El
11 de agosto pasado, Guillermo Piro,
en su columna dominical del diario Perfil,
publicó una enigmática reflexión sobre una traducción atribuida a Victoria
Ocampo que tal vez no es de ella, aunque todo indicaría que sí. No es un juego
de palabras, sino un guante lanzado a los académicos que sólo confían en los
documentos sin considerar que, a veces, inducen a error o no son tan
importantes.
Problemas con
las iniciales
Hay
una novela de Friedrich Dürrenmatt, La
promesa, fundamental, ante todo, porque demuestra que las novelas
policiales son un fraude: en ellas todo encaja y al final, con el único auxilio
de la lógica, se descubre al culpable. Por lo general, dice Dürrenmatt, lo que
decide la suerte de un caso es el azar, no la lógica. Generalizando un poco y
pasando por alto ciertos detalles podría decirse que con la investigación
académica ocurre algo parecido: al final todo encaja. ¿Pero qué se hace cuando
hay algo que no termina de encajar del todo?
Uno
de mis libros preferidos es Los siete
pilares de la sabiduría, de T.E. Lawrence. No tiene sentido que hable del
libro porque a los fines de esta columna carece de importancia: lo que importa
es la traducción. El libro, publicado originalmente en 1922, fue traducido por
primera vez al español y editado por Sur en 1944 con traducción de un
misterioso R.A. No se conocen más datos que esas iniciales, que remiten
automáticamente a Ramón Alcalde o a Raúl Alfonsín. En cualquiera de los dos
casos –posibles, por otra parte: el primero contaba en 1944 con 22 años; el
segundo con 17; de acuerdo, en el caso de Alfonsín se trataría de un joven
prodigio, pero son cosas que en la literatura no abundan aunque existen– no se
comprendería a fin de cuentas la razón que los habría llevado a ocultarse
detrás de las iniciales.
Cuando
era librero tuve ocasión, a mediados de los años 90, de preguntarle al corredor
de la editorial Sur, que ya no publicaba y se limitaba a distribuir el poco
fondo editorial que le quedaba, si no habría por ahí algún ejemplar perdido de
Los siete pilares. Para mi sorpresa, el corredor apareció días después con un
ejemplar del libro, pero en la traducción al francés de Charles Mauron, de
1941. Lo tomé y revisé un poco, lo suficiente para darme cuenta de que se
trataba de un ejemplar de la biblioteca de la propia Ocampo –quien había
adoptado como ex libris el ex libris del mismísimo Lawrence: dos
sables cruzados. El libro tenía infinidad de anotaciones al margen que
planteaban alternativas a la traducción de determinado término francés. Lo que
me llevó a pensar que, por alguna razón, la reina Victoria, que hablaba a la
perfección tanto el inglés como el francés, había usado como referencia la
traducción de Mauron para hacer la suya, y que por pudor no había osado
firmarla más que con ese enigmático R.A.
Mi
sospecha quedó confirmada cuando hace días, leyendo la correspondencia entre
Albert Camus y Victoria Ocampo, editada por Sudamericana, con traducción y
notas de Elisa Mayorga y Juan Javier Negri, en una nota al pie, al mencionar
las dos obras de Lawrence, Los siete
pilares y El troquel, se lee:
“Ambas [...] fueron traducidas por Victoria y publicadas por Editorial Sur”.
Alegría. Doy a conocer la confirmación de mi intuición y un amigo me retruca
con un dato y un libro que desconocía: en la correspondencia Martínez
Estrada-Victoria Ocampo publicada por Interzona en 2013 al cuidado de Christian
Ferrer, la reina Victoria le comenta a su amigo santafesino que la traducción
de Los siete pilares le resulta
“execrable”.
Ante
la lejana posibilidad de que alguien se refiera con un término tan duro a una
traducción propia –no del todo imposible, dado que después de todo los
traductores suelen ser despiadados consigo mismos y la traducción execrable fue
publicada por Victoria; y tampoco es tan execrable como ella dice–, es
innegable que las iniciales R.A. representan un problema al que la
investigación académica debería dar algún día respuesta.
¿Por qué la trata de reina? Me parece un gesto de tilinguería berreta, si cabe. La nota plantea un problema para los investigadores. No tengo ya ese libro, pero recuerdo que por momentos sonaba un poco francés para ser traducción del inglés... La "reina" manejaba los dos idiomas, así que quizá se le hayan cruzado los cables
ResponderEliminarHola, yo tengo un ejemplar de la primera edición castellana de Los siete pilares... (impresa el 30 de septiembre del '44), editada por Sur. La traducción, sin embargo, figura a cargo de José Ferrater Mora, que firma además una "advertencia del traductor". Esta traducción no es, entonces, la primera? El ejemplar que poseo no es la "verdadera" primerísima edición en castellano? Saludos y gracias,
ResponderEliminarNo podría ser Borges?
ResponderEliminarDifícil. Borges tradujo otras cosas, pero no ese libro.
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