jueves, 24 de marzo de 2022

"En el idioma de las traducciones y los doblajes"

Desde París, Edgardo Scott, escritor y traductor, envía su participación sobre la cuestión de los pronombres tú y vos. Se lee a continuación.

No sé tú

Sospecho que no debería haber ningún problema con el VOS si no fuera por dos motivos: nuestra longeva costumbre de leer, escuchar y ver cosas, justamente en el lenguaje de las “traducciones” sobre todo españolas y mexicanas, y por otro lado, la fatalidad del exceso o la distorsión regionalista que el VOS podría habilitar. Si no fuera por esas dos fuerzas –todavía muy fuertes–, nadie debería dudar a la hora de trasladar la coloquialidad del VOS cuando esa fuera la distancia lingüística entre dos personajes. Porque si no, por supuesto, está el USTED.

Respecto del peligro del exceso de regionalismo, ahí el VOS es como el emblema de la entrada a un vicio, algo así como lo que pasa en Argentina con el dólar o las tarjetas de crédito; se compra en mil cuotas un auto, pero también un televisor y al final un libro o un par de medias deportivas. De otro modo, yo nunca sentí que por usar el VOS en los tuteos de Joyce en Dublineses, estuviera transformando a Corley y Lenehan, los “Dos galanes” en dos compadritos de Evaristo Carriego –justo Carriego, que sin embargo todavía usaba el TÚ–.

Un amigo peruano citó hace algunos días el comienzo de El perseguidor. Para que creamos en esa runfla de gringos luminosos y negros y lumpenes en París, Cortázar hace que se traten de TU.

“Hace rato que no nos veíamos −le he dicho a Johnny−. Un mes por lo menos.
 −Tú no haces más que contar el tiempo −me ha contestado de mal humor−. El
primero, el dos, el tres, el veintiuno. A todo le pones un número, tú.”

¿Por qué no nos molesta ese uso del TÚ? O, ¿por qué no nos asombra, al menos? Porque estamos en la lengua, en el idioma de las traducciones y los doblajes. Y hemos visto centenares de películas con ese doblaje o subtitulado, y hemos leído infinidad de novelas y cuentos estadounidenses con ese lenguaje, entonces no solo nos hemos habituado, lo hemos naturalizado. En los niños se ve muy bien: El idioma Nickelodeon o Disney Channel. Ese idioma donde “nuestro” Homero Simpson es el actor mexicano y notable, Humberto Vélez. ¿Alguien se imagina a Homero con la voz de Rodolfo Ranni o, por supuesto, Ricardo Darín? Exacto: es inimaginable. Tal es el grado de adhesión al lenguaje de traducción a veces más neutro –ese eufemismo, ese síntoma–, a veces más mexicano, a veces más español (según sea con toque catalán o madrileño).

Argentina y en particular el Río de la Plata tienen una larga tradición portuaria. Ante todo hemos sido un puerto, y la ciudad y el país incluso se ha desarrollado a partir de aquel. Por eso nuestros oídos son más sensibles y tolerantes con cualquier acento y argot. También con el caudaloso idioma de las traducciones, que ha sido otro objeto de incesante importación cultural. No está ni bien ni mal, es así. O quizá sí, esté mal, pero es difícil cambiar eso. O, también, como se suelen postergar las discusiones sin solución a la vista: es mucho más complejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario