Jesús Anaya Rosique: “Soy un francotirador”
“Soy un
francotirador. No tengo compromiso con nadie”, ratifica a sus casi 72 años el editor, traductor y
catedrático Jesús Anaya Rosique, quien gracias a su pasión por los libros logró
pasar de la clandestinidad de la lucha armada y el exilio a la investigación y
a la academia.
La letra impresa, en libros,
periódicos o revistas, ha sido el caldo de cultivo en el que ha navegado este
ensayista desde hace más de 50 años y la industria editorial —desde diversos
frentes: corrector, investigador, vendedor y editor— ha sido su casa.
“Así que lo que digo está
fundamentado. Esta es una industria que no ha madurado, que sigue teniendo una
serie de debilidades y de cuestiones que le impiden ser el sector editorial más
importante en lengua española”, afirma en entrevista con Excélsior.
Quien ha trabajado en
editoriales de México, Italia y España, entre ellas los grupos Feltrinelli y
Planeta, lamenta que el país haya perdido el liderazgo que tenía en este sector
durante los años 50 y 60 de la centuria pasada.
“No hubo un impulso del gobierno mexicano, sobre todo para la
exportación. Hubo decisiones de política económica que no midieron cómo apoyar
el desarrollo de la industria editorial. Y, luego, en 1976, España regresa a la
democracia, se integra a Europa, mejora sus condiciones de vida y en poco
tiempo nos quitó la primacía”, explica.
En su casa de la colonia
Toriello Guerra, al sur de la capital mexicana, donde nació el 5 de abril de
1946, Jesús Anaya evoca las dos pasiones que lo han guiado: la búsqueda de la
justicia y de la cultura, a las que sucumbió sin límites y experimentó de
manera intensa.
Colaborador de la sección
internacional del periódico El Día en 1964 y después corrector en los recién
nacidos sellos Era y Siglo XXI, al actual profesor de la Universidad Autónoma
de la Ciudad de México le cambió la vida la lucha de los jóvenes contra la
censura del gobierno mexicano que comenzó en 1966, cuando tenía 20 años y
estudiaba Filosofía de la UNAM.
Tras la matanza estudiantil
de Tlatelolco en 1968 se integró a “un grupo subterráneo paralelo a este
movimiento que se preparaba para la lucha armada”, y abandonó el país.
Antes de reencontrarse en
1975 con el mundo editorial en Italia, el ensayista secuestró un avión en 1969,
estuvo en Cuba en campos de trabajo, vivió unos meses en las montañas de
Venezuela, regresó a México y fue apresado en 1972 y encarcelado 18 meses en
Lecumberri, hasta que obtuvo una libertad negociada.
“He sido testigo y partícipe no sólo del
desarrollo de la industria editorial mexicana, sino del cambio político más
importante del país”, dice quien regresó a México en 1982, tras siete años
de exilio en Italia, amparado por la amnistía que ofreció el gobierno en 1979.
Y, desde hace 35 años, se ha
entregado de llenó al mundo editorial, tanto como editor de publicaciones como
formador de nuevas generaciones de editores y libreros, y confeccionador de
cursos y talleres para capacitar al personal del gremio.
El fundador de la primera Maestría en Edición de
Latinoamérica, que se impartió en la Universidad de Guadalajara de 1991 a 1997,
se niega a creer que México no logre retomar el liderazgo de la industria
editorial en español.
“El mercado real es América Latina. Cuatro de
cada cinco hispanoparlantes está aquí. El obstáculo mayor es el acceso a los
libros. Tenemos sólo unas mil librerías, contra las tres mil de España. Y
nosotros tenemos el triple de población”, sentencia.
Piensa que el crecimiento de
las editoriales independientes y el apoyo del Estado para que se abran diversas
“librerías de barrio”, que tengan una mayor interacción con su entorno, podría
allanar el camino para que la industria editorial del país retome el liderazgo
que tenía.
Y, con la idea de precisamente formar cuadros de
profesionistas que generen nuevos proyectos editoriales, Anaya trabaja con el
equipo que está detrás del Centro de Innovación y Formación Profesional para la
Industria Editorial, que acaba de presentar la Cámara Nacional de la Industria
Editorial Mexicana en la FIL Guadalajara, donde se ofrecerán diversos talleres,
cursos y diplomados.
CLANDESTINIDAD
Jesús Anaya está convencido de que “un editor tiene que haber pasado todas las fases para entender cada uno de los trabajos”. Y cree que todo lo que ha vivido le sirvió para su formación, empezando por su trabajo en El Día en octubre de 1964, cuando el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja (1931-2015) editaba la sección internacional.
CLANDESTINIDAD
Jesús Anaya está convencido de que “un editor tiene que haber pasado todas las fases para entender cada uno de los trabajos”. Y cree que todo lo que ha vivido le sirvió para su formación, empezando por su trabajo en El Día en octubre de 1964, cuando el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja (1931-2015) editaba la sección internacional.
