguardia porteña y un maravilloso desdén por las convenciones.
Lucas Petersen escribió un gran libro. Me encantaría ahora leer un
segundo –que ya se insinúa en éste: una historia de Santiago Rueda, la
editorial que no sólo publicó Ulises,
sino también por vez primera En busca del tiempo perdido, de Proust. En los
años 40, había vida más allá de Sur.
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