El
27 de marzo pasado, con motivo del comienzo de las actividades públicas con las
que comenzó el décimo año del Club de
Traductores Literarios de Buenos Aires, Silvina Friera publicó en Página 12 una entrevista con el Administrador de este
blog, que se reproduce a continuación. En la foto, Jorge Fondebrider y Julia Benseñor, los fundadores.
“Sin libros
traducidos somos más pobres”
La traducción literaria es (casi) tan
necesaria como el aire que respiramos. El Club de Traductores Literarios de
Buenos Aires, creado por Jorge Fondebrider y Julia Benseñor, comenzará su
décima temporada hoy a las 19 con una charla sobre “Opera y traducción” a cargo
del director teatral Marcelo Lombardero, en la Biblioteca de Goethe-Institut
(Corrientes 343), con entrada libre y gratuita. “Diez años del Club son un
motivo de alegría, sobre todo porque ha servido para que los traductores nos
conociéramos mutuamente mejor, supiéramos cuáles eran nuestros desafíos,
deberes y derechos y, juntos, le explicáramos a la sociedad las razones e
importancia de nuestro trabajo. A esta altura, hay que ser muy necio para no entender
que sin traductores no hay libros traducidos. Y que sin libros traducidos somos
mucho más pobres”, plantea Fondebrider a Página 12. “Lombardero es uno de los
más importantes directores de ópera y teatro de la actualidad, además de ser
alguien muy sensible a la traducción de los textos, algo que ya se vio cuando
dirigió el Teatro Colón y el Teatro Argentino de La Plata”, agrega el escritor
y traductor.
El Club de Traductores Literarios de
Buenos Aires empezó a reunirse en unas oficinas que ofreció Julia Benseñor, la
cofundadora, allá por 2009. “Ese mismo año, Ricardo Ramón, entonces director
del Centro Cultural de España en Buenos Aires, nos brindó su hospitalidad y
estuvimos allí siete años –repasa Fondebrider–. Cumplido ese ciclo, Uwe Mohr y
Carla Imbrogno nos permitieron trabajar en la Biblioteca del Goethe-Institut.
Por el club pasaron traductores, escritores, historiadores, científicos,
editores, actores y directores teatrales y toda la gente sensible a los
problemas que involucran la traducción, el estado de la lengua –una de nuestras
principales batallas, dada la ridícula avanzada imperial española– y el mundo
editorial. Desde Piglia, Beatriz Sarlo, Elvio Gandolfo y Alan Pauls, pasando
por Marilú Marini, Rafael Spregelburd e Ingrid Pelicori, hasta los mejores
traductores argentinos, consagrados y nóveles, estuvieron con nosotros y
siempre en pie de igualdad. Hemos realizado tres simposios internacionales, un
gran homenaje a Georges Perec, otro a James Joyce, seminarios con autores y
traductores de otros países. Todos juntos hemos trabajado para hacer que la
traducción tenga hoy la dignidad que merece”. Los próximos invitados serán
Gustavo Guerrero, profesor en l’Ecole Normale Superieur de Francia y director
del sector de castellano de la editorial francesa Gallimard, y el escritor Juan
Villoro. “Estamos trabajando con la gente del Goethe-Institut en una mesa de
traducción alrededor de la figura de Karl Marx, de quien se cumplen 200 años de
su nacimiento”, anticipa Fondebrider.
¿Qué
desafíos enfrenta el oficio de traductor en este siglo XXI? “Antes de pensar en
la traducción, pensaría en el estado de la cultura en general –advierte
Fondebrider–. Por ejemplo, dado que Penguin Random House y Planeta se reparten
más del 50 por ciento del mercado editorial de la lengua, me preguntaría si la
bibliodiversidad es una especie en extinción antes que preocuparme por los
traductores. Sin hablar, claro, de la falta de inversión en favor del
‘emprendedurismo’ o como se llamen esas fealdades. Los traductores hemos estado
siempre allí, sin ser tenidos demasiado en cuenta, arreglándonos para
sobrevivir las muchas crisis y la mucha mayor estupidez”. El proyecto de Ley
Nacional de Protección de la Traducción y los Traductores –que presentaron hace
tres años un grupo de traductores encabezado por Estela Consigli, Lucila
Cordone, Griselda Mársico, Andrés Ehrenhaus y Pablo Ingberg–, apoyado por más
de 1300 escritores, docentes e investigadores como Marcelo Cohen, Horacio
González, Beatriz Sarlo, Martín Kohan, Germán García y Hebe Uhart, entre otros,
“encontró oposición de algunas editoriales con poder de lobby, fue
malinterpretado por grupos de traductores generalmente ajenos a la traducción
literaria, les pisó los juanetes a los que viven de cacarear las bondades de la
enseñanza de la traducción –su negocio, claro– y sufrió los arrebatos
personalistas de algún traductor que quiso llevarse los laureles del caso”,
resume Fondebrider. “Las intenciones de tener una ley están y hay gente que
trabajó muchísimo para sacarla adelante. Hasta ahora no se pudo. Así como en
España se asocia la lengua a la marca país y se la trata como commodity y
fuente de ingresos –sistemas de aprendizaje, gramáticas, diccionarios, libros
en general–, habría que pensar el papel que les cabe a los traductores como
participantes necesarios de esa posibilidad. Es un tema de naturaleza política.
Los políticos de todos los partidos deberían estar a la altura y por ahora no
lo han estado”.
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