Jorge Herralde y la demencial
odisea de hacer libros
Cuando se es demasiado fanático de la actualidad todo
tiende, inevitablemente, a desaparecer. Los que se dedican a editar e imprimir
libros apuestan por una noticia con un horizonte más perdurable: la literatura.
El volumen de memorias, entrevistas y
artículos de Jorge Herralde, Un día en la vida de un editor,
coincide con los 50 años de Anagrama, la editorial española que fundó. Con la
desenvoltura, la vanidad y la autoironía que exige su oficio, repasa
admiraciones, amistades, pescas y traiciones, títulos prohibidos durante el
franquismo, su deuda hacia editoriales argentinas, su simpatía por San Lorenzo
y su desdén por el falso cuco del ebook.
Ha tenido un ojo astuto pero menos oído: en general,
su catálogo favoreció más a efectistas que a estilistas, y sus traducciones a
veces son imposibles. Hay percepciones redactadas con gracia, pero el lector se
cruza con ciertas repeticiones ociosas y algunas erratas infantiles.
(Paradójicamente, le faltó un editor). La aventura editorial se parece a la
buena literatura: es impredecible.
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