jueves, 19 de abril de 2018

"Ha llegado la hora aciaga de un cambio de estilo"


Decir que Rafael Spregelburd (actor de teatro y de cine, director teatral, escritor y traductor) es un tipo de genio es no decir nada. O mejor, es apenas una formulación que necesita algún respaldo. Para demostrarlo, sin embargo, bastaría con leer la columna que publicó el pasado 13 de abril en el diario Perfil, de Buenos Aires, donde plantea algo así como la pantomima de diálogo entre el juez Sérgio Moro, apenas un accesorio del establishment brasileño, y el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, nuevamente candidato a la presidencia de su país, con el objeto de encarcelar a este último e impedirle participar en las próximas elecciones. Cabe entonces preguntarse no sólo a qué lengua se traduce –como solemos hacer en este blog–, sino también cómo, cuándo y por qué. En este caso, para dar testimonio de una infamia.

Negociaciones conversacionales

Harold Pinter se adelantó medio siglo a esto que hoy es vox pópuli: el lenguaje es poder. Quien pregunta no tiene el mismo estatuto que quien responde, quien obedece una orden no goza de las mismas posibilidades que quien las da, etcétera. Pero extraña y afortunadamente quien da una orden imposible (como decirle “Siéntese” a alguien que ya está sentado) no siempre tendrá éxito, ni quien pretende arribar a una verdad lo logrará solo por su autoridad.

El diálogo del juez Sérgio Moro para encarcelar a Lula da Silva se me torna más pintoresco que real. Es más, dudo que sea real, pero creo inspirador replicar por escrito esta versión muy difundida:
“–¿El departamento es suyo?
–No.
–¿Seguro?
–Seguro.
 –¿Entonces no es suyo?
–No.
–¿Ni un poquito?
–No.
–¿O sea que usted niega que sea suyo?
–Lo niego.
–¿Y cuándo lo compró?
–Nunca.
–¿Y cuánto le costó?
–Nada.
–¿Y desde cuándo lo tiene?
–Desde nunca.
–¿O sea que no es suyo?
–No.
–¿Está seguro?
–Lo estoy.
–Y, dígame: ¿por qué eligió ese departamento y no otro?
–No lo elegí.
–¿Lo eligió su mujer?
–No.
–¿Quién lo eligió?
–Nadie.
–¿Y entonces por qué lo compró?
–No lo compré. 
–Se lo regalaron...
–No.
–¿Y cómo lo consiguió?
–No es mío.
–¿Niega que sea suyo?
–Ya se lo dije.
–Responda la pregunta.
–Ya la respondí.
–¿Lo niega?
–Lo niego.
–O sea que no es suyo. (...)
–Señor juez, ¿usted tiene alguna prueba de que el departamento sea mío, que yo haya vivido ahí, que haya pasado ahí alguna noche, que mi familia se haya mudado; o tiene algún contrato, una firma mía, un recibo, una transferencia bancaria, algo?
–No, por eso le pregunto.
–Ya le respondí”.

El Brasil no solo se hunde en la negrura sino que además inaugura una instancia preocupante: si la política regional siguió siempre el sucundún del realismo mágico, nos ha llegado la hora aciaga de un cambio de estilo hacia el “teatro de amenaza”, un mote con el cual los detractores de Pinter pretendían minimizar la potencia –la verdad– de su obra.

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