Luego de ocho meses, la
inestabilidad laboral de El Día lo llevó a trabajar a la Casa del Lago,
donde presentaba películas. “En eso me tocó la huelga de 1966 en la UNAM.
Vivimos tres meses en la facultad. Era una huelga que no se entendía desde
afuera. Pero en realidad fue la que permitió la organización y fortaleció la
presencia de la izquierda universitaria”.
Quien fue director editorial del Grupo Planeta
en México (de 1997 a 2006) agrega que, de hecho, 1966 fue el ensayo de lo que
sería 1968. “En 68 logramos algo muy importante: que se perdiera la rivalidad entre
el área técnica o científica y la izquierda, y además se diera la unidad con el
Politécnico. El Consejo Nacional de Huelga era representativo de todos los
estudiantes”.
En el verano de 1968, narra, se fundó la Agencia
Mexicana de Noticias (Amex), a donde entró a trabajar. “Lo de Tlatelolco, por
un problema de salud llegué tarde a la plaza y no pude entrar y eso me salvó,
me afectó tanto que le dije al director de la Amex, don Paco F. Álvarez, que
quería irme de México. En ese momento se estaban armando las corresponsalías en
el extranjero. Me dijo que sólo le quedaban Paraguay y Ecuador. Y escogí
Ecuador, donde tenía amigos”.
Cuenta que estuvo trabajando unos meses en el
país sudamericano hasta que, reflexionando sobre lo que había pasado con los
estudiantes en Tlatelolco, decidió quemar sus naves. “Y, entonces, me llevé un
avión peruano, que venía de Montevideo con una excursión de estudiantes, en un
programa de la Alianza para el Progreso, y me lo llevé a La Habana. Lo desvié
antes de llegar a Miami. Y, claro, con ese acto ilegal pasé a la clandestinidad
en enero de 1969.
Llevaba una pistola desarmada en la funda
de una grabadora, y un cuchillo. Y resulta que en el vuelo iban todos estos
muchachos que siempre estaban en el baño, así que no podía armar mi pistola.
Hasta que al final ya salió todo. En Cuba me tuvieron tres semanas internado en
una casa, con un guardia que cambiaban cada 24 horas. Me dijeron que estaban
analizando mi situación”,
añade.
Anaya advierte que en Cuba sí sabían quién era. “Yo había
hecho dos años antes la revista Hora Cero, una de las primeras publicaciones sobre
lucha armada. La portada del número uno la hizo Vicente Rojo, la segunda Rius.
Y el último número se quedó encerrado en una cajuela de auto el 26 de julio,
cerca de la Alameda, porque llegó la policía. En 1967 había sido invitado a la
Conferencia Latinoamericana de Solidaridad en La Habana. Y en 1968 yo estaba en
contacto con el grupo de Genaro Vázquez y otras personas que con el tiempo
dieron origen a varios grupos”, especifica.
En ese momento, aclara el autor del ensayo Editar en la universidad. Paradojas y retos, la
relación de Cuba con México había llegado a su nivel más bajo, con Gustavo Díaz
Ordaz y Luis Echeverría.
“Los cubanos decidieron no comprometerse,
no reprimir ese caso. Me dejaron salir a París, vía Praga, esperando que la
Interpol me regresara a México. Pero era febrero de 1969 y en Europa no estaban
interesados en un mexicano. Así que de ahí me fui a Medio Oriente, a un
campamento en Jordania, ayudado por mis amigos periodistas”, señala.
“Yo estaba dispuesto a
hacer mi peregrinación hacia la lucha armada, buscar instrucción militar. Luego
pasé varios meses en la montaña en Venezuela y regresé a México en 1971, de
manera clandestina”, indica.
En enero de 1972, la policía lo detuvo. “Estuve desaparecido durante tres semanas, en el Campo Militar número 1,
en un lugar donde normalmente se da el tratamiento especial del pocito. Y luego me
aparecieron en Lecumberri, donde estuve 18 meses preso, entre 1972 y 1973”.
Entonces, prosigue, “compañeros del
Frente Revolucionario Armado del Pueblo, de Guadalajara, secuestraron al cónsul
estadunidense en la capital jalisciense y a cambio de soltarlo pidieron la
libertad de 30 presos políticos. Me tocó ir en ese contingente. El canje se dio
el 6 de mayo de 1973. Por lo tanto, ni modo, valgo la treintésima parte
de un cónsul gringo. El único error fue que aceptaron que nos llevaran otra vez
a Cuba”.
Recuerda que el gobierno cubano los declaró “huéspedes incómodos”. “Hicimos una gira por la isla, para que ellos
vieran cómo era cada uno de los 30 y nos pidieron que dijéramos que éramos
estudiantes, no guerrilleros. Solicitamos que nos dejaran salir, que nos dieran
documentos o que nos permitieran trabajar. Se negaron. Nos mandaron a un campo
de trabajo, a limpiar la caca de las vacas. Desde mayo de 1973 hasta octubre de
1975, que logramos salir algunos, fue una situación muy difícil. Este año llegó
un embajador mexicano a Cuba, don Edmundo Flores, a preparar un viaje del
presidente Echeverría. Nos juntó a los 50 que estábamos ahí de tres viajes y
dijo que nos ayudaría. Nos ofrecieron
pasaporte limitado de un año a países de Europa Oriental. Muchos no aceptaron,
pero unos 13 sí quisimos irnos. Yo acepté el pasaporte a Bulgaria y saqué una
visa para Budapest, a espaldas de los cubanos. Con esa visa logré ir a Viena y
me seguí a Italia, donde había ido en 1970 y tenía una red de amigos de la
izquierda extraparlamentaria”, explica.
VUELTA A LOS LIBROS
El profesor de la maestría en Diseño y Producción Editorial de la UAM Xochimilco relata que ya en Italia trabajó en lo que sabía. “Llegué a Milán y me contacté con la editorial Feltrinelli, donde estuve casi 10 años. Sabía poco italiano, pero hice un gran esfuerzo y me gané el reconocimiento. El consejo de la empresa le pidió a los directivos que buscaran cómo podía estar yo legal en el país. Y a la larga conseguí la residencia legal, pero casi de manera paralela a la amnistía en México. Trabajé muy bien. Me hice cargo de una colección. Pero en 1982 hubo un recorte y me tocó. Me regresé a México, pues quería estar con mi familia”.
VUELTA A LOS LIBROS
El profesor de la maestría en Diseño y Producción Editorial de la UAM Xochimilco relata que ya en Italia trabajó en lo que sabía. “Llegué a Milán y me contacté con la editorial Feltrinelli, donde estuve casi 10 años. Sabía poco italiano, pero hice un gran esfuerzo y me gané el reconocimiento. El consejo de la empresa le pidió a los directivos que buscaran cómo podía estar yo legal en el país. Y a la larga conseguí la residencia legal, pero casi de manera paralela a la amnistía en México. Trabajé muy bien. Me hice cargo de una colección. Pero en 1982 hubo un recorte y me tocó. Me regresé a México, pues quería estar con mi familia”.
Antes, tras la amnistía del 79, Anaya convenció a los
editores de Feltrinelli de llevar sus libros a la Feria del Libro del Palacio
de Minería. “Me traje los títulos de
izquierda en italiano, todo se vendió, era un momento especial. Y no sólo vendí
todo, sino que me llevé pedidos. Regresé al año siguiente”.
Ya establecido en México, hizo ediciones para la Secretaría de Trabajo,
cuando Porfirio Muñoz Ledo era el titular. “Tenía
reticencia, porque no quería ningún tipo de relación con el Estado. Pero era
una oportunidad. Hicimos un programa de humanidades. Tirajes grandes.
Publicamos unos 10 títulos y luego, con el cambio de sexenio y la crisis, se
acabó el proyecto”.
Después trabajó de forma independiente, fundó una revista en el ITAM,
dirigió los Talleres Gráficos de Tabasco, con Enrique González Pedrero como
gobernador, impartió diversos seminarios, hizo el Boletín de Editores en la Caniem y fundó la Maestría
en Edición en Guadalajara.
Quien ha impartido cursos de formación profesional para editores y
libreros en México, Chile, Argentina, Colombia y Guatemala consolidó su carrera
como editor hace 21 años, cuando se convirtió en director editorial de Planeta
en México.
La última década, confiesa, la ha dedicado a la docencia, a la observación
crítica de la industria editorial mexicana y al análisis del mercado. “Penguin Random House, que ha sido comprado
por los alemanes, ingleses y estadunidenses, y Planeta, que es el único grupo
grande que sigue siendo español, dominan 80 por ciento del mercado de interés
general en México. Las editoriales mexicanas han quedado reducidas a 20 por
ciento, por eso es vital que crezcan los sellos independientes”, asegura.
La formación de cuadros competitivos para la edición es otra de las cosas
que se deben reforzar, detalla, por lo que participa en la creación del Centro
de Innovación y Formación Profesional para la Industria Editorial, que en marzo
próximo se presentará a los socios de la Caniem.
Jesús Anaya concluye que la idea es que la oferta de
cursos, talleres y diplomados que la Caniem ha tenido a lo largo de su historia
se integre en un programa académico muy estructurado.
Se firmarán gradualmente acuerdos
de colaboración. Las materias serán en todos los rubros: producción, edición,
comercialización, mercadotecnia, distribución, derechos de autor e innovación
tecnológica. “Creo que de esa forma
podemos encubar empresas y hacer que crezcan y compitan”, indica.
Tras pensarlo un poco, el editor sonríe para confirmar que realmente
cambió las armas por los libros.
